Quedan pocas funciones pero hay más de un motivo para ir a ver La Carrera del Libertino al Teatro Colón (Tucumán 1171, CABA). El primero, sin dudas, es porque se representa justamente en la sala más maravillosa de Buenos Aires, lo que supone de por sí un buen programa sin importar qué espectáculo se ofrezca. Pero la ópera de Igor Stravinsky tiene muchos atributos que la hacen permeable a todas las edades y estilos de pensamiento: de modo caricaturesco propone no dejarse llevar por la vida fácil, porque nubla la mente y las cosas pueden terminar mal. Además de las interpretaciones magníficas y una gran cantidad de personas sobre el escenario, así como debajo (particularmente la Orquesta y el Coro estables del Colón) que trabajan para que esta puesta salga tan impecable como la vemos, es la dirección de escena del gran Alfredo Arias, apoyado en la escenografía de Julia Freid, el increíble vestuario de Julio Suárez y la iluminación de Matías Sendón.
En esta versión en inglés de W. H. Auden y Chester Kallman (con subtitulado simultáneo) se cuenta la vida de Tom Rakewell, un hombre humilde y tranquilo que está de novio con Anne Trulove, una joven de buena posición económica. El padre de la chica no se opone al noviazgo pero espera que el futuro yerno consiga un trabajo estable. Tom es un soñador y cree que tendrá un golpe de suerte. Esto ocurre cuando un personaje oscuro como su nombre lo indica, Nick Shadow, se presenta ante el joven y le dice que es el heredero de la gran fortuna de su tío y que tiene que ir a Londres a cobrarla, ofreciéndole además sus servicios, que espera cobrar al año y un día a partir de la fecha.
Así Tom y Shadow se embarcan en una colorida aventura durante la cual el segundo lo mete al primero en el mundo de los placeres y los gastos desmedidos, mientras Anne sigue esperando el regreso del novio. A lo largo de tres actos y casi tres horas de representación (con un intervalo) veremos todos los líos en los que se mete el nuevo millonario meintras pensamos "¡no hagas eso!" todo el tiempo. Y nos regodeamos con imágenes hermosas de una puesta sencilla en cuanto a escenografía pero muy vistosa en los trajes y por demás colorida con las voces de los intérpretes hasta llegar al epílogo, un delicioso momento en el que los protagonistas bajan línea en contra del libertinaje, una verdadera delicia.
Con grandes interpretaciones, especialmente de la deliciosa Andrea Carroll como Anne y de Chistopher Purves como Shadow, es todo placer y sonoridad. En la representación que ví, la orquesta estaba dirigida por Charles Dutriot, pero en la función agregada para el 26 de julio, la Orquesta Estable estará dirigida por Kakhi Solomnishvili, mientras el Coro Estable mantiene la dirección de Miguel Martínez. Además el elenco es numeroso, enorme, hay muchas personas sobre el escenario, algo que solo en el Colón se puede dar.
Estéticamente, la puesta es inolvidable, con el coro (impecable) vestido con impermeables grises y guantes rojos mientras que los habitantes del burdel al que llevan a Tom usan lentejuelas, polleras con volados como las que se popularizaron en el Mouline Rouge y los enfermeros, sobre el final, tienen togas blancas y la cara velada. Es realmente impresionante lo que logran sobre un simple fondo de semicírculo de madera clara. El punto culminante son los vestuarios de las damas protagónicas, Anne y Baba La Turca, marcando de manera colorida y de aspecto muy rico, las diferencias entre ambas pretendientes de Tom.
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