TEXTUM
Bicky Ramírez

Crónica de cuando vendí mis pertenencias y me fui a escribir la tesis a Tijuana

El Tijuanazo, dicen los mexicanos y las mexicanas valientes (o imprudentes) que se atreven a peregrinar a la ciudad en viajes que se parecen mucho a una iniciación, es un neologismo para interpretar “eso que Tijuana te da o te quita”. Se puede definir, enfatizan, como una aventura muy particular que la ciudad está dispuesta a brindar, ahí tan cerquita de Estados Unidos y tan lejos de Dios. “Algo que te hace amarla u odiarla”, y una experiencia con dos resultados posibles: “regresas o todo lo vivido queda en un bonito recuerdo”.

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| Sarah Karlson

Este texto se puede leer en el orden que le apetezca. Ya lo dijo Euclides: “el orden de los factores no afecta el chisme”.

I

— ¿Y que vas a hacer sola, tan lejos, si no conoces a nadie? Sólo vas a hacer que me preocupe. Me das ansiedad, hija.—  me cuestiona mi mamá.

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—Pues voy a escribir mami, ese es mi objetivo. Terminar la tesis. No te aflijas.

 —¡Qué escribir la tesis! Te quieres largar porque te gusta la fiesta. A mí no me engañas. Nada más no vayas a salir tanto, no tomes. No andes de loca. A lo que vas, por favor.

—Sí mami. Si yo me porto bonito.

 

II

Lo más extraño de vivir en Tijuana es que no hay tijuanenses. El más tijuanense es de Ensenada. Bueno, sí he conocido a un par de personas que han nacido y crecido en Tijuana, pero los demás lograron el sentido de pertenencia por esa convicción que uno adquiere por derecho de tiempo, cuando se crece en el lugar.

No les voy a mentir, la ciudad es fea. No promete nada. Una amiga, la Lore, dice que Tijuana es un territorio noble y esa nobleza es lo que te hace extrañarla y no quererte ir nunca. En esa ciudad amurallada, donde si llueve se cancela la vida, donde se va el agua y la luz al mismo tiempo, donde las calles se inundan, donde las lechugas cuestan 40 pesos, donde las personas viven en cuevas, donde hay mar con agua de dudosa procedencia, donde se oscurece a las 4:40 de la tarde, donde los bares no cierran. A  esa ciudad “fea” y fronteriza  siempre se regresa para habitarla por un largo, largo, largo, tiempo.

A veces creo que tendría que  escribir para redimir este sentimiento que debería sentirse como culpa, pero que se siente más como una fiesta que no quiere tener fin.

III

— Bicky, ¿cómo te ha parecido Tijuana? — me preguntó la tutora de la universidad donde hago la estancia de investigación.

— Pues tiene sus particularidades —dije— En la mañana cuando me dirigía a tomar el autobús un chico en situación de calle se estaba inyectando/drogando.

— Sí es muy lamentable la situación de la población de calle en contextos de frontera.

Entonces con toda la pinche seguridad del mundo aseveré:

— ¡Sí, caray! No es que no haya visto algo igual, pero bien temprano y ya se estaba drogando.

La doctora sonrió y dijo:

— No sabía que había horas exactas para drogarse.

Me di cuenta de que mi comentario había tomado otro rumbo. Lo que yo quería decir era que me parecía lamentable que a plena luz del día y en una avenida principal, la gente se estuviera destruyendo y que nadie tuviera interés de ayudar al prójimo. Traté de corregir mi argumento que parecía más una confesión. Pero mi risa y los nervios no jugaron a mi favor.

— ¡Ay no, Doctora! O sea, lo que yo quise decir es que…

— Tranquila, sé lo que quisiste decir. —  La académica sonrió.

Ni como negar la cruz de mi parroquia.

IV

Dice el Gonzales, mi roomie, que mucha academia, que mucha ciencia social, pero que estoy reprobada en moda. Muy emotivo mi discurso, pero bien feos mis zapatos.

Era común que, después de ir por un calórico desayuno, González y yo fuéramos al tianguis sobre ruedas a pensar cosas. Pero aquel día fuimos a una tienda de ropa en el centro, con un solo objetivo: aprender a vestirme. Su primera indicación me pareció lo más difícil del mundo.

