Cada día me afirmó más en la idea de que la mejor foto de Néstor Kirchner la tomó Steven Spielberg en la escena top de "Tiburón". No hace falta recordar todo el film. Solo aquella escena en la que el escualo irrumpe del mar para buscar el entrecejo del espectador y hundirle la dentellada entre los ojos.
Aquel monstruo se salía del celuloide, mojaba la butaca y se comía la sala. Desde hace unas semanas (desde el puntual 28 de junio) nuestro hombre de Río Gallegos no ha podido regresar a su rostro humano. Acto político donde aparece su dentadura pega tarascones cada vez más grandes sin que se vea en las inmediaciones un arponero capaz de pararlo.
NK no quiere persuadir sino fagocitar lo que le venga en boca. Nadie da tal elocuente registro en una foto así si no tiene un propósito genuino. Ni nadie alcanza tan salvaje realismo social si en su persona no cultiva una irrefenable vocación de devorarse el mundo (o al menos "éste" país del mundo).
Lo oscuro es que el desaforado lo tiene claro: quiere paralizar a quien lo mire. Dejarlo en estado de shock. Precisemos: en estado de shock cívico. La primera sorpresa que depara un primer plano de K. es la radical (perdón) mutación sufrida a partir de su traslado de Río Gallegos a Buenos Aires. El ser eyectado por el azar de la historia al escenario nacional dejó al descubierto un talante que el hielo continental mantenía oculto.
Prolijos cronistas patagónicos conservan registro de sucedidos feudales del ex gobernador, pero el Kirchner que arribó a la Capital lo disimuló muy bien. Vale recordar su desdén protocolario y el clima laxo y cordial que rodeó sus primeras apariciones.
Si Menem dedicó su biografía a plagiar al Zelig de Woody Allen (y De la Rúa a profundizar en el Peter Sellers de “Desde el jardín”) la revelación patagónica inicial llegó cambiada y el país entero "compró" pingüino por tiburón.
Ese primer Kirchner parecía copia adulta del “Forrest Gump” de Tom Hanks. Provincial y juguetón, dedicó su primer mes a besar, toquetear y abrazar a quien se le pusiera a tiro. Amor a granel que hasta le provocó una herida que los patovicas presidenciales debieron asistir con curitas. Hace tiempo de esto.
Hoy, no pasa día sin que Shark Kirchner no lance un tarascón de miedo. Simulador que es, retoma la silueta pinguino y hasta acaricia la frente de algún chico. Pero en su interior bufa el animal que la cámara de Spielberg captó aquella vez. Kirchner diseñó una estrategia similar a la que probó (con éxito) esquilando a inquilinos acorralados por deudas en el sur.
Especialista en hacer la Gran Shylock en Río Gallegos la proyectó al país con efecto perturbador y paralizante. Igual que en la película, irrumpió como tiburón y próximo a la playa se manducó a la primera víctima. Que resultó ser Scioli. Le “serruchó” ambas piernas y ahora lo utiliza como juguete acuático.
Un vistazo al film de Spielberg explica con claridad al hambriento Kirchner de estos días. Allí, un tosco timonel tiene comprobado que lo que asoma y acecha no es un pez del montón, sino una bestia ominosa que puede hundirle la nave y llevárselo puesto.
El capitán Duhalde (que de él se trata) luce piezas cobradas frente a Pinamar, pero carece de anzuelo y carnada para tamaña bestia. Tampoco se explica como aquel pinguino (fiel, manso y gregario como buen peronista) pasó de ser su sorpresivo delfin "a dedo" a mega tiburón que goza persiguiendo a 40 millones de bañistas.
(*) Especial para Perfil.com