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María Teresa Andruetto: “me enorgullece que los lectores entren a mi mundo, se queden y lean otros libros”

Desde su casa serrana en Cabana, rodeada de montañas y la compañía fiel de sus perras, María Teresa Andruetto repasa una vida atravesada por la literatura, la docencia, los bordes sociales, los años más duros del país y una trayectoria que la convirtió en una de las autoras cordobesas más reconocidas dentro y fuera del país.

María Teresa Andruetto. Foto: CEDOC PERFIL

“Esperame que esto se abre así”, me explica mientras manipula la tranquera ante la vigilia de sus tres perras, madre e hijas de linaje Golden y mixtura respectiva. Estamos en Cabana, una comuna de Unquillo que se colorea con la lluvia de las últimas horas y tiene las montañas al alcance de la mano. “Ha sido una de las decisiones más lindas de nuestras vidas. Cuando vinimos, yo tenía 48 y Alberto (su compañero) 50 años y pensábamos que éramos grandes. Ahora que tengo 71 me doy cuenta de que éramos muy jóvenes…”

Entre las principales distinciones que galardonan la trayectoria de María Teresa Andruetto se encuentran el premio Hans Christian Andersen, denominado también “pequeño premio Nobel”, el Iberoamericano a la Trayectoria en Literatura Infantil SM, un Konex de Platino, el Premio Cultura Universidad Nacional de Córdoba, Profesora Honoraria de la Universidad Nacional de Villa María, Doctora honoris causa por la Universidad Nacional de Mar del Plata y anticipa que “este mes iré a Buenos Aires para recibir el Gran Premio de Honor de Sade”.

-¿Podríamos decir de Arroyo Cabral al mundo?
-Nací en Arroyo Cabral, pero me crié en Oliva. Toda esa zona es el corazón de la llanura cerealera, sojera y ahora también láctea. Y es un campo de observación interno, siempre seguí yendo porque vivían mis padres, todavía viven mis cuñadas y mi marido también es de ahí. Es como un lugar interno de observación de la clase media, de la sencilla media-baja de los pueblos con mucha base inmigratoria, es el espacio social y cultural del que provengo.

-¿Cómo aparece Cabana en tu vida?
-A los 17 años vine a Córdoba a estudiar. Después, tuve un paso pequeño por la Patagonia en el inicio de la dictadura. Vivía muy precariamente en Córdoba y me anoté en un plan del Instituto Provincial de la Vivienda y me asignaron una casa pequeña en Villa Allende. Después mi situación fue mejorando, la fui ampliando y en esa casa vivimos hasta el 2001. Mi marido había comprado este terreno muy depredado porque había sido un cortadero de ladrillos. Y los dos solos, con mis hijas criadas, adultas… nos vinimos. Significó varias elecciones, obviamente no forzadas. Por un lado, ir dejando las actividades docentes y me jubilé también de un profesorado de teatro. Además, el duelo de las hijas, que se llama nido vacío... Un cambio de vida muy importante, más para mí que para mi compañero. Empecé a tener más tiempo para la escritura.

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-¿Tu trayectoria se originó en 1993?
-Ese año salieron mi novela “Tama”, por el premio Luis de Tejeda, y después “El anillo encantado”, el libro de cuentos para una colección juvenil en Sudamericana, “Misterio en la Patagonia”, que lo editaba Libros del Quirquincho y un libro de poemas que se llama “Palabras al rescoldo”, publicado por Argos de Córdoba. ¡Todo eso salió en el ‘93! Venía escribiendo mucho sin poder publicar y ese premio me dio una fuerza interior para ofrecer cosas y desde entonces no dejé de publicar.

-¿En ese momento sentiste que tu personalidad abarcó el título de escritora?
-Me costó mucho publicar y después asumirme como escritora. Porque Córdoba no tenía la explosión editorial de hoy, ni yo tenía la condición económica, no había virtualidad, había que ir a ofrecer personalmente a las editoriales o mandar por correo un manuscrito. Además, me había separado y tenía dos niñas pequeñas… la vida iba por otro lado. Yo escribía, pero no pertenecía a un circuito de escritores y editores. Mi mundo era el de la docencia. Se fueron acumulando muchos textos y quería publicar, sobre todo la novela. Cada tanto la mandaba a algún concurso y no salía en ninguna parte. Siempre necesité una validación externa que me dijera que mi obra tenía algún valor.

-¿Cómo forjaste tu nombre dentro de la literatura?
-Luego de dar clases durante mucho tiempo, algunos alumnos que se hicieron maestros o profesores, empezaron a invitarme a sus clases. Entonces empezó a funcionar un boca a boca que hizo crecer la cantidad de lectores. De todas maneras, se me conocía por mi escritura adulta y mi poesía, pero mis libros para niños llegaban a un nivel más amplio. Y siempre me sentí una escritora a secas, para cualquier lector, de cualquier ámbito. No quería ser encasillada en algo de lo que me siento orgullosa, pero que durante mucho tiempo se sintió como una escritura menor.

-¿Tu novela “La mujer en cuestión” es un libro bisagra?
-En los años ‘90 estaba muy enojada con la sociedad argentina, con el menemismo y con el olvido de tanto dolor que habíamos sufrido y escribí algo muy vertiginoso, un verano, aquí cuