No hay semana sin que exploten noticias que pujan por ganarse un lugar en nosotros... y allí se quedan. Noticias que no terminaron de ser por no encontrar el eco público que habría de completarlas. Señas que buscaron nuestro interés guiñando desde un título y se eclipsaron sin suerte. Unas, erosionadas por el ácido efecto imbécil de depredadores como Tinelli, Fantino, Rial (hay más firmas). Otras, barridas bajo latosas mesas nocturnas donde ¡hasta 10 congresistas de fútbol! analizan el posible resultado del encuentro que sostendrán Solteros y Casados de la promisoria plaza futbolera de Lapataia, en Tierra del Fuego. A esto se agrega la producción de picaresca social del Poder, un negocio prioritario "y atendido por su Dueños". En ambiente tan espeso, la ceniza patagónica es también matáfora. Debilitado el ánimo del lector y del oyente, la noticia, leída de apuro o perdida de vista, fallece antes de llegar a destino. Apenas si se vislumbra la octava parte de ella. Un título que anda a la deriva. El S.O.S. de ella. No la noticia. Y así es como vivimos estos raros, truchos días.
¿Un antídoto? Dejar de alimentar la fortuna de los ávidos Slims de las telefónicas con mensajes de texto de más y devolverle al ojo su función vigilante de los "témpanos" próximos. De los que nos rodean como especie, como país o como individuos. Antes que de Boca y River pertenecemos al Sistema Solar. Y a la Tierra más que al Yo de cada ombligo. Nada hay (ni siquiera la muerte) que le suceda sólo a uno. O sólo a otros. La peripecia de la hormiga implica al elefante. El aire mínimo de un colibrí francés acaba fogoneando la furia de un tifón indochino. ¿Por qué, entonces, no habría de ocurrir lo mismo con las noticias que zumban advertencias que no queremos oír? ¿Qué nos lleva, suicidas otra vez, a seguir desvinculados del nosotros como estamos? La atención de los asuntos públicos no pasa de grado 2. El Caso Schoklender tiende a quedar encapsulado en anécdotas íntimas, cuando de lo que se trata de airearlo hasta la cúpula de todas las cúpulas. Que se sepa, aún no ha provocado marcha alguna de "Indignados". Y sí, algo huele a muy podrido. Y no en Dinamarca.
Lector, oyente y televidente son la mitad del periodista. Por esta obvia, callada ley, la sociedad los necesita de ojo prolijo y propio. No es difícil. Basta ejercer la persona que llevamos puesta. Querer darse cuenta; esto es, saberse copartícipes de la información que recibimos. Y obrar en consecuencia. Las noticias que acercan el diario, la radio o la tevé, tejen una posible narración, el guión más cercano a la historia del día. Si callaran durante un tiempo acabaríamos enloquecidos por la incerteza. Desvincularse de lo que nos sucede (como especie, como sociedad, como familia) es abandonar la persona a la mala del Diablo, quedar en blanco, ignorar en dónde estamos parados y hacia qué lado habremos de caer.
Buena práctica sería hacer cada mañana algún ejercicio de gimnasia informativa. Alzar la cabeza de ñandú del hojaldre de asuntos secundarios que ningunean lo real y leer cada nota y escuchar cada nota como detectives en ejercicio. Observar la distancia y tamaño de los témpanos que nos rodean. Desde el "paco" al Chagas. Desde la desnutrición infantil a la Educación en tobogán. Desde "la mano en la lata" a la ya insoportable ausencia de radares. Plagas "humanas" que no consiguen (todavía) encender cólera social alguna. Apenas queja verbal o ligero repudio, mientras que a la sensación térmica (paquetería que ni Suiza estila) se la vive como acontecimiento de primera magnitud. La calidad de nuestra vida social depende de lo sensibles que estemos al guión cotidiano que actuamos. Lector y oyente atentos no solo preservan su biografía sino la de su país. También estimulan a sus periodistas a mejorar el modo de dar lo cierto y asombroso sucedido. Este ejercicio de dieta informativa a dos puntas eleva el nivel del emisor y el receptor. Sólo con buenos lectores puede un país formar una opinión pública "como la gente". Este contrato informativo es medicinal. Estimula y hace bien. Higieniza la realidad. Evita quedar constipado por la ignorancia. Propone asumir las noticias como acertijo, cosa que nos agradecen las neuronas. De practicar este abordaje (de usted a ellas, no de ellas a usted) sería más fácil frenar la vasta delincuencia reinante y ocuparse más de neutralizar lo que se le viene y se nos viene encima.
(*) Especial para Perfil.com