El 28 de diciembre de 1895 en París, los hermanos Louis y Auguste Lumière hicieron la primera proyección pública de su invento, el cinematógrafo. Aunque a primera vista pudiera pensarse que fue como haber encontrado una mina de oro, en realidad no lo fue, al menos en ese entonces.
Louis y Auguste Lumière dieron muchos pasos para el desarrollo del cine (en 1903 descubrirían la fotografía color, que patentaron en 1907), pero lo hacían porque les divertía ser exploradores de laboratorio. Nunca les interesó la increíble posibilidad comercial de su invento y, por otra parte, nunca pensaron que fuera gran cosa.
“El cine es una invención sin ningún futuro”, es la frase que se les atribuye a Louis y Auguste Lumière, nacidos en Besançon, pero criados en Lyon, una ciudad industrial.
De hecho, su propio padre, Antoine Lumière, era empresario y dueño de un taller fotográfico que Auguste administraba y en donde Louis Lumière se permitía desatar su metódica imaginación.
Cuando el padre regresó de París con una copia del flamante kinetoscopio de Thomas Alva Edison, que hacía furor en Nueva York, Louis dedicó días y días a inspeccionarlo y experimentar con él, hasta que lo convirtió en un aparato que rodara una película y a la vez la proyectara, sacando provecho de la persistencia de las imágenes en la retina humana.
El cine, un invento con varios copyright
La invención del cine fue una gran torta a la que muchos quisieron cortarle una porción y, tal vez para ser salomónicos, habría que repartir un poco para cada uno.
En ese caso, a Thomas Alva Edison le correspondería el kinetoscopio, el aparato que permitía ver imágenes en movimiento, que no patentó hasta el 31 de agosto de 1897, pero que ya varios años antes era la atracción de las ferias de Nueva York a cambio del pago de cinco centavos de dólar: un armatoste con pie, ante el que había que agacharse y entrecerrar un ojo para mirar durante 20 segundos un número musical, un truco de magia, las monerías de un payaso, o incluso el tan publicitado beso de dos actores en una obra teatral de la Avenida Broadway, La viuda Jones.
Hay que recordar el nombre del perfeccionista Émile Reynaud –hijo de un relojero- cuando se piensa en los efectos sonoros, la banda musical, la pantalla de proyección e incluso el cine de animación y las perforaciones de la película que tanto torturaron a Louis Lumière, porque facilitaban el arrastre del celuloide en el proyector.
Si somos benevolentes con Perrigot, un empleado de los Lumière, habría que concederle el primer montaje (La coronación del zar Nicolás II, 1896), si pudiera recibir tal denominación el primer empalme torpe y rudimentario de dos tomas.
Y cuando el cine fue tomando altura, dos nombres sobrevolaron indiscutiblemente sobre el resto. Mientras el estadounidense David Griffith ideó la edición y el montaje paralelo, el ruso Serguéi Eisenstein lo perfeccionó hasta transformarlo en una herramienta ideológica al servicio de la pragmática del arte.
Los hermanos Lumière
En el verano de 1894, al regresar de un viaje a París, Antoine Lumière, el padre de Louis y Auguste, trajo un kinetoscopio de Thomas Alva Edison. Los hermanos lo examinaron y lo estudiaron detenidamente y, con ese don y empatía que tienen algunos para llevarse bien con las maquinarias, hicieron una disección del artefacto de Edison para transformarlo en algo mucho mejor: el cinematógrafo.
Los Lumière tenían buenos contactos y cargaron su cinematógrafo para mostrarlo en varias sociedades científicas e incluso en la Universidad de la Sorbone.
A todos les inspiraba grandes exclamaciones, pero los Lumière pensaron que sería una buena idea presentarlo “al gran público”. Así fue como organizaron una exhibición en el sótano del Salón du Gran Café, en el número 14 del Boulevard des Capucines, el 28 de diciembre de 1895.
Ese día inaugural proyectaron Llegada de un tren a la estación de la Ciotat, El regador regado y La salida de la fábrica.
“Cuando se apagan las luces en la sala donde se expone el invento de Lumière, aparece de pronto en la pantalla una gran imagen de color gris. Una calle de París, sombras de un mal grabado. Si se observa fijamente, se ven coches, edificios y personas en diversas posturas, congeladas e inmóviles. Todo en un tono gris, el cielo allá arriba es también gris, no se anticipa nada nuevo en esta escena demasiado familiar, pues más de una vez hemos visto imágenes de las calles de París", describía Máximo Gorki testigo de una de las primeras proyecciones.
"Pero de pronto, un raro estremecimiento recorre la pantalla y la imagen recobra vida. Los carruajes que llegan desde alguna parte de la perspectiva de la imagen se mueven hacia ti, hacia la oscuridad en la que estás sentado; más allá de las personas aparece algo que se destaca, más y más grande, a medida que se acerca a ti; en primer plano unos niños juegan con un perro, pasan unos ciclistas, y los peatones cruzan la calle sorteando los coches. Todo se mueve, rebosa vitalidad y cuando se acerca al borde de la pantalla se desvanece tras ella, no se sabe dónde”, continúa Gorki.
“Ante ti se despliega una vida, una vida carente de palabras y despojada del espectro de los colores vitales: una vida gris, muda, desolada y lúgubre”, opinaba el escritor ruso.
“Repentinamente se escucha un chasquido, todo se desvanece y aparece un tren en la pantalla. Se lanza directamente hacia ti, ¡cuidado! Da la impresión de que va a precipitarse en la oscuridad sobre el espectador, convirtiéndolo en un montón de carne lacerada y huesos astillados y reduciendo a polvo y fragmentos rotos esta sala y el edificio entero, lleno como está de mujeres, vino, música y vicio”, describió Gorki.
Mucha difusión cobró la anécdota de que, en esa avant première parisina, algunos espectadores corrieron despavoridos buscando aire fuera del sótano, ya que creían que literalmente –como también le pasó a Gorki, el tren arrasaría con todos ellos.
Aunque su época algunos pensaron que los hermanos Lumière fueron los precursores del cine catástrofe, su legado fue una simiente inolvidable.
Su trabajo, su hobby, su invención hizo que el cine naciera con formato documental. Nunca contrataron actores y se limitaron a grabar escenas de la vida cotidiana: los bebés que se pelean, el jardinero que se moja, las obreras de su fábrica, el Jardín de las Tullerías, etc. Sus registros tuvieron a veces ribetes cómicos; otras, terroríficos (Las calaveras); e incluso carácter de primicia informativa (La llegada de los congresistas).
“Todos estos films tenían 17 metros, y su proyección duraba cerca de un minuto. Esta longitud puede parecer singular, pero era impuesta por la capacidad de recepción de las cajas en las que reponía el negativo después de la toma”, le explicó el mismísimo Louis Lumière a Georges Sadoul, en 1946, en la última entrevista que el historiador del cine logró hacerle para la Télévision Française.
“Hice mi primer film a fines del verano de 1894: La Sortie des Usines Lumière. Como usted habrá advertido, los hombres llevaban sombreros de paja y las mujeres vestidos de verano. Por otra parte, necesitaba un gran sol para rodar aquella escena, porque sólo de un objetivo poco luminoso hubiera podido hacer una toma ésa en invierno o en otoño. La Sortie des Usines Lumière se proyectó por primera vez en París, rue de Rennes, en la Societé d'Encouragement pour l'Industrie Nationale. Fue el 22 de mar¬zo de 1895”, precisó Louis Lumière a Georges Sadoul durante la entrevista que le concedió en su casa de Bandol.
“Firmábamos siempre en común los trabajos y las patentes que depositábamos, hubiésemos participado o no en las investigaciones. En realidad, yo solo fui el autor del Cinematógrafo, así como él, por su parte, era el realizador de otras invenciones siempre patentadas bajo nuestros dos nombres”, confesó Louis Lumière en la entrevista que se difundió luego de su fallecimiento en 1948 y que reprodujo Cahiers du Cinema, en 1964.
Louis y Auguste Lumière rodaron unas 200 películas. En 1935, Louis trabajaba en su nuevo invento “el cine en relieve” y aunque el séptimo arte ya era una potencia artística, él no se sentía a gusto “en un estudio moderno”.
Su cinematógrafo se exhibe en el Musée du Cinéma Henri Langlois de París, junto a la de otro soñador, Georges Méliès.