40 AñOS DE DEMOCRACIA
el avance de un sector clave

Del arado al satélite, la revolución del campo

De la mano de un grupo de productores, pioneros en el inicio del proceso democrático comenzó una transformación del sector agropecuario, que provocó un despegue del sector inédito. El rol de la tecnología, los desafíos de la producción sustentable y el papel en la política argentina.

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Tierra y fierros. El agro durante las últimas décadas vivió un cambio en la producción, con desafíos como las buenas prácticas ambientales. | cedoc

Uno de los principales pecados que puede cometer un periodista es ser autorreferencial, pero me resulta inevitable: en 1983 comencé a participar en el periodismo agropecuario. Por eso mi doble celebración cuando me encargaron escribir sobre los 40 años de democracia en el campo.

La primera tentación es marcar el predominio de la tecnología durante estás décadas, y lo tuvo. Nacía una nueva época que le dio paso a la natural creatividad del hombre de campo. Se pasó de la noticia centrada en todos los males que declaraban los productores y sus entidades (lo que ya había dejado acuñado en el resto de la sociedad eso de “los del campo siempre lloran”) a una actitud proactiva. Allí estaban los pioneros de la siembra directa, reformando y adaptando sus maquinarias. Una de mis experiencias fue llegar al campo de Heri Rosso, en el sur de Córdoba, y frente a la no respuesta a los atinados toques de bocina, palmas y llamados, dirigirnos con el fotógrafo que me acompañaba en ese viaje hacia un galpón del que aparecían los característicos refucilos amarillo-azulados de las soldadoras. “Disculpen, no los escuché, estoy ensanchando las llantas de una tolva”, dijo el gran fierrero de los pioneros que salieron a sembrar en directa. Al día siguiente nos mostraba sobre un lote cómo no quedaba marcado el suelo luego del paso de esa tolva, a la que había cargado con maíz hasta el tope y le había montado cubiertas usadas de avión. Todavía no habían llegado las cubiertas de alta flotación. Fue un grupo de pioneros que se animaron a desafiar al arado, una herramienta cuyos primeros indicios aparecen 3.500 años antes de Cristo.

Pero, mientras algunos productores innovadores se preocupaban por mantener la estructura de sus suelos y por desarrollar sistemas de producción más eficientes en el uso del agua, otros colmaban tribunas desde las que se animaron a abuchear al presidente Raúl Alfonsín. Fue en la inauguración oficial de la 101º Exposición de la Sociedad Rural Argentina. “Es una actitud fascista no escuchar al orador”, les dijo. De esta forma aparecían las distintas caras del campo y a la vez se seguía profundizando la grieta que aún se mantiene entre el sector y el resto de la sociedad. 

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Volver a la agronomía. En los últimos años la tecnología puso a disposición de los productores agropecuarios la más amplia y diversificada gama de insumos. Todos, desde las semillas, los productos fitosanitarios, las maquinarias y los sistemas de almacenaje y conservación tienen en su génesis altísimos niveles de conocimiento. Frente a esos desarrollos parece que todo se encuentra normalizado, mecanizado y programado y hubo quienes creyeron que esto les evitaría pensar a quienes tienen que guiar las actividades agropecuarias e incluso que se reduciría el nivel de decisiones que deberían tomar. Ese enfoque dio origen a una deformada conceptualización de los llamados “paquetes tecnológicos”. Sin embargo, las semillas transgénicas, las máquinas que ajustan su posición y dosificación en comunicación con los satélites, las modernas picadoras de forraje que permiten entrar al lote de maíz con 35% o más de materia seca ofreciendo silajes de alto contenido energético, y cualquier otro de los modernos insumos que ahora llegan al campo, ofrecen un altísimo potencial para elevar los resultados físicos y económicos, pero siempre que sean adecuadamente incorporadas a una concienzuda planificación. Entonces, se viene hablando de “volver a la agronomía, que no es volver al pasado, sino a una profunda revalorización de las tecnologías de procesos”.

Reforma agraria new age. Otro de los paradigmas de las últimas décadas es que las actividades y proyectos desarrollados por el hombre deben pasar por el tamiz ambiental. Es que en la práctica no existen acciones humanas que no tengan efecto sobre el ambiente. 

La actividad agropecuaria no sólo no es ajena al tema, sino que es una de las que se encuentra en el centro de la escena y está recibiendo ciertos condicionamientos. Un ejemplo son las restricciones municipales y provinciales que le ponen coto a las fumigaciones. Con ese antecedente, podría ocurrir que los habitantes de una región decidan que en los campos de su zona no se siembre tal o cuál cultivar, transgénico o no. 

Este debate no entra en conflicto con la propiedad de la tierra, pero alienta cambios que pueden considerarse como parte de una ineludible e insoslayable reforma agraria. Ya no se trata de “desalambrar, ahora el eje de la gestión ambiental no pasa por quién es el propietario, actualmente la cuestión es quién, o quiénes, determinan qué y cómo se produce. Por esta vía, los campos dejan de ser un ‘bien de familia’ para ponerse al servicio de las necesidades de la comunidad. Esto significa encuadrarse en lo que ambientalmente –desde lo físico, lo biótico y lo social– es más conveniente para el conjunto. El principio que guía ese enfoque no es nuevo y ha sido abundantemente declamado, pero escasamente cumplido. Se trata, ni más ni menos, de respetar los derechos de las generaciones futuras a disponer de un ambiente, al menos similar al actual, que les permita generar sus sustentos básicos”.

* Ingeniero Agrónomo. Exdirector de la Revista Super Campo.