SOCIEDAD
SEMANA 36 DE 2012

Lo repetido huele a podrido

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Salía yo del planeta el sábado noche cuando las frases del taxista que me llevó a la Radio me siguieron hasta el micrófono. Pedían ser oídas y dejé que se desfogaran en su nombre. El tipo estaba "sacado". Al menos, parecía. Se lo pasó mirando hacia atrás y no dejó de despotricar:

--No hay laburo por culpa de ellos. ¿Están todos locos?
-¿Quiénes?
-¡Los autos! Se les da por salir al mismo tiempo. No aguantan en sus casas y se les da por rajar a la misma hora. Hay cualquier cantidad. En los shoppings, en las plazas, yirando al cuete. No quedó ninguno.
El "ninguno" olía a Kafka. Le aclaré, con calma, que sería "la gente", no "los autos".
--¿Ah sí...? ¿Lo dice en serio? Qué gente ni gente. Aquí ya no queda gente. ¡Aquí solo viven los autos! ¡Y mandan ellos! ¡Aquí la gente hace lo que quieren los autos!
Interpuse un comentario para calmarlo y replicó con un dato que me dio en el plexo:
--¿Usted sabe que el seguro de vida de un auto es más caro que el de un hombre?
--No puede ser. Es absurdo. No sé conducir pero nunca oí...
--¡Ajá! Apunte lo que le digo. Mi seguro de vida cuesta 300 pesos por mes. El del auto, 700. ¿Cuál de los dos importa más? ¿Quién vale más?

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Me sirvió el bizarro diálogo para arrancar la audición de esa noche. Es que los taxistas son a los locutores radiales lo que los paisajes a los pintores: pura inspiración. Su ira ante la automovilitis reinante hizo que le recordara a mi audiencia un comentario de Arthur Clarke de medio siglo atrás. Decía él que, de existir extraterrestres y sobrevolar la Tierra por el lado de Los Ángeles y sus freeways entre los 5 y las 6 de la tarde, lo primero que pensarían es que los terrestres son automóviles. Que los "muñecos" alzando mangueras y corriendo raudos a orinar o comprar gaseosas no serían más que gomosos periféricos de morondanga al servicio de la multitud de bólidos rugiendo en el paisaje.

Que haya escrito "salía yo del planeta" no es casual. Así como escribo para no enloquecer, hago radio porque es oficio extraterrestre. Radiar quita del mundo. Nos pone en onda a los tantos kiloherzios que sea, y se termina "colocado" como grulla o parapente en las térmicas del éter. Quien gusta palabrear, palabrea, y quienes escuchan, aportan su anónimo silencio gentil. Cumplido el programa (de vuelo) el cardúmen regresa al planeta natal. La radio es apenas de la tierra y casi toda del aire. Y de mágico origen. Una piedra (la galena) la hizo posible y un chip de silicio, planetaria. Es, seguro, la cenicienta de las bellas artes. Injustísimo, pues se trata de la única de las artes que se realiza por concepción oral.

Siempre, como esa noche, un duende suelto le da letra al inicio del programa. A locutor baldío, nada mejor que taxista locuaz. Los taxistas (en especial los nuestros) más que oficio son una literatura. ¿Que fantaseo? La porteñería tiene 45.000 taxis que llevan por unidad 40 pasajeros día. 5, al menos, le cuentan al chofer una historia "para recordar". Son 225.000 cuentos al día. De una buena poda inicial, esto es, 1 por día, quedan 45.000 relatos algo más que aceptables. Si los editamos con más rigor, restan 10.000. Y tachando "a morir" como aconsejaba Chéjov, unos 100 más que gloriosos. ¡La fiesta que se haría hoy Roberto Arlt paseando en taxi! Y grabando mp3.

Así fue que tanteando como venía para entrarle al prólogo de El Palabrero (sábado, de 22 a 24, por Belgrano AM650) vine a dar con el radiofónico y desaforado taxista que sin saberlo "hizo" la "gran Orson Welles" y me dejó picando el inicio de la audición. No con el anuncio del descenso de los marcianos sino con automóviles asumiendo vida propia y saliendo a piquetear al unísono. Ellos, y no sus conductores y familia. Ellos, y no el primate inferior que en la mañana los "baña" con ternura en la vereda. Mi exaltado taxista acababa de tomar una foto local de la globalidad de hoy. Ya dejaron de ser los humanos quienes manipulan los objetos sino éstos los que maniobran a sus "dueños" hasta hacerles perder su identidad.

¿Que por qué encaré esta columna y no otra puntual sobre la célebre oratoria presidencial? Porque ese tema me pudrió. Porque darle tanto centimetraje a la Reina consolida el Vasallaje. Mejor será dedicarlo a limar boludeces y armonizar un afinado frente social que le devuelva la música al país y a nosotros "los autos".

O irse.

Pero no sirve. Ya lo avisó el genial Federico Peralta Ramos: El que se va de Buenos Aires se atrasa porque es la ciudad del futuro.

 

(*) Especial para Perfil.com