— Escoge una falda o pantalón en color negro y tres blusas formales. Piensa que tienes que combinar esas prendas entre semana.

— ¡Ay! ¿Te cae?¿Pero por qué hay tanta maldad en tu corazón?

— Virginia, debes aprender a vestirte. No puedes volver a pasar por lo mismo: tener un evento importante y no saber qué ponerte. Así que ve y busca lo que te digo. Yo iré a buscar otras combinaciones.

Combinar ropa formal tiene la misma dificultad que y = f(x). Sin embargo, hice mi mejor esfuerzo. Cuando subimos a los probadores, el Gonzales llevaba un cesto repleto de prendas para mí y… ¡ajustadas! En tanto mi selección prometía lágrimas.

El Gonzales me dio muchas opciones de ropa que jamás se me hubieran ocurrido, la mayoría con ropa en la que se asomaban las chichis…y por primera vez no me disgustaba. La chica del probador miraba atenta a las sugerencias de mi amistad, quien también me sugería peinados para cada atuendo. Las dos estábamos impactadas.

— Cuando uses vestidos entallados, procura hacerte una cola alta para darle forma a tu silueta. Tienes el cabello largo, aprovéchalo.

— Pero güey… ¡Con lo entallado se me ve la lonja!

— Yo creo que tienes buen cuerpo. Tienes culo, chichis y no creo que tengas lonja. Deberías de dejar de preocuparte por conseguir un cuerpo de televisión. Eso nunca va a suceder porque, aunque comes sano y haces ejercicio, te gusta la fiesta. En serio Virginia, ¿vas a dejar el alcohol y los desvelos solo para cumplir con un estándar de belleza?

— Obviamente ni Dios lo permita.

— Entonces disfruta el cuerpo que tienes, sácale provecho porque yo creo que lo tienes todo.

Y así fue como el pinche Gonzales me ayudó (muchísimo) a sentirme segura de mi cuerpo, de mi persona y del perro… culazo que me cargo.

***

Hace unos días le envié al Gonzales una foto. Me compré un vestido entallado. Le dije que la elección fue con base a su discurso, afronté el miedo de mostrar mi lonja. El Gonzáles celebró mi iniciativa, pero justo cuando estaba pagando el vestido recibí otro WhatsApp en donde me decía: “Ahora solo cómprate unos calzones buenos para ese tipo de vestido y listo… ¡en perra empoderada!”.

Chale, creo que sí se dio cuenta de que uso ropa interior decorada con ositos, flores y encajes.

V

Tengo un ataque de ansiedad.

Lloro mucho. Creo que no me salen lágrimas, pero mis pinches ojos insisten. Se me va la respiración. Me sudan las manos. Me tiembla el cuerpo. No la voy a librar. Le marco a Grego. Me dice que todo va a estar bien, que ya es lo último. Que después me voy a estar riendo. Le marco a Sac. Me dice que todo va a estar bien,ue recuerde nuestra sesión de tarot. Que eso iba a pasar. Que voy a brillar.

Gonzales llegó a la casa y notó mis ojos hinchados. No me dijo nada y yo no tuve tiempo de contarle porque debía  ir al velorio de una compañera de la universidad que desafortunadamente falleció. El velorio está a dos calles debajo de donde vivo. Fui a comprar una veladora. Entré al lugar y saludé a algunes de mis compañeres. Aún tenía esa ansiedad culera en las manos. Mejor me voy. Sería una falta de respeto que mis lágrimas se mezclen con el dolor de una pérdida.

Subestimo mi llanto diciéndome: tú lloras por mamadas, estas personas lloran la muerte de una familiar, amiga, madre. ¡No chingues, Virginia!

Gonzales me espera en el coche. Me subo. Me dice que vayamos al cine. Le aviso que voy a llorar pero ya estoy llorando. Le cuento todo. Él me escucha. Me dice que era lo que yo pedía. Que todo va a estar bien. Entramos al cine. Vimos una película de terror, pero me asusto poquito. Mi cabeza está en otra parte. Cenamos una hamburguesa.

Después de aquel día volvió la paz y no he vuelto a tener ataques de ansiedad.

Sí la libré.

