A comienzos de septiembre de 1971, los restos de Evita fueron entregados a su viudo en la residencia madrileña de Puerta de Hierro, en una ceremonia austera, en presencia del embajador del gobierno militar argentino, del jefe del servicio de informaciones del Ejército, de Isabel Martínez, José López Rega, Jorge Daniel Paladino y dos religiosos.
En el relato de Joseph Page (Perón, una biografía), los hechos ocurrieron el 22 de septiembre, en el de Lanusse (Mi testimonio), el día 3 de ese mes. Otras fuentes dicen el 5.
Perón reconoció: “Es Evita” y firmó acusando recibo del cuerpo. Así terminaba la parte más dramática del largo peregrinaje post mortem de la “Jefa Espiritual de la Nación”.
El cuerpo embalsamado, la obra maestra del doctor Pedro Ara, mostraba las huellas de los inconfesables daños infligidos por sus primeros guardianes y por los sucesivos traslados. Pero no había daños irreparables, según dictaminó el propio Ara que entonces vivía en Madrid.
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