Para entender la vida de Joos Heintz, un matemático suizo que hace 23 vino a trabajar a la Argentina como investigador, es necesario desprenderse de cualquier prejuicio y permitirse leer entre líneas cada uno de los sucesos de una vida casi de novela. Es que su particular historia rompe de lleno con lo que cualquiera tildaría como “normal”. Joos tiene, por así decirlo, una doble vida: alterna sus clases de matemática en UBA y sus investigaciones en el Conicet con largos recorridos al borde de la vereda pateando la calle como cartonero.
Sí, y a pesar de que es difícil creer que un hombre de 61 años con un doctorado en Filosofía en Zurich y un profesorado en Matemática en Frankfurt pueda ser cartonero , ésa fue su elección. Claro que no lo hace por necesidad, sino como razón de vida y por el peso de un pasado que lo agobia: “Yo fui excluido del sistema y nunca en la vida voy a olvidar lo que se siente ser discriminado y marginado en la calle. Por eso tengo esa necesidad de acompañar a los que hoy están en esa situación”, cuenta con dolor en cada palabra y sigue: “Aunque debo reconocer que desde que me alejé de ese mundo, siempre me hizo falta. La marginalidad es parte de mi vida y no vine a vivir a Latinoamérica para ser un burgués”, dice en un pintoresco acento que esconde las huellas de un pasado europeo, pero que hoy está salpicado por un porteño que se le escapa en cada palabra.
Al lado del camino. A pesar de que hoy tiene el pasar económico solucionado –cobra un sueldo como profesor en la UBA y otro en euros por clases que da en una universidad española– no tuvo una vida muy envidiable. Su padre debió escapar de Alemania y refugiarse durante la Segunda Guerra Mundial (su abuelo murió después de ser torturado por la SS), así que desde los seis años vivió casi como un paria.
“A esa edad las cosas empezaron a pudrirse”, se lamenta cuando recuerda que vivió en la calle con su madre después de que sus padres se separaran, y hasta pasó días sin comer. Incluso, un informe psiquiátrico le prohibió ir al colegio normal, por lo que tuvo que estudiar por su cuenta para poder ingresar a la facultad.
Como si fuera poco, pasó varios años en un conventillo alemán lleno de extranjeros, donde había desde linyeras hasta narcos. “La casa era muy famosa porque sólo en el tiempo que estuve hubo dos asesinatos”, se ríe pero mira, en el fondo, con un poco de vergüenza.
—¿Por qué decidió salir a cartonear?
—Después de la crisis empecé a visitar asambleas barriales y me invitaron. Me pareció una buena forma de ayudarlos, de darles una mano. También para estudiar un movimiento que es muy complejo y diferenciado. No es una masa amorfa de incultos todo iguales como se dice. Hay gente con profesiones y hasta gente que está integrada a la comunidad como yo.
Aunque Joos está casado hace 17 años con Ana Godel, nunca tuvieron hijos. Ella es una artista plástica argentina que conoció en Europa mientras estaba exiliada durante la última dictadura. Quisieron casarse dos veces, una en Suiza y otra en Dinamarca, pero por cuestiones legales no tuvieron suerte. Así que terminaron uniéndose acá cuando terminaban los años 80. Ana es su más cómplice compañera y es la que mejor cocina su comida preferida: la musaka, una especie de lasaña de origen turco que en vez de tener masa, está hecha con berenjenas, tuco y salsa blanca. Aunque, hay que decirlo, también es la misma que lo regaña cada vez que sale a cartonear.
Problemas en casa. Por sus tareas como investigador superior del Conicet y como docente de “Especificación y Complejidad en el Cálculo Científico” en la UBA, cada vez tiene menos tiempo para hacer todo el recorrido entero que involucra recolectar cartones. Por eso, ya no se sube más al Tren Blanco tres veces por semana ni pasa muchas horas en la calle. De todos modos, sale cuando puede, siempre y cuando Ana no se enoje demasiado.
—¿Tiene conflictos en casa cada vez que sale?
—Mi mujer está en contra de esto y es lógico. Yo estoy en constante conflicto entre dos clases. La clase media que odia a la baja y viceversa. Aunque mi mujer tiene mucho entendimiento, no deja de ser de clase media.
—¿Y usted de qué clase es?
—Cuando era chico fui expulsado varias veces del sistema y me pudrí. Es muy difícil volver a ingresar y en el fondo me siento ajeno a las clases sociales. Por eso, antes de que me vuelvan a expulsar y marginar, preferí irme yo sólo.
Una vida marginal. “Cuando llueve y siento las gotas, me cago de miedo pensando que se les puede desmoronar la casa a los que viven en la calle”, dice Joos con un nudo en la garganta y lamentándose por la falta de solidaridad que hay entre los argentinos, algo que no existía allá por los 80, cuando vino de su Suiza natal para trabajar como investigador académico. “La clase media es muy xenófoba en la Argentina”, dispara.
En su claro intento por vivir al margen de la clase media, Joos decidió no mirar más televisión, de vez en cuando escucha radio y casi no lee diarios locales. “La mayoría no se puede leer”, dice y aclara que por eso se informa con Al Jazeera, el canal de noticias musulmán, y con su par alemán Der Spiegel, los únicos que cree independientes.
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