Si las maldades de la guerra se hubieran salido con las suyas en un cierto puesto de bloqueo en el este de África apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, el planeta sería ahora un lugar un poquito más triste, un sitio sin la música de Renato Carosone.
El músico napolitano se había instalado primero en Eritrea, en 1937, y luego en la Addis Abeba bajo control italiano, en 1939, tocando en teatros y restaurantes para sus compatriotas coloniales. Cuando estalló el conflicto, y en un inocente intento por evitar un servicio demasiado largo con las tropas del régimen fascista, Carosone se enroló como voluntario, aunque tuvo la suerte de conseguir en los cuarteles un trabajo administrativo. "El muchacho que en la tierra africana creía haber hallado el paraíso, de repente se encontró en un infierno", contó en su autobiografía.
Escribir a máquina en la oficina militar no era su fuerte ("el teclado no era igual al de un piano", bromeaba), pero fue su puerta de salida: tomó una hoja con membrete oficial del ejército y tipeó una carta con la que se "transfirió" a sí mismo a un puesto fronterizo desde el que pudo escapar, desertar y pasarse a territorio en manos de las tropas aliadas.
Todos saben que ni ingleses ni norteamericanos tomaban en serio a las fuerzas italianas en África, y eso debe haber ayudado al simpático Renato a conseguirse unas cuantas presentaciones en los bares que frecuentaban los soldados aliados, construyendo de paso sus habilidades con el jazz y el boogie que luego sostendrían sus éxitos musicales.
"En aquel momento -recordó en sus memorias, Un americano a Napoli- los aliados buscaban desesperadamente músicos para reabrir los locales y subir la moral de las tropas". Las cosas iban bien, pero "la calma no duró mucho", ya que la caída del fascismo había puesto fin a la guerra en esa región "pero no a la violencia". Los "abisinios", como llamaba Carosone a los pobladores de la zona que había sido el Imperio etíope, estaban con muchas ganas de vengarse de sus ex patrones coloniales.
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Esas represalias, rememoró, "sugerían que era necesario un cambio de aire", porque, además, "me enloquecía la idea de ser hecho prisionero en una tierra donde Mussolini había logrado que los italianos fueran solamente objeto de odio". Así fue que se consiguió un pasaporte falso y salió junto a un amigo emiliano de regreso a Asmara, donde lo esperaba una oferta de trabajo en el teatro Odeon.
Los dos italianos vendieron casi todo lo que tenían para pagar los pasaportes falsos y conseguir un pequeño camión con el cual intentarían llegar con vida a la capital de Eritrea a través de rutas con distintos amos y facciones guerreras locales. Solamente se llevaron unos kilos de café, algunos neumáticos (dos bienes preciadísimos en esos años) y uno de los acordeones de Carosone.
Atravesaron con suerte siete puestos de bloqueo y "montañas controladas por tribus en conflicto eterno entre ellas". Pero "lo peor nos esperaba" en el último cerco, ya a pocos kilómetros de Asmara, donde "los abisinios" los hicieron bajar del camión, les confiscaron el café y los neumáticos y, lo peor de todo, los acusaron de espías, afirmando que el acordeón era en realidad un transmisor de radio.
"¿Pero cómo van a confundir un acordeón con una radio?", se enojó Renato. "Es todo lo que me queda de mi pasión por la música", remató.
Su actitud desafiante llamó la atención del señor de la guerra local que había llegado hasta el puesto de bloqueo. El hombre, vestido apenas con una túnica "de óptima confección", le ordenó que confirmara sus habilidades musicales. Renato tocó una mazurca, "con todas las variaciones y virtuosismos posibles", y lo que parecía la antesala de una ejecución se convirtió en una fiesta.
El jefe de la aldea se quedó luego para conversar con Carosone, y le confesó su amor por George Gershwin, Cole Porter y Duke Ellington, a quienes había escuchado mucho durante sus años de estudiante en Londres.
Carosone y su amigo fueron liberados, siguieron viaje con sus vidas, el café, los neumáticos y la fissarmonica. Desde Asmara, Renato viajaría pronto de regreso a Napoles, adonde pocos años después compuso "'O Sarracino" y "Caravan Petrol". Y, por supuesto, "Tu vuò fà l'americano", posiblemente el mejor micro-relato sobre la inmediata posguerra en las calles de Napoli, la ciudad en la que los jovenzuelos que querían parecerse a los soldados estadounidenses fumando Camel tenían que conseguir el dinero para comprar los cigarrillos de la borsetta di mammà.