Vivir en una embarcación es una experiencia bastante habitual en Europa y Estados Unidos, pero no tanto en nuestro país. Sin embargo, cada vez hay más gente que decide convertir su barco en hogar permanente y privilegiar la tranquilidad de la vida náutica por encima de la comodidad de la tierra firme.
Luciano vivía en un amplio departamento. Pero hace veinte años lo vendió y se fue a vivir junto con su esposa a un velero mediano en un club de San Fernando. “El Centro es un infierno, no lo extraño para nada. Aquí no hay bocinas ni gritos”, dice.
Según Luciano, la vida cotidiana no es demasiado diferente a la vida en tierra firme. “Es como una casa, la diferencia es que es un espacio más pequeño”, dice. Tanto él como su mujer trabajan y regresan al barco por la noche, donde cenan como cualquier familia. Aunque la tranquilidad y el silencio a la hora de la vuelta al hogar son una gran diferencia.
La mayoría de los que optan por este modo de vida son hombres solos, divorciados, separados o viudos. Hay pocos casos de convivencia en pareja, como el de Luciano, y todavía menos de mujeres.
Adriana es una excepción. Tiene 53 años, y vive desde hace 15 a bordo de un barco clásico de madera, de 12 metros. "Te tiene que gustar estar en contacto con la naturaleza", comenta.