VI

— Amistad, ¿cómo estás? Pues este cotorreo ya quedó. — (Adjunta imagen de un itinerario de vuelo)

Ese fue el WhatsApp que mi amiga la Vero me envió anunciando su visita de tres días a Tijuana. Me sorprendió mucho. De las ocho amistades de la Ciudad de México que prometieron visitarme, ella fue la única que se aventó. Yo sabía que los demás no vendrían. Lo supe desde que confirmaron. Y no es reproche, la verdad es que el costo de los vuelos era muy elevado.

No sé cómo describir dos de esos días, pero no paramos. Comenzamos un sábado en la mañana desayunando un gran slam en una cafetería en Zona Río y terminamos el domingo en la noche, fumando churritos de mota con lavanda, bebiendo tepache con Whisky (cortesía de Chiquis) y viendo el atardecer en la zona de playas junto a nuevas amistades locas. No dormimos ni comimos…pero como pisteamos. Me llevaría muchos renglones y páginas narrarlo todo. La Vero dice que ese viaje valió cada maldito peso, sinónimo de que la pasó muy bien. Le prometí fiesta y diversión. No supe cómo, pero se logró.

Creo que el acto de manifestar es más efectivo para fiestas.

VII

No me gusta el mundial de futbol. Si no le tengo fe a Jesucristo, mucho menos a la selección mexicana. Para no hacérselas tan larga, un sábado me invitaron a ver el partido y terminé con dos amigas en las cabinas, allí bien cerquita de la calle primera.

Después de mucha ingesta de caguama en un billar, les pedí a mis dos amistades que de favor me acompañaran a explorar el campo. Que ir a las cabinas era cosa seria. Que todo era en nombre de la ciencia.

Después de la pizza y la hamburguesa para aminorar la borrachera, era hora desembolsar 80 pesitos mexicanos para vivir la experiencia.

Entramos con toda la actitud a lo que a primera vista es un SexShop. Bien dispuestas, bien crudonas, como queriéndonos comer la frontera. Detrás de los juguetes sexuales se formaba un bar, con barra, cerveza, luces y mucho perreo.

Aunque la novedad (las cabinas, pues) estaban al fondo. Inmediatamente un hombre nos abordó: edad madura, bien conservado, mucho perfume, muy acá. Nos esbozó una tenue sonrisa, más cachonda que amable. Y se hizo la charla. Su nombre: Diego.

—¿Les puedo invitar unas cerveza?

La respuesta ya se sabe… a la gorra ni quien le corra. ¡Hasta nos invitó una bolsa de tostitos! La cubeta de cervezas tenía como intención animarnos a vivir la experiencia cabinezca… con él. En todo momento Diego no dejaba de tocarse la entrepierna cuando se dirigía a nosotras. Mi amiga Rosalía siempre fue enfática al decirle que ni se emocionara, pues aquello que él tenía en mente no pasaría. Mientras mi otra amiga, la Eve, grababa y tomaba fotos con su celular. No con intenciones de registro… es que la Eve sí andaba enfiestada.

Otro joven, el Arón, se unió. Bastó una lectura de su cuerpo para percatarnos que era el acompañante de Diego. El chico comenzó a platicar con Rosalía. Entonces retomé la charla con el Diego.

—¿Vienes con él?— le pregunté.

— No, para nada. Ese es un puto que quiere conmigo. Pero ya le dije que no.

— ¿Y entonces a qué vienes a las cabinas?

— Pues vengo a conocer a chicas como ustedes.

— ¡Ora!… ¿Te cae? ¡Cámara, Diego! Estamos en confianza. Sé honeste.

— Bueno…sí lo conozco. Es que él está insistente en que me la quiere chupar, pero ya le dije que no.

— ¿O sea que ya ha pasado?

— Algunas veces.

Después de unos segundos de silencio incómodo por su confesión, puse en marcha mis conocimientos en antropología occidental.

— A ver, bésense… ¡Ah te creas!

Diego se quedó callado y me miró fijamente. Entonces, respondió a mi provocación..

—Yo beso a ese puto si tú y yo entramos a las cabinas y me la chupas.

— Híjooole, manito, la verdad es que no creo que eso pase— le respondí de forma inmediata, seguida de una palmadita en su hombro. —Mejor dime qué hay allí dentro —señalé a la zona de las cabinas.

