“Tomá esta pastillita y dejá de dar vueltas. Vas a ver que te vas a sentir mejor, más tranquila”, le “medicó” Mari, de 52 años a su nerviosa sobrina de 19. Esa “pastillita” era Ribotril, un ansiolítico. Florencia hace tiempo que siente que no puede estar en espacios donde haya mucha gente porque su corazón empieza a latir muy fuerte, tiene miedo, le falta el aire y le duele el pecho. Lo que le pasa a Flor es que sufre de ataques de pánico.
“Es un error medicar los sentimientos sin prescripción médica. Se debe consultar a un profesional que tratará el origen del problema y de ser muy necesario, le recetará psicofármacos”, explicó en detalle María Teresa Calabrese, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
La automedicación no es un problema que sólo incumbe a esta joven, según datos del Colegio de Farmacéuticos de la provincia de Buenos Aires, cada vez más gente toma este hábito: uno de cada cuatro argentinos consume fármacos sin la recomendación de un profesional. Familiares, compañeros de trabajo, vecinos, entrenadores personales y amigos parecen tener más autoridad que un médico a la hora de aconsejar cualquier remedio.
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