“En los barrios, el narcotráfico ha ido generando una economía paralela, no sólo en lo inmediato: los vendedores, soldados y otras personas que ganan con la actividad; sino también en quienes no forman parte de las bandas: el narco va a comprar a la carnicería, al kiosco... Tal es la penetración de esa economía paralela que, si hoy desapareciera el narcotráfico en los barrios humildes, se generaría un estallido social”, sentencia el cura.
“El narco se aprovecha de las situaciones de vulnerabilidad de la pobreza. Hay personas que han comenzado a vender droga porque no tienen qué darles de comer a sus hijos. Esa es la realidad”, dice Oberlin, que considera que la problemática “no se va a resolver con balas, sino con políticas de inclusión social”. En los barrios donde trabaja, “los chicos salen a delinquir con la resaca del paco, a todo o nada. Saben que matan o alguien los mata a ellos”.
El sacerdote aclara: “Yo no denuncio narcos. Sus hijos también consumen y nos vienen a pedir ayuda. Nos respetan por eso”.
En Rosario, el padre Fabián Beley coordina un grupo de sacerdores que trabajan en los barrios más peligrosos del sur y la zona norte. “La política de reducción de daños como única mirada trajo muchas consecuencias. Se naturalizó el consumo. No estamos haciendo rehabilitación, sino habilitación. Muchas veces el que vende no ha conseguido otra posibilidad de supervivencia y ha caído en eso. No sentimos presión de los narcos porque muchos de sus hijos son adictos. Estamos frente a un gran desafío”, señaló.
“Se ve chicos que se unen a las bandas como soldaditos o sicarios, lo perciben como un trabajo”, dijo e indicó que en los barrios rosarinos los capos narcos generan admiración porque es el pibe que ‘logró algo’ y ‘triunfó’. También por la asistencia que han hecho, como la construcción de una cancha de fútbol”.