Rodrigo (13), Juan Cruz (10) y José (7), y su hermana de 15 fueron adoptados por cuatro familias, con la condición de mantener el vínculo entre ellos. “Conocimos a nuestro hijo, a sus hermanos y a sus papás. En ellos encontramos pares con los que podemos compartir experiencias que solos hubiera sido mucho más difícil”, cuenta Paola Riera (43), mamá de José, que ahora pasó a segundo grado.
“Nosotros veníamos de once años de tratamientos para tener un bebé, y cuando nos decidimos a adoptar habíamos puesto hasta dos años, pero cuando nos presentaron a Juan Cruz no nos pudimos separar más”, cuenta Gladys Gimaray (42), que a los cuatro meses de adoptar se quedó embarazada.
Tanto los chicos como los padres tienen un grupo de WhatsApp –viven entre Mar del Plata, Balcarce y Santa Clara–, además de cumpleaños, salidas y vacaciones. La más grande acaba de cumplir 15, y Rodrigo, de 13, tomó la comunión, momentos que compartieron con sus hermanos.
“El venía de dos experiencias con familias que no funcionaron, así que encontrarnos fue como una una explosión de emoción”, cuenta Laura Chobadindiegui (48), su mamá. “No sé si estábamos preparados para un bebé”, dice Favio Méndez, papá de Rodrigo. Después de tres años salió la adopción, y Rodrigo eligió cambiarse el apellido. “Desde el primer día ya nos decía mamá y papá; adoptar hijos grandes no es fácil ni difícil; un bebé necesita amor, y un chico más grande, también”, dicen.