"Nuestro rol no es la promoción de la industria del cannabis. Somos un organismo de regulación que se creó en 2013, cuando se aprobó la legalización y había que dar suficientes garantías de que la actividad iba a estar controlada", se presenta Daniel Radío, secretario general de la Junta Nacional de Drogas en Uruguay y presidente de la Junta Directiva del Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA), el corazón del sistema al otro lado del río.
En las horas posteriores a la publicación del decreto presidencial en la Argentina que abría la puerta a un demorado reclamo a favor del autocultivo con fines medicinales, PERFIL se comunicó con la otra orilla para volver sobre su experiencia, mucho más amplia. Radío es, en el nuevo gobierno multicolor de Luis Lacalle Pou, uno de los funcionarios con más experiencia al respecto a partir de sus diez años como legislador en las comisiones de Adicciones y Salud Pública. Además, se formó como médico.
La entrevista demoró algunas semanas en concretarse pero cuando tuvo lugar se extendió a lo largo de varios tópicos: el rechazo que subsiste en algunos sectores sociales uruguayos; las evidencias que, con el paso del tiempo, descartaron muchos de los prejuicios originales; los puntos débiles del sistema y la opción de pensar también al cannabis como una fuente de exportaciones para la región asociada.
"Todavía estamos viviendo un proceso de aprendizaje institucional respecto a cuántas cosas debe asumir el IRCCA y cuántas cosas se asumen desde otros organismos del Estado pero hoy todo el cannabis para uso adulto y medicinal está bajo nuestra órbita. Subsiste una zona gris en lo que refiere al uso industrial", detalló Radío.
—¿Cuánto se reformó el sistema tal cual había sido pensado en 2013?
—Hay ajustes permanentes. El cambio de gobierno en Uruguay (en marzo pasado), con una orientación política opuesta al anterior, podía generar expectativas en el sentido de que ahora esto se revierte. Nosotros estamos interesados es que esto se convierta en una política de Estado, independientemente de que pueda haber algunas modificaciones, la idea es que esto tenga continuidad. Y este primer gobierno es importante para que los uruguayos y el mundo capten este mensaje: por acá vamos.
—¿Qué reformas específicas se contemplan respecto al cannabis entre estos matices a los que alude?
—Por ejemplo, tengo inquietud sobre la atención de la salud de los pacientes-usuarios problemáticos de drogas. Porque cuando hablás de droga, todo el mundo cree que estás hablando de un problema y sabe de qué problema estás hablando. Bueno, yo no estoy seguro si es así. Primero, porque drogas no es igual a problemas: hay uso problemáticos y no problemáticos y cuando los usos son problemáticos, constituyen una patología. Tratándose de una patología, uno piensa qué abordaje terapéutico conviene y, en materia de uso problemático de drogas, no está muy claro cuál es ese éxito. Tenemos que tener respaldo científico para lo que uno hace.
—¿Subsisten rechazos sociales en Uruguay a siete años de la legalización del cannabis?
— Sigue habiendo muchos cuestionamiento de sectores de la sociedad y a mí me parece que tenemos que curarnos en esto. El uso problemático de drogas es el emergente de realidades previas de las personas, relacionadas con ellas o sus entornos, familiares o comunitarios. Lo que tenemos que manejar ahí es la noción del vínculo. Que haya violencia de género es un dato de la realidad y, sin embargo, a nadie se le ocurre que la solución es prohibir las parejas. En el caso de las sustancias sí, para muchas personas la solución es prohibir la pareja. Es raro. Porque conociendo los antecedentes en el mundo, con el tema del alcohol, ya una vez a Estados Unidos se le ocurrió que la mejor solución era prohibirlo y lo que consiguió es que se le sumaran otros problemas como Al Capone, la mafia... hasta que tuvieron que dar marcha atrás. Si nosotros lo transpoláramos a otras sustancias, quizás las soluciones que tendríamos serían diferentes. A lo mejor tendríamos otra cabeza.
—Ese rechazo que persiste, ¿se atribuye a grupos definidos o es transversal?
—Hace tiempo que no hacemos encuestas de opinión pública vinculadas con eso. Cuando la norma se discutió en Uruguay, había un porcentaje de la población que estaba en contra. Me imagino que eso se ha ido modificando, en el sentido de tener una mirada más favorable, pero no tengo datos. Creo que son transversales: que no se cortan por partido político u otras variables.
