Se acercaban las elecciones para el regreso democrático. El departamento de avenida Del Libertador era un desfile de operadores, amigos, candidatos. Antonio Cafiero, Fernando de la Rúa, Álvaro Alsogaray, Víctor Martínez, José María Dagnino Pastore, Adalbert Krieger Vasena, Arturo Frondizi. Cuki, a veces asistente, a veces dama de compañía y siempre persona de confianza puertas adentro de la residencia, los anotaba en la agenda del día para recibirlos en el living donde Amalita los dejaba siempre algunos minutos de más observando sus pinturas, su gusto, su lujo, su opulencia. En las reuniones sociales se divertía revelando la lista de poderosos que habían esperado en su sillón. “Debería ponerle una plaquita de bronce”, se reía. Amalita escuchaba, hacía pocas preguntas, jugaba a dispersarse; gozaba con el esfuerzo de su interlocutor por mantenerla entretenida. A veces, los despedía con sobres de papel madera bajo el brazo; solo variaba el volumen que lo inflaba, la generosidad del aporte. En la casa había siempre mucho efectivo.