—¿No han entrado? Pues no hay mucho. Solo hay putos jalándosela y otros viendo como se la jalan. A veces hay personas teniendo sexo, pero eso es en el cuarto oscuro. Si quieres entramos.

— ¡Ay, no! Tú quieres que yo entre contigo porque quieres que yo “acá”.

— ¡No te voy a hacer nada! Si quieres entramos con tus amigas. Les doy un recorrido por las cabinas y ven lo que hay. No les va a pasar nada. Si ustedes no quieren, no les pasa nada.

Comenté a mis amigas la propuesta de Diego. Las tres nos tomamos de la mano y dejamos que el hombre nos diera el prestigioso tour. Pero nada del otro mundo: unas cabinas con luces rojas y tenues, con hoyos en las paredes; dentro de las cabinas una tele. En la tele se reproducía una película porno. Un chico masturbándose y otro viéndole.

Bored.

Lo más erótico del lugar fue ver a la Rosalía pasándole un tostito de piquito al Arón. Nos reímos mucho pero mejor nos fuimos del lugar porque nomás no bailaban cumbias.  

A veces pienso que nos faltó flow del caro.

VIII

Llegué a ese nivel de socialización en donde estoy preguntando vía chat de Instagram, a un compa que conocí en la fiesta del fin de semana, si no hice el ridículo luego de que me explotara la tacha. Sí, la tacha.  ¿Pero cómo pasó eso? Pues así. Dialéctica, le llama el Marx.

Como clase de periodismo de primer semestre, le paso a describir mí experiencia en 160 caracteres:

Pues que me invitan a una fiesta. Pues que la tacha. Pues que si nos cooperamos. Pues que nos vemos entre la quinta y sexta. Pues que hay que comprar chelas. Pues que métete un cuartito. Pues que pon la tacha en tu lengua. Pues que si ya te explotó. Pues que la risa. Pues que la socialización. Pues que si hablas bien pinche fuerte. Pues que te ríes un chingo. Pues que quieres más. Pues que el mal viaje. Pues que lloras. Pues que no te da sueño. Pues que mejor al Tropic`s. Pues que tu nueva amiga la chica Trans. Pues que la besas. Pues que la caguama de a gratis. Pues que mejor a la zona roja. Pues que bailas bien culero. Pues que el beso de tres. Pues que te pones romántica. Pues que mejor ya me voy a mi casa de donde no debí salir nunca porque pura pinche imprudencia.

Que le voy a hacer si la vida me hizo así.

IX

El Tijuanazo es un neologismo para interpretar eso que Tijuana te da o te quita. Se puede definir como una experiencia muy particular que la ciudad te brinda; algo que te hace amarla u odiarla y eso puede influir en si regresas o todo lo vivido queda en un bonito recuerdo.

La primera vez que conté mi Tijuanazo, fue en una reunión con un grupo de amigas que había conocido en la universidad. Las chicas, con personalidades e intereses diversos, mantienen una bonita unidad porque desde su trinchera cada una sabe lo que quiere, respetando la forma de pensar de las demás. Actitud que brinda confianza y seguridad. Yo las aprecio mucho.

Durante el mes de diciembre, a pocas semanas de que cada una regresara a casa por las vacaciones, tuvimos una última reunión en donde expresamos la forma en la que nos había cambiado Tijuana.

Fue de las pocas sesiones en las que expresamos abiertamente, entre bromas y una que otra lágrima, nuestros sentires. Pero todo regresaba siempre al mismo tema: la culpa es de la pinche Tijuana, de lo que pasa, de lo que se hace, de cómo se vive, de cómo se sobrevive, de su frontera, de lo agresivo que puede ser un muro, del calor, la lluvia, de la comida, del romance, de las despedidas, de los encuentros.

Nos abrazamos rodeadas del crudo frío que anunciaba la llegada del invierno, con la promesa de volver a vernos.

X

Casi lo olvido. Sí terminé de escribir la tesis. Tres meses de sudor por uno de pudor dieron como resultado cuatro capítulos; creo que bien escritos, creo bien sustentados, creo que bien antropológicos.

Porque soy buena chica, pero me mama el exceso.

Publicado originalmente en La Desvelada (https://ladesvelada.com.mx/cronica-de-cuando-vendi-mis-pertenencias-y-me-fui-a-escribir-la-tesis-a-tijuana/).