—En su caso, usted no acompañó la ley en 2013 cuando era diputado. ¿Cambió en algo su perspectiva desde entonces como parte de ese proceso de aprendizaje?
—Diferenciemos cosas. Yo no voté la norma, es verdad. ¿Cambió mi perspectiva? En alguna cosas, confieso que sí, pero mayormente no, porque participé de todo el debate previo que, en Uruguay, comenzó en 2010 y en el que estábamos involucrados todos los partidos. Yo era legislador en ese entonces. Y se trató de un proceso gradual en el que la mayoría teníamos una cabeza contraria al paradigma prohibicionista. Y teníamos consensos muy grandes al punto que se estaba habilitando el autocultivo y los clubes de membrecía en dos proyectos porque no habíamos logrado consensuar. De todos los que participamos de ese debate, uno es el titular de la Secretaría Nacional de Drogas, que soy yo. Y el otro es el Presidente de la República (Luis Lacalle Pou), que fue el que presentó el primer proyecto en Uruguay de legalización del autocultivo de la marihuana. Cuando venía fluyendo, aparece el proyecto del Ejecutivo (del Frente Amplio) que no generaba consensos. Hubo todo un operativo de marketing para hacer que (el presidente Pepe) Mujica se acreditara a sí mismo una cosa que la sociedad uruguaya venía debatiendo con toda naturalidad y madurez.
—Un prejuicio habitual que suelen esbozar quienes se oponen a la legalización es que estimula el consumo, ¿qué registro tienen en Uruguay?
—No hubo una baja en el inicio de la edad de consumo ni tampoco se consume más desde más joven. Al contrario. Se incorporaron muchos consumidores de edad adulta. Ahora, en lo que respecta a la gráfica del consumo, no tiene un punto de quiebre. El aumento del consumo venía desde antes de la aprobación de la norma y siguió después. En todo caso, la crítica puede ser que no lo desaceleró. Lo que, otra vez, es verdad salvo en algunas edades: hubo, entre 2016 y 2018, un achatamiento de la curva durante el cual no se incrementó el consumo entre los menores de edad, según encuestas que realizamos entre estudiantes de la enseñanza media. Pero en el contexto de la población eso se ve neutralizado por el incremento en otras franjas etarias más grandes. Cuando ves la franja global, la pendiente es la misma.
—Salvo el caso de Uruguay, Canadá y 15 estados de Estados Unidos que han autorizado el uso no medicinal, hasta permitir el autocultivo, la mayor parte de los países que se han animado a avanzar en la legalización se han quedado en la primera etapa, en lo que refiere al placebo. ¿Se trata de una decisión política?
—Para nosotros, en realidad, la primera etapa fue el debate sobre el uso adulto del cannabis. Lo otro vino casi como un anexo. En lo personal, me preocupo de no utilizar el término "recreativo", casi que trato de evangelizar con eso, porque si uno usa la palabra "adulto" envía el mensaje a los jóvenes de que el mercado está regulado para los adultos y, en todo caso, si un menor de edad tiene ganas de consumir, conversá con tus viejos y que papá o mamá te digan lo que tenés que hacer en la vida. Para nosotros fue la discusión central. Tal es así que, cuando nos dimos cuenta de lo otro, empezamos a correr desde atrás. La clave fue que hubo un sinceramiento rápido en Uruguay en el sentido de que había muchos movimientos sociales que reivindicaban el uso adulto del cannabis y entonces nos parecía que teníamos que abordar ese tema con mayor urgencia. Hubo quienes sostuvieron la idea de disputar el mercado al narcotráfico. En lo personal, pienso que el tema debe centrarse en los derechos y un efecto secundario es que le robemos el mercado al narcotráfico. La lógica debe ser si el Estado le tiene que decir a las personas qué consumir y qué no.
—¿Pero se redujo la actividad del narcotráfico en Uruguay?
—Vinculado al cannabis, sí. Vinculado a otras drogas, no. Uruguay tiene una cuestión rara que es que el país es fundamentalmente de tránsito pero, aún así, de lo que pasa de tránsito, algo queda y circula y por más pequeño que sea el mercado nunca va a ser despreciado. Ahora, respecto al mercado negro tradicional, el dato que tenemos es que el prensado paraguayo que se consumía tradicionalmente en Uruguay se redujo a la quinta parte porque dejó de ser un negocio. Tenemos algunas denuncias que se detectó cannabis uruguayo en la frontera con Brasil. No sabemos de dónde procede, suponemos que de cultivos ilegales, que los hay en Uruguay. Pero capaz que no, que es de gente que está haciendo las cosas mal. En todo caso, por qué van a vender en Brasil si hay un mercado legal acá: porque en Brasil vale 4 mil dólares el kilo y aquí vale 1500. ¿Y por qué vale 4 mil dólares en Brasil? Porque está prohibido. Porque uno de los favores que nosotros le hacemos a los narcotraficantes con las prohibiciones es que le mejoramos el precio.
—¿De qué modo se puede lidiar con ese mercado clandestino a escala sin afectar los derechos de quienes siguen las reglas?
—Es un riesgo y hay un indicio de que pudiera estar pasando, que algunos autocultivadores o clubs cannábicos pudieran estar vendiendo, cosa que no deberían hacer. Tenemos una dificultad respecto a cómo lo fiscalizamos. Hay que reprimirlo pero no es lo mismo este mercado gris que el combate a los grandes carteles. No es lo mismo que un pibe ponga un kiosco y venda para la cuadra de la planta de su casa que una banda que contrata sicarios para matar. No hay que permitirlo y hay que trabajar para que no pase pero las magnitudes son distintas.
—¿Cómo impacta en la demanda el hecho de que el cannabis de las farmacias tenga un THC bajo?
—El THC es el componente de la planta que es psicotomiméticos, lo que produce el pegue de los consumidores. La cantidad de THC es lo que define esto: cuánto mayor, más es el pegue de la planta. Es un problema que tenemos con el cannabis que se vende en farmacias, que tiene un porcentaje de THC muy bajo y para muchos no es apetecible. Los usuarios más siberita, por decirles de algún modo, van a los clubes cannabicos donde hay otra variedad de THC por encima de estos niveles que se consiguen en farmacias. De hecho estamos discutiendo en el IRCCA la posibilidad de introducir algunas variables que tengan un poco más de pegue.
— Tengo entendido que también se piensa en avanzar en una industrialización mayor para hacer del cannabis uno de los grandes rubros de exportación de Uruguay...
—Es una de las indicaciones expresas que recibí del Presidente de la República cuando asumí en la Secretaría Nacional de Drogas: que tenemos que ser agentes catalizadores para propiciar el afincamiento de inversiones, los cultivos y todos los procesos consecutivos que tiendan a agregar valor de forma tal de hacer del cannabis un rubro importante de exportación para el Uruguay. Ahí las expectativas varían: hay quienes dicen que esto puede ser un rubro de primer nivel para nuestro país pero yo estoy un decibel por debajo. Creo que puede crecer mucho, ser una industria importante, pero no alcanzar el nivel de la carne, como dicen. Los mercados más importantes del mundo son Canadá y Estados Unidos y es muy difícil entrar. Claro que, en nuestro caso, si entras un poquito ya nos mueve la aguja.
— ¿A qué destinos están apuntando?
—Hoy, el principal receptor de exportaciones es Europa y allí hay un potencial para el crecimiento gracias a Suiza y otros países. En un plazo no tan lejano, no obstante, vamos a tener una competencia con Europa del Este, que ya están plantando. Y ahí el rasgo definitivo que debe conseguir Uruguay, para tener ventajas comparativas, debe girar en torno a dos cosas: por un lado la calidad de lo que vendemos y, por el otro, la posibilidad de agregar valor. Y en toda esta discusión respecto al cannabis medicinal, la gran apuesta tienen que ser los productos de calidad farmacéutica.
—Y respecto al tamaño de las exportaciones, ¿hay posibilidades de pensar en una asociación regional, incluso con Argentina?
—Ojalá que sí. No está definido cómo juegan los actores si ni siquiera está definido el campo de juego. Te mencionaba a Estados Unidos, Canadá y Europa pero falta ver el mercado brasileño, que es lo más grande que hay en América y yo creo que, cuando ese mercado se abra, podemos jugar todos o podemos destrozarnos compitiendo porque va a querer exportar Colombia, Paraguay, Perú, Argentina, Uruguay... Dependerá de la cabeza que tengamos. Creo que habrá espacio para que acordemos todos en una perspectiva de crecimiento en conjunto.