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Roca por Félix Luna: el pase de factura del expresidente a Avellaneda

En sus palabras de agradecimiento su antecesor, Roca mencionó dos logros que se debían más a su trabajo que al de la persona que lo presidió en el cargo.

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Julio Argentino Roca | Carletto @MinistroArg- Facebook Archivo General de la Nación Argentina

Julio Argentino Roca, conocido como el fundador de la Argentina moderna, asumió la presidencia argentina el 12 de octubre de 1880 y dio inicio a una nueva etapa en la historia del país. Sin embargo, sus palabras en la asunción escondían un pase de factura a su antecesor Nicolás Avellaneda

Durante sus agradecimientos al trabajo de Avellaneda en la gestión, Roca mencionó dos logros que fueron centrales para la constitución del país tal como se conoce hoy en día; méritos que el expresidente aseguró que eran fruto de su trabajo, más que del de su antecesor, según cita el escritor Félix Luna en su libro “Soy Roca”, un relato en primera persona. 

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La portada del libro "Soy Roca". 

Así, la asunción estuvo plagada de mensajes a la Patria y a los sectores que fomentaban la inestabilidad política de la época. 

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La anécdota completa de la investidura de Roca aquí: 

“Usted me pregunta qué sentí en aquel momento. Que yo recuerde, nada. Sí: pensándolo bien, mi mayor preocupación durante la ceremonia radicó en mis botas nuevas, que me apretaban horriblemente... Es que la ambición es un extraño sentimiento: nos llena de ansiedad cuando su objetivo está lejano pero a medida que se acerca disminuye su intensidad y, cuando se cumple aquello que tanto se soñó, uno ya está como indiferente y ajeno. 

De todas maneras fue un acto digno y solemne. Yo me encontraba en la casa de Diego de Alvear, en la calle del Veinticinco de Mayo. Acompañado por mi vicepresidente y un nutrido grupo de amigos me dirigí, poco después del mediodía de ese martes 12 de octubre, hacia el Congreso. Había bastante gente en la plaza, desde el jardín de la Casa de Gobierno hasta la Recova, y no hubo gritos hostiles ni señal alguna de malquerencia por parte del público. Fuerzas militares me rindieron honores y tuve el placer de saber que al frente de ellas se encontraban mis viejos centuriones, Donovan, Racedo, Fotheringham, Levalle, Viejo-bueno: éste era también su triunfo. Presté el juramento constitucional y me senté para leer el mensaje que yo mismo había escrito; algunos de mis predecesores habían dicho de pie su discurso inaugural, pero yo tengo conciencia de que no soy buen orador... y además las botas me torturaban, de modo que tomé asiento al lado de Del Valle, presidente del cuerpo. Algún diario señaló que mi tono fue un tanto monocorde y que sólo adquirió en su crónica una vibración más neta cuando dije: 

-Lo declaro bien alto desde este elevado asiento, para que me oiga la República entera: emplearé todos los resortes y facultades que la Constitución ha puesto en manos del Ejecutivo Nacional para evitar, sofocar y reprimir cualquier tentativa contra la paz pública. En cualquier punto del territorio argentino en que se levante un brazo fratricida o en que estalle un movimiento subversivo contra la autoridad constituida, allí estará todo el poder de la Nación para reprimirlo.

Mi mensaje se desarrolló sobre el siguiente argumento: ha concluido el período de la inestabilidad y ahora empieza una etapa de "Paz y Administración". Hablé del ´imperium de la Nación establecido para siempre después de sesenta años de lucha sobre el imperium de provincia´ y afirmé que ´en adelante, libres ya de estas preocupaciones y de las conmociones internas que a cada momento ponían en peligro todo, hasta la integridad de la República´, el gobierno podría consagrarse a la tarea de la administración y a las labores fecundas de la paz. Rendí un homenaje al Ejército, ´modelo por su abnegación, sufrido en las fatigas, valiente en el combate, leal y fiel a su bandera", al que había que dotar de leyes ´para evitar el peligro del militarismo, que es la supresión de la libertad y para desarrollar su fuerza en previsión de que los derechos de la Patria estuvieran en peligro. También me referí a las vías de comunicación y me comprometí a que en tres años pudiera saludarse ´con el silbato de la locomotora´ a ´los pueblos de San Juan y de Mendoza, la región de la vid y el olivo, de Salta y Jujuy, la región del café, del azúcar y demás productos tropicales, dejando además de par en par abiertas las puertas al comercio de Bolivia, que nos traerá los metales de sus ricas e inagotables minas´. Anuncié que continuarían las operaciones militares en el Sur y en el Norte ´hasta completar el sometimiento de los indios de la Patagonia y del Chaco... a fin de que no haya un solo palmo de tierra argentina que no se halle bajo la jurisdicción de las leyes de la Nación´. [...]

La ceremonia se completó en la Casa de Gobierno, donde Avellaneda me entregó el bastón de mando y ciñó mi uniforme con la banda presidencial. Yo le dirigí entonces unas palabras de encomio a su acción gubernativa relatando sus logros más importantes, aunque dos de las realizaciones que mencioné-´el ensanchamiento de los dominios de la Nación por la supresión de la pampa salvaje´ y ´la liquidación de los últimos obstáculos que se oponían a la organización definitiva de la República´- se debían a mi propia acción más que a la de Avellaneda. Pero había que ser generoso en ese momento y el presidente saliente aceptó encantado mis elogios. En cambio, fui muy sincero cuando al terminar mis palabras me comprometí a entregar a mi sucesor, íntegro e incólume, el depósito que recibía de sus manos, y ´hago votos porque así pase de presidente en presidente hasta la consumación de los siglos´. Después, los incontables saludos de conocidos y desconocidos. Ahora yo era el que mandaba y tenía que ponerme a trabajar…” 

Fragmento de “Soy Roca”, por Félix Luna.