"Sandra Avila Beltrán ha vivido como ha querido y ha padecido como nunca lo hubiera imaginado. En los extremos le han tocado la riqueza y la muerte. Ahora habita en la cárcel, soez el concreto negruzco de los muros que cancelan el exterior; soez el lenguaje; soez su estridencia; soez la locura que ronda; soez el futuro como una interrogación dramática.
En la sala de juntas del reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla, la Reina del Pacífico iría dando cuenta de su vida.
A lo largo de sus 44 años ha escuchado ráfagas de metralleta que no logra acallar en los oídos; ha escapado de la muerte porque no le tocaba morir; ha galopado en caballos purasangre y ha llevado de las riendas ejemplares de estampa imperial que siguen La Marcha de Zacatecas; ha jugado con pulseras y collares de oro macizo, se ha fascinado con el esplendor de los brillantes y el diseño surrealista de piedras inigualables; de niña, entrenada al tiro al blanco en las ferias, ya mayor ha manejado armas cortas y armas largas; ha disfrutado de las carreras parejeras, las apuestas concertadas al puro grito sin que importe ganar o perder; ha participado en los arrancones de automóviles al riesgo que fuera y ha bailado los días completos con pareja o sin pareja. Absolutamente femenina, dice que le habría gustado ser hombre.
La prisionera
En la sala de juntas del reclusorio, aguardé junto con la directora y algunas otras personas la presencia de la mujer tan famosa, de antemano convencido de su espectacularidad. Mientras hablábamos sin conversar y bebíamos café para distraernos, la directora fue informada:
—Me dicen que se está acicalando, que no tarda.
Vestida con el obsesivo color de las internas en proceso, café claro, se adentró en el salón, pausada, los pasos cortos. Tomó la iniciativa y nos saludó de mano, uno a uno. La miré a los ojos oscuros, bri-llantes, suave la avellana de su rostro. Me miró a la vez, directa, sus ojos en los míos. Con el tiempo llegamos a bromear:
—El que pestañee pierde.
Hablé de los crímenes cruentos y los incruentos, los asesinos sañudos, la sangre eternamente limpia de las personas queridas. Hablé también de la impunidad, las insólitas fortunas personales y la corrupción de empresas descomunales que privan a la sociedad de escuelas, hospitales, caminos, seguridad.
Sandra Avila, su figura dominante más allá de las palabras, dijo:
—En México hay mucha violencia y no creo que el gobierno pueda acabar con ella. La violencia está en el propio gobierno.
La opresión de la cárcel, sin escapatoria el tema circular que impone, me llevó a preguntar a Sandra Avila si había leído Cárceles, un libro que escribí en 1988. El tema venía a cuento.
—No. De usted apenas me estoy enterando.
Ojos negros
Dice Sandra Avila que si voltea a un lado ve el narco, si voltea hacia el otro observa a las autoridades, y si mira al frente los ve juntos. En ese ambiente nació rica, muy rica. Con el tiempo, la violencia se ha ido enseñoreando de su vida.
Los ojos de Sandra Avila se encierran a veces en una tristeza fúnebre o en un hastío profundo, estados de ánimo que coinciden y se hacen uno en la desespe-ranza. Así me parece. Pero más allá de la depresión, al final sus ojos son como son: oscuros, simplemente negros.
Con una voz que raspa, dice:
—El día de mi captura, Felipe Calderón se lanzó en mi contra. Olvidó que es pre-sidente y me acusó sin pruebas. Dijo que soy enlace con los carteles de Colombia. Se creyó la ley. El poder no es para eso. En mi caso, sus palabras las sentí como una avalancha que se me venía encima. Llegó a decir que soy una de las delincuentes más peligrosas de América latina y, en su ignorancia, me llamó la Reina del Pacífico o del Sur, así, literalmente, una u otra. Cualquiera sabe que la Reina del Sur es un personaje de ficción del escritor Pérez-Reverte, y yo de ficción nada tengo, que de carne y hueso soy. En términos parecidos, Felipe Calderón se lanzó contra Juan Diego Espinosa. ¿Qué derecho le asistía para abusar del poder como lo hizo? Además, poco sabe de esos asuntos. ¿Tiene idea de que a los capos los resguardan decenas, centenares de guardaespaldas, y que en mi caso no hubo quien me protegiera, un solo hombre, una sola escolta, siendo yo, como dijo él, una de las figuras más importantes del narcotráfico en América latina? ¿Tuvo en cuenta que, peligrosísima como soy, fui aprehendida en el VIP de San Jerónimo sin un solo jaloneo? Calderón me citó con mi nombre, y mi nombre lo infama. Yo siempre podré decir: me marcó. Y él no podrá negarlo. Con él, el abuso del poder se da con todas las ventajas. Un presidente, nada menos, que condena desde sus alturas inaccesibles".