Aunque es una reposición, el regreso de Parque Lezama a la cartelera porteña siempre resulta bienvenida. La obra con versión argenta de Juan José Campanella sobre el texto de Herb Gardner, traslada a una enorme plaza porteña las charlas de dos ancianos y sus aventuras en ese micro mundo. Desde ya que el texto se vuelve tan nuestro como pícaro y entrañable, además de reflejar ajustadamente cómo se vive la cotidianeidad en ese gran espejo verde del el sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y se apoya en la maravillosa escenografía de Cecilia Monti que replica de manera idéntica la arquitectura y el paisajismo de lo que siglos atrás fue el parque de una mansión patricia. Es peefecta.
Y como todo hace a la propuesta, a la diversión, la nostalgia y la compasión que siente el espectador a lo largo de la representación, que tiene un intervalo, son piezas fundamentales los dos actores que vienen corporizando la obra por el mundo desde hace 10 años: Luis Brandoni y Eduardo Blanco. En cada participación se nota el amor que le tienen a sus personajes, al texto, a la propuesta en general que tantas satisfacciones les dio. Se nota en los guiños que le hacen al público, en que no tienen problema en caerse al piso cuando la trama lo requiere, en esas dos grandes composiciones que regalan con cada representación.
Si, porque decir que estos dos grandes actores están magníficos, no sorprende. Pero sí se agradece que esos dos viejitos uno piola y a contramano de lo establecido, y el otro cascarrabias y aferrado a una situación que tiene las horas contadas, den una lección de humanidad y que pongan en evidencia que ser viejo para muchos es una molestia aunque esos viejos estén bien de la cabeza y brinden lecciones hermosas con cada locura que se mandan. Y corporizados por Brandoni y Blanco, Schwartz y Cardozo salen ganando en dos interpretaciones maravillosas.
Vale destacar lo bien acompañados que están con las breves pero efectivas participaciones de Verónica Pelacchini como la hija de Schwartz pasa por todos los matices consecuencia de su relación con el padre; Gerardo Chendo una vez más demuestra que puede ser lo que se proponga y Cumelén Sanz agrega frescura en su interacción con los dos viejitos. Ah, Martín,Gallo directamente asusta con su matón de plaza.Como dije la obra es larga, pues tiene un intervalo. Pero hay dos bajadas de telón (para que los actores se caractericen según la trama) que producen un largo impasse cortando el clima de la obra.
La mano del director se nota en cada momento, con esa forma cálida y tranquila para conducir a su rebaño, Campanella sabe dejar su marca en las producciones de las que participa. Y es uno de los motivos por los que el público lo sigue y apoya.
Como si esto fuera poco, el combo para pasar una gran noche se completa con el nuevo y hermoso teatro Politeama, amplio y cómodo, de acceso rápido a la enorme sala, rapidez que se repite a la salida. Para volver a verla o descubrirla por primera vez.
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