El Leviatán a la cordobesa
El abogado constitucionalista utiliza la figura de una de las principales obras de Hobbes, filósofo inglés del Siglo XVII, para analizar la manera en la que el poder político de la provincia de Córdoba ha logrado construir su soberanía y también su impunidad.
Thomas Hobbes, filósofo del siglo XVII, describía al Leviatán como una figura que simboliza el poder absoluto del Estado, necesario para evitar el caos y garantizar el orden social. No se trata solo del gobierno o de los funcionarios de turno, sino de una estructura que abarca y regula todas las relaciones de una sociedad. En Córdoba, esa figura ayuda a entender cómo opera un sistema hegemónico de dominación que moldea, de manera indeleble, la vida pública y privada en todos los ámbitos de la provincia.
Ese sistema, que podría caracterizarse como una especie de Leviatán cordobés, instrumentó una democracia tan impecable en sus formas como vacía en su contenido. La monotonía política ha ido consolidando ese sistema, al punto de convencernos que optar es sinónimo de elegir.
Quizás el artificio más sofisticado de ese sistema sea haber instalado, sin estridencias, la anestesia colectiva de la normalidad. Para lo cual previamente diseñó un pluralismo domesticado, logrando que todos los actores de la misma obra se encontraran navegando juntos en un mar de previsibilidad.
El Leviatán cordobés se sostiene en un punto clave: la estatalidad. Un complejo entramado de relaciones que, alimentado por la fuente inagotable del patrimonio público, envuelve a todos los poderes del Estado. Pero también atraviesa partidos políticos, cámaras empresariales, gremios, sindicatos, fundaciones, asociaciones civiles, medios de comunicación, productoras de contenidos, agentes financieros, cooperativas, mutuales, cooperadoras, centros vecinales, clubes, organizaciones estudiantiles, universidades, colegios profesionales, entidades religiosas y una interminable lista de adherentes satelitales. Todos orbitan alrededor de la estatalidad. Nada queda por fuera del Leviatán. Una red invisible que administra recursos, influencias, beneficios y privilegios. Poder, en estado químicamente puro.
Lo notable —y acaso lo más inquietante— es que la estatalidad desarrolló su propio sistema inmunológico, generando potentes anticuerpos que le permiten prescindir, incluso, de quienes la corporizan.
El Leviatán cordobés tiene vida propia; las personas son fungibles, los engranajes son eternos. El sistema no teme alteraciones en su funcionamiento: todo lo que deba ser controlado, será controlado o contratado. Lo que no pueda ser controlado ni contratado, será descartado. La organización vence al tiempo.
El Leviatán cordobés no percibe amenazas en su horizonte inmediato. Salvo que suceda algo que pueda devolverle a la política su incierta vitalidad para transformar la realidad.
*Abogado constitucionalista
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