Vistos de afuera, no son más que colectivos pintados de negro que circulan a una, para algunos, exasperante velocidad máxima que no supera los 35 km por hora. Pero por dentro son verdaderos boliches sobre ruedas, con sonido y luces de última generación, un DJ a bordo y un chofer que hace las veces de patovica, aunque su trabajo aquí no sólo sea hacer de anfitrión sino también supervisar que nadie infrinja las reglas de a bordo.
Los party buses empezaron a circular hace cuatro años por las calles y avenidas porteñas y, aunque la comparación no les cuadre demasiado, se convirtieron en una versión cool de los clásicos “trencitos de la alegría” con los que se festejaban despedidas de soltero, cumpleaños y eventos de fin de año, entre otros. Diciembre de mayor demanda.
En la Ciudad existen unas tres empresas que brindan el servicio, aunque según Pablo Lynch, responsable de Party Bus Buenos Aires, son “los únicos” del mercado con licencias y homologaciones. “Trabajamos con el boca a boca”, dice. “Buscábamos ser una alternativa para aquellos mayores de 30 a quienes cerrar un bar para un festejo o ir a un boliche no les resulta atractivo. Las dos horas que están a bordo son la fiesta en sí”, dice.
Y aunque trabajan con fiestas de 15, de egresados y hasta niños –donde deben circular con al menos cuatro personas de control a bordo, más los padres responsables por los menores–, no expenden ni permiten el consumo de alcohol y tienen medidas de seguridad que impiden, por ejemplo, que la música siga sonando si alguien asoma “tan sólo dos centímetros” una mano por la ventanilla.
Entre otras particularidades, los party buses ofrecen servicios que incluyen desde un DJ personalizado hasta concursos de baile de caño y shows humorísticos hechos a medida del festejado. Los recorridos duran entre una y dos horas y cuestan hasta $ 5 mil.
Según el artículo 9.9 del Código de Tránsito y Transporte porteño, que regula la categoría de “transportes de fantasía”, los micros deben llevar hasta 22 pasajeros, “uno por asiento”, aunque –en la práctica– sea difícil que todos se queden sentados.
Cada seis meses se presentan verificaciones técnicas y deben informar y recibir autorización sobre las rutas que seguirán durante los recorridos. Las ventanas no pueden tener ploteos ni estar tapadas, aunque usan cortinas para mantener la ilusión “de que no se note si afuera es de día o de noche”, aseguran.