Se ponen en marcha otras inquietudes. Ya se tuvo hijos, ya se los crió, ya se divorció, y en el mejor de los casos, se acomoda sin prisa en un naciente estado de conciencia, que no es otra cosa que la necesidad de estados anteriores.
Todavía se conservan rasgos del tiempo pasado, pero ya no obran los mismos motivos; tampoco producen el mismo efecto. Sólo bromas entre amigos, algún que otro día.
Después de inclinarse hacia delante y ver qué hay más allá, se vuelve a la posición anterior, y se define lo que vale la pena.
Carlos Melconian, economista, 51, casado con una mujer de 46 años, lo hace de esta manera: “Es la mejor etapa de la vida. Me siento bien con lo que hago en lo profesional y en lo personal. Se me despertó el bichito de la vocación pública y el plan es colaborar con el país, construir la posibilidad de ser ministro de Economía y presidente. Esas son cosas que puedo lograr, ser el número 10 de Racing ya no”.
Es el momento del resplandor deslumbrante, como decir ahora, es hora de mi verdadero yo. ¿Por qué no ocurrió hace cinco o diez años? Porque durante esos años uno estuvo ocupado en otras cosas y porque muchas veces se necesita algo que nos despierte; y cumplir 50, despierta. Eso es seguro.
El publicista José María Oribe, 51, casado con una mujer de 49, asegura que tiene una mirada distinta, “es la mirada de la madurez, las cosas se ven con otra perspectiva. Es como si hubiera dado vuelta a la esquina. Se valoran de otra forma las situaciones y el trabajo".
"En esta etapa quiero hacer las cosas que me gustan y estar con mi familia, recuperar lo que se perdió, disponer más de mi tiempo, tomarme las cosas con más tranquilidad y no hacerme problema por lo que no es importante”.
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