El icono más emblemático de Moscú, la Catedral de San Basilio, acaba de cumplir 460 años de vida y la suya es una historia de supervivencia: muchas veces estuvo a punto de desaparecer y sin embargo, tiene siete vidas, como los gatos.
Once catedrales diferentes, con torres que terminan en bulbos de colores decoradas como si fueran de grana y mazapán, la convierten en uno de los iconos artísticos más sublimes y hermosos del mundo.
Cuando nació, todo el conjunto era blanco con cúpulas doradas y su fisonomía cambió innumerables veces hasta que adquirió la actual, en el siglo XVII. Se le sumaron y se le quitaron patios, pórticos, galerías y pasillos. Tuvo paredes decoradas con excelsas pinturas bizantinas, un tejado diferente y un techo a cuatro aguas que en algún momento se perdió. Algo nunca cambió: siempre fue hermosa.
Esta joya moscovita sobrevivió a varios incendios; las tropas de Napoleón la usaron de establo mientras el emperador urdía cómo llevársela a París. Los revolucionarios rusos quisieron demolerla porque les quitaba espacio para sus mega-desfiles militares. Josef Stalin, con todo, le salvó la vida.
Sin embargo, para que nadie confundiera las cosas, perdió su valor sagrado o mejor dicho, se trasladó.
En la década del 20, el partido soviético la convirtió en un museo histórico y arquitectónico. En la planta baja, una exposición honraba el pensamiento de Karl Marx y Friedrich Engels, y las hazañas de Vladimir Lenin y Josef Stalin. Una cita de Karl Marx adornaba un pórtico: “La abolición de la religión como felicidad fantasma del pueblo es una condición necesaria para su verdadera felicidad”.
Para devolverle su valor histórico, quitaron la capa de pintura que adornaba sus muros con frescos y los ladrillos quedaron a la vista, junto a otros sectores de piedra blanca.
En 1928, San Basilio comenzó a funcionar como museo secular y, en 1997 recuperó su actividad dentro del culto ortodoxo; desde entonces ofrece servicios semanales. A pesar de todo, no es la sede del Patriarca Ortodoxo de Moscú, ni es la principal catedral moscovita de ese culto, aunque siga brindando algunas actividades religiosas, intercaladas entre las visitas guiadas (700 rublos por persona; gratis para chicos hasta 14 años) que permiten recorrerla y desentrañar sus secretos.
El mayor laurel de su popularidad le llegó con el Tetris, el videojuego que creó un ingeniero informático ruso, en 1984. Alekséi Pázhitnov trabajaba para el Centro de Computación Dorodnitsyn de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, en Moscú, cuando eligió la silueta perfecta de las cúpulas asimétricas de San Basilio para abrir el juego.
Brillante aún en invierno, al sureste de la Plaza Roja y junto a los edificios públicos del Kremlin, la Catedral de San Basilio integra desde 1990, la lista de Patrimonio de la Humanidad de UNESCO. Sus once mini catedrales son, además, la sede del Museo Histórico del Estado.
Un zar y un santo
Para contentar su egolatría, en 1555 la mandó a construir Iván IV Vasílievich, Iván el terrible, el primer monarca ruso que se hizo llamar “zar”: quería que cada una de sus victorias sobre el reino de Kazán fuera coronada por un templo.
Y así, Iván el Terrible comenzó por la primera, que coincidió con la celebración rusa de la Intercesión de la Santísima Virgen María en el Montículo, una fiesta sacra que legó su nombre a todo el complejo, luego popularmente reemplazado por el de San Basilio el Bendito, el único hombre –luego santo- al que –se decía- llegó a temer Iván.
Basilio era el loco del pueblo, pero un loco por Cristo, un místico que solía pasearse desnudo, descalzo y harapiento por Moscú y que se tenía por un hacedor de milagros. Que Ivan el Terrible le temiera, ya podía considerarse el primero de la lista. De hecho, cuando murió, el zar lo hizo enterrar en el subsuelo central del templo erigido en medio de un mercado.
Su sucesor, el zar Fiodor Ivanovich, en 1588 levantó una capilla exclusiva para Basilio, con calefacción –un signo de lujo que ningún santo conocía- y trasladó allí sus restos mortales para que su tibia aura santa bendijera los oficios religiosos que se celebraban cada día del año.
San Basilio y 11 altares
En 1561, toda la obra se dio por concluida. Suma un total de 11 iglesias independientes, con sus propios altares, sus once cúpulas y sus campanarios.
Se dice que la hicieron dos arquitectos, Barma y Postnik, que para algunos era uno solo, inmortalizados por la leyenda improbable de que al concluir su trabajo, Iván el Terrible ordenó que los dejaran ciegos, así no construirían nada igualmente hermoso en otra parte. Sin embargo, unos años después ensombrecieran la reputación de Iván firmando la construcción del Kremlin de Kazán, bastante parecido al San Basilio original.
El análisis estilístico del conjunto catedralicio no haría sino enaltecer su carácter único. Los críticos del arte quisieron buscarle ecos e influencias bizantinas, asiáticas, populares rusas e incluso la “mano oculta” de Leonardo Da Vinci, pasando por alto que los mismos arquitectos rusos solían viajar a Italia para empaparse de la fiebre del Renacimiento.
Cuando una obra le debe su vida al arte, hasta Ivan el Terrible se arrodilla frente a ella.
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