Tras la crisis de 2001 algunos argentinos buscaron refugio en Europa apelando a su doble ciudadanía, muchos otros con el boom del campo en los últimos años viraron hacia el interior del país. Regresaron a los pueblos donde nacieron o, directamente, se arriesgaron a vivir una experiencia rural.
Muchos tenían actividades relacionadas con el campo por lo que fueron absorbidos rápidamente por empresas agrícolas, otros tantos comenzaron una nueva actividad y un sin fin trasladó su profesión en busca de nueva clientela.
Según un informe de la Fundación "Producir Conservando", la agroindustria ya generó por fuera del sector alrededor de 1 millón de puestos de trabajo.
Pero no todo es cuento de hadas, también hay discrepancias entre los que están y los que llegan. Según la consultora en recursos humanos y psicóloga Marina Eguren lo interesante de este fenómeno es lo que significa culturalmente para los jóvenes y la comunidad local. "A veces es difícil el encuentro. Unos vienen de lugares urbanos, con mayores distancias afectivas, donde la gente es anónima. Cuando arriban a sus nuevos destinos, los 'urbanos' tienden a pensar que para que la cosa funcione hay que hacer todo de nuevo. Rápido y eficiente, como si sólo fuera cuestión de voluntad".
Los que hoy dejan la ciudad en busca de un proyecto de vida campestre tienen ambiciones más reales como mejorar la calidad de vida de toda su familia, sumar tiempo para hacer lo que le gusta, tener mayor seguridad, menos estrés y, sobre todo, un contacto diario con la naturaleza.
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