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El operativo clamor de Massa

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Sergio Massa adelantó que no competirá en internas para definir al candidato del oficialismo. | Pablo Temes

Doctor en ciencias sociales y sociólogo por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Alejandro Horowicz publicó en 1985 Los cuatro peronismos, un trabajo que se convirtió en un clásico del análisis del movimiento justicialista. Formado en el pensamiento de izquierda bajo la influencia de Jorge Abelardo Ramos y discípulo de León Rozitchner en la producción académica de teoría y filosofía política, Horowicz dibuja en este ensayo el devenir del principal partido de masas argentino sosteniendo que la historia del peronismo es producto de una sucesión de etapas muy distintas que se vinculan al proceso histórico que atravesó Argentina en cada momento de la muy convulsionada segunda mitad del siglo veinte.

Surge así una instancia fundacional relacionada con la sustitución de importaciones y el ascenso social de las clases trabajadoras, que va desde el 17 de octubre de 1945 hasta el golpe de la Revolución Libertadora. Luego se vislumbra una segunda era de persecución y proscripción política, que se efectiviza en la resistencia y la burocracia sindical, evidenciada entre 1955 y la década del setenta. Más tarde comienza una tercera etapa producida en el marco de la violenta era de guerrillas marxistas y dictaduras regionales, que en Argentina está identificada con las juventudes peronistas, con las organizaciones políticas armadas y con el regreso de Perón desde el exilio, período que va de 1973 a 1975. Y, por último, un cuarto momento de descomposición de los postulados originales justicialistas, protagonizado bajo el gobierno de Isabel Perón y José López Rega, oscura etapa que da inicio a una fenomenal crisis política para Argentina y para el peronismo.

Lo interesante de este trabajo de Horowicz es que demuestra que a pesar de los distintos fenómenos que se fueron produciendo durante esas cuatro décadas iniciales del Partido Justicialista, desde su apogeo hasta su declinación, nunca hubo dudas sobre el liderazgo de Perón mientras el Caudillo estuvo vivo. Con su muerte, primero, y con la feroz represión de la dictadura, después, se abrió en el peronismo un paradigma de acefalia que se profundizará con la inesperada y contundente derrota que le propinó Raúl Alfonsín en el regreso de la democracia. Solo semejante debacle posibilitó que en el peronismo germinara un debate interno sobre la figura del liderazgo. Ese fue el contexto en el que se desarrolló la elección de 1988 en la que Carlos Menem triunfó sobre Santiago Cafiero. Se trata del único antecedente de toda la historia peronista en el que se realizó una primaria para definir a un candidato presidencial.

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Desde entonces, los candidatos peronistas se ungieron siempre sin internas, por voluntad de un líder o por el peso específico que impuso la coyuntura. Cuando Menem no pudo competir porque estaba impedido de una re-reeleción, Eduardo Duhalde fue el candidato único, a pesar de Menen. Cuando Duhalde no pudo competir por la mortal represión piquetera, Néstor Kirchner fue el candidato único, a pesar de Duhalde. Cuando Néstor no pudo (no quiso) competir, Cristina fue la candidata única, a partir de Néstor. Y cuando Cristina no pudo ser reelecta, Daniel Scioli, primero, y Alberto Fernández, después, fueron los candidatos únicos, a partir de Cristina.

Pero el peronismo se enfrenta ahora un dilema inédito que no se había presentado nunca desde su nacimiento: ser gobierno en un año electoral y en medio de una gestión fracasada, que termina con altísimos índices de pobreza e inflación. Se trata de un difícil escenario en el que los liderazgos se disipan y no permiten respetar la regla, no escrita pero siempre asumida, de imponer candidaturas únicas en una campaña presidencial.

Los candidatos peronistas se ungieron siempre sin internas.

“El viejo mundo se muere. El nuevo mundo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. La sentencia que ideó Antonio Gramsci en su monumental Cuadernos de la cárcel para definir el concepto de hegemonía política, es también pertinente para anticipar el escenario de ausencia de hegemonía que se avecina en el Frente de Todos. Sergio Massa no quiere claroscuros y busca imponer su nombre: exige ser el candidato de unidad y es eso o es nada. No está de acuerdo con enfrentar ni a Scioli, ni a Jorge Manzur, ni a Agustín Rossi, ni a Juan Grabois. Porque, en verdad, lo que Massa rechaza es la posibilidad de recibir fuego amigo y responder sobre su gestión, especialmente, si la crítica es pronunciada por un compañero. El ministro de Economía entiende que si fue el responsable de haber evitado la salida anticipada (helicóptero) del Gobierno y logró generar un valioso oxígeno hasta diciembre, no debe ser sometido ahora a una interna en la que tenga que validar sus logros. No importa si la inflación mensual llegó al 8,4% y se convirtió en récord desde 2002.

“Los que gobernamos tenemos que demostrar cómo resolvemos los problemas del presente y como diseñamos el futuro, y no andar perdiendo el tiempo en internas estériles que sólo resuelven vanidades políticas”, advirtió Massa esta semana durante un acto en el interior de la provincia de Buenos Aires junto al gobernador Axel Kicillof. De esa manera, el jefe del Palacio de Hacienda volvió manifestarse en contra de disputar las candidaturas del oficialismo en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Y, para que no queden dudas, cargó contra las PASO dos veces en menos de 24 horas: ya había criticado a la interna del peronismo en el encuentro convocado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (AmCham). Frente al círculo rojo, Massa afirmó: “Esto de dirimir en una primaria si el Gobierno tiene diferencias me parece un gravísimo error, porque lo que hace es darle incertidumbre a la gente y estamos para dar certidumbre”.

El Presidente respondió el viernes a su ministro. “No creo que pongan en riesgo la gobernabilidad por una PASO, sino creería que estoy en un espacio de energúmenos”, sostuvo Alberto. Porque Massa va a contramano de lo que propone la Casa Rosada, que exige “democratizar” la decisión para definir el armado de las listas. Y sigue la línea que trazó Cristina Kirchner en el Teatro Argentino de La Plata, cuando la vicepresidenta advirtió que antes que discutir candidaturas, el Frente de Todos debe proponer un plan de gobierno como candidato. “Soy parte de una coalición de gobierno y quiero que mi coalición siga gobernando. Para eso, tenemos que decirle a la gente lo que nos tocó resolver, lo que no pudimos resolver y hacia dónde vamos. No poner a pelearnos sobre diferencias que tienen más que ver con cuestiones de posicionamiento individual. Si la pelea es de posicionamiento individual, prefiero mirar desde el costado”, advirtió el ministro en un claro mensaje a Alberto Fernández, que deshabilitó su reelección pero mantiene la intención de ir hacia una PASO oficialista.

Cuando Menem derrotó a Cafiero se alzó con la candidatura de manera sorpresiva, ya que el gobernador de la provincia de Buenos Aires marchaba primero en las encuestas. Pero mientras Cafiero parecía ser la continuidad del alfonsismo por otros medios, el logro del riojano fue mostrarse como un candidato “antisistema” que discutía abiertamente la gestión radical en medio de una fenomenal crisis. Es una instancia muy diferente de la que ahora protagoniza Massa, que asume esta campaña electoral desde el Gobierno y siendo el principal decisor de las políticas económicas.

Massa exige ser el candidato de unidad y es eso o es nada.

Es por eso que Massa no aceptará competir en una PASO. Ya lo saben los jefes de la CGT, los líderes de La Cámpora y los principales intendentes del Conurbano. Porque el massismo sostiene que si Massa es el candidato único, el Frente de Todos podría lograr un piso de 30 puntos y su candidatura saldría fortalecida siendo el más votado de esas primarias. Eso le daría, dicen cerca de Massa, impulso para la primera vuelta. En cambio, advierte el massismo, si Massa está obligado a competir en una interna, el voto oficialista se dividiría y el político más votado sería Javier Milei mientras que el ganador de Juntos por el Cambio también estaría posicionado. En ese escenario, la remontada sería mucho más difícil para un representante del Gobierno en una campaña en la que la economía se empecina en dar malas noticias.

La candidatura única de Massa sería para Cristina una nueva victoria sobre Alberto Fernández. Cristina se convertiría así, otra vez, en la gran electora y artífice de una opción que podría estar en condiciones políticas de competir, especialmente, en medio de la despiadada disputa que se evidencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Pero, lo cierto, es que no queda clara la postura de Cristina: un día antes de que Massa lanzara su rechazo a las internas, Eduardo Wado de Pedro ofreció tres entrevistas: en todas se manifestó a favor de las primarias. “Yo veo en las PASO una buena forma de resolver la discusión interna, ¿no?”, aseguró el todavía ministro del Interior. Al menos por ahora, el principal motor del operativo clamor de Massa es Massa.