Estamos en Semana Santa y a una hora de Bogotá, en Colombia, hay un lugar entre lo celestial y lo terrenal que se llama Catedral de Sal. Está en Zipaquirá. Al visitarlo, el recorrido se inicia internándose en una mina de sal de unos 180 metros de profundidad. Paso a paso, el aire se enrarece y la luz exterior poco a poco desaparece, al caminar por un túnel de 386 metros de longitud. Es como ir de a poco ingresando en un sueño profundo, colectivo, que lleva a todos los visitantes hasta un via crucis que representa por medio de 14 cruces talladas con bloques de sal, las distintas estaciones que padeció Jesucristo antes de ser crucificado. Las luces blancas, azules y moradas del lugar dan una atmósfera sombría y misteriosa al ambiente.
Al finalizar el primer tramo del recorrido se puede observar una cúpula realizada con sal, de 11 metros de altura, que simboliza la unión entre el cielo y la tierra. Desde allí se puede apreciar en todo su esplendor la catedral.
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La mina presenta varios juegos de luces y de perspectivas. Por ejemplo, minutos antes de acceder a la nave central, se ve un ángel con una trompeta que parece realizar un importante anuncio (La resurrección de Jesucristo) y por medio de una “ventanita” se ve luego una pequeña cruz que con los pasos del forastero hacen aumentar de tamaño hasta que alcance los 16 metros.
Los desafíos, sin embargo, no terminan ahí para el turista. En el fondo de la nave se puede ver a través del mármol tallado, una mano gigante tocando el dedo índice de un hombre. Una obra que los amantes del arte puedan comparar con la original de Miguel Angel, que se encuentra en la Capilla Sixtina. Esta pequeña versión latinoamericana de “La creación del hombre” que replica la Catedral de Sal de Zipaquirá, es obra del escultor colombiano Carlos Enrique Arango.
El tiempo avanza y los sentidos se agudizan, especialmente la vista, ya que aún quedan imágenes por descubrir. La primera, una obra de piedra a escala humana que representa a un ángel situado sobre un niño, y junto a él, dos figuras humanas que lo acompañan. Representan el nacimiento del Mesías, para los católicos. La segunda es un llamado a la naturaleza representada en un frondoso árbol. Requiere unos cuantos segundos identificar animales como el búho y la araña, que para las antiguas comunidades aborígenes de Colombia simbolizaban la sabiduría, la astucia y el trabajo junto al “Zipa”, antiguo rey nativo que realizaba una ofrenda de pan de sal a su Dios.
La Catedral de Sal de Zipaquirá es única en América no sólo por su arquitectura, sino porque permite enlazar el simbolismo religioso y espiritual mientras se disfruta de Colombia.
►Linda Hurtado
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