Un turista desprevenido que un día soleado de verano salga a caminar por el Tiergarten, el parque central de Berlín, se sorprenderá de ver gente desnuda al sol. Sorpresa que justifican tanto que el Tiergarten colinde con la casa de gobierno y el Parlamento, las embajadas y las instituciones culturales mejor presupuestadas de la capital alemana, como la abundancia de desnudos, por mucho que la disimule su dispersión sobre el extenso parque.
Sin embargo, los espacios verdes no son el único sitio público donde la gente se desnuda en las ciudades alemanas, y ni siquiera el principal. Mucho más concurridas por los nudistas son las “playas”, como los alemanes insisten en designar a las húmedas orillas barrosas de sus muchos lagos.
Sobre el muelle del Plötzensee, un laguito del segundo anillo urbano de Berlín, se asolea, camina, y se tira al agua una auténtica legión de pieles rosadas y vellos claros. A diferencia de los parques, donde predominan los adultos, en los lagos hay familias completas, con sus niños que juegan en el agua o corretean entre los árboles, amigos que comparten el sol del verano, ancianos. Todos amontonados a distancia de conversación, inmersos en un aire de normalidad.