Pesarse varias veces al día, padecer calambres durante eternas noches de insomnio, perder la menstruación, ver crecer el vello en el cuerpo, suspender la vida sexual y social, desmenuzar la comida con las manos hasta que desaparezca, cocinar para que “engorden” los otros, moverse porque sí, para quemar rápido las calorías de una mínima manzana. Así es la vida de un anoréxico.
La otra cara de la moneda es el bulímico, que busca desesperadamente la soledad para comer más, todo lo posible, hasta que alguien llegue o pueda vomitar o tomar laxantes.
Estas dos patologías cobraron difusión por casos graves como el de María Ximena Nievas, de 21 años, internada de urgencia en San Luis con sólo 28 kilos y que ahora se encuentra bajo tratamiento en la Asociación de Lucha contra Desórdenes Alimentarios (ALDA), en San Rafael, Mendoza.
Sin embargo, los expertos en este tipo de enfermedades advierten que existen otras que permanecen solapadas socialmente pero que acarrean graves problemas de salud para quienes las padecen. Una de ellas es la ortorexia, que consiste en la obsesión por la comida sana y obliga a seguir una dieta que excluye la carne, las grasas, los alimentos cultivados con pesticidas o herbicidas y las sustancias artificiales. Bajo el aparente interés de alimentarse saludablemente, sus víctimas se vuelven tan estrictas que llegan a castigarse con dietas y ayunos aún más rígidos, lo que luego se traduce en anemia y carencias vitamínicas. La contracara es la que protagonizan aquellos que consumen una dieta con una mínima cantidad de alimentos considerados chatarra, como hamburguesas, pizzas y papas fritas, y no están dispuestos a probar ningún nuevo plato, derivando en problemas con el colesterol y los triglicéridos, y que se aíslan socialmente.
En el caso de los menores, el fenómeno más preocupante es el llamado síndrome de la especialización de la comida, donde chicos de entre uno y tres años sólo ingieren combinaciones antojadizas de alimentos y rechazan o vomitan otras opciones. Su vínculo con el entorno se limita generalmente a no más de dos personas, que pueden ser los padres o abuelos, y no aceptan relacionarse con otros.
Por último, la vigorexia tiene a los varones entre sus principales víctimas. También basado en el culto al cuerpo, la obsesión los lleva a someterse a patrones de ejercicio excesivos, optar por dietas con muchas proteínas e hidratos de carbono y exentas en grasas. Cuando llegan a los anabolizantes se vuelven cada vez más dependientes, con los consecuentes riesgos de cáncer de próstata, disfunción eréctil, lesiones vasculares e infartos. A la hora de enfrentar un tratamiento, la estrategia a seguir por los profesionales es la misma que con la anorexia o bulimia nerviosa.
La forma de vida de las sociedades occidentales parece ser el centro del problema. Mabel Bello, fundadora y directora de La Asociación de Lucha contra la Bulimia y Anorexia (ALUBA), consideró que las patologías alimentarias se presentan como síntomas de una cultura en la que se habla todo el tiempo de la delgadez y las calorías, donde prima la inestabilidad de los lazos afectivos, la competencia feroz y lo efímero. “Los patrones muestran a personas que tienen miedo a crecer, a vivir. No logran conectarse con los otros, tienen más un instinto de huida que de ataque ante las responsabilidades de la adultez. Los adolescentes sufren el fracaso de la adaptación a los cambios en el cuerpo exigidos por la sociedad y aparece la fantasía de que si al menos soy flaco, no voy a tener que luchar para vivir”. El contexto se presenta difícil, pero la cura es posible, sobre todo si existe el acompañamiento familiar y terapéutico. Así lo demuestran los centenares de pacientes que recuperaron una vida normal, lejos de las adicciones y los rituales perversos.
Un problema sin fronteras
Jenny tiene 23 años y desde hace 40 días está en tratamiento en la Unidad de Salud Mental del Hospital de Clínicas de La Paz, Bolivia. Llegó por sus propios medios pesando 23 kilos, casi la mitad de su peso normal, desnutrida y sin piezas dentarias. Seis años atrás era una adolescente normal, hasta que la anorexia comenzó a robarle su identidad y su voluntad. Se sentía sola desde hacía mucho tiempo y sus estados depresivos fueron volviéndose cada vez más recurrentes. “Me di cuenta de que estoy enferma, muy flaca, por eso decidí venir. Me di cuenta de que es necesario comer para poder vivir, ahora quiero curarme y volver a mi peso y a mi vida normal”, dijo Jenny al diario boliviano La Prensa. También fueron noticia dos muertes fatales de anorexia ocurridos en San Pablo: la modelo brasileña Ana Carolina Reston, que falleció pesando 40 kilos y con una infección generalizada, y la estudiante de moda Carla Sobrado Casalle, que murió de un paro cardíaco con sólo 55 kilos y 1,74 metro de altura.
Las nuevas enfermedades
* Ortorexia. Consumen sólo comida orgánica, sin conservantes, sin grasas, y las carnes no son aceptadas. A veces ingieren sólo frutas * alimentos crudos. La forma de preparación y los utensilios que utilizan también son parte del ritual obsesivo.
* Síndrome del comedor selectivo. Eligen unos pocos platos, incluso los considerados “chatarra” y no prueban nada que esté fuera de su lista. Tampoco llevan adelante una vida social normal para no tener que comer cosas que no seleccionan.
* Síndrome de la especialización. Se presenta en chicos de entre uno y tres años. Exigen combinaciones caprichosas de alimentos para aceptar su ingesta y rechazan o vomitan otras opciones. Suelen negarse a vínculos de más de dos personas.
* Vigorexia. Se ven débiles y carentes de cualquier atractivo físico, por eso comienzan a consumir dietas dese-
quilibradas, ricas en proteínas para favorecer la hipermusculación. En muchos casos terminan ingiriendo anabolizantes y hormonas.