Se la asocia a las tardes o noches de verano, al aire libre, bien refrescante. Pero cada vez más se pide y se toma cuando hace frío: con el auge de las cervecerías artesanales como una de las razones principales, el consumo de cerveza en invierno creció en el país en los últimos cuatro años, tanto que ya dejó de ser un producto estacional y su consumo casi no varía durante el año, según productores y dueños de esos locales.
Al igual que los vinos, la cerveza –que ayer celebró su día internacional, una fecha que surgió en California para “honrar” una de las bebidas más consumidas del mundo– ya se ofrece en tantas variedades que es posible distinguir, según sus características organolépticas, algunas más adecuadas para tomar con bajas temperaturas. “La gente está más especializada: antes elegían sólo rubias, rojas y negras; y ahora saben distinguir calidad, piden de trigo o más lupuladas”, especifica Adrián Merino, socio fundador de Buller, una de las primeras en abrir en Recoleta y que tiene fábrica propia.
Para el frío, las preferidas son las más “pesadas y con amargor, que en el paladar argentino está muy bien aceptado”, explica. Entre ellas, la bock y la stout (cervezas negras) “son más nitrogenadas y tienen más cuerpo”, y las IPA “con lúpulo, un dejo amargo y notas cítricas”, describe. También ganó lugar la Honey (de miel), “una de las más alcohólicas –tiene 8,5º de graduación– y es bien apta para el frío”.
¿Y la temperatura a la que se sirve? Lo ideal es que esté a 3 o 4 ºC: “Así se pueden apreciar mejor las notas aromáticas, dependiendo del estilo. Los lúpulos o maltas, que es lo que le da las características, y el tipo de levadura que le da carácter”, resume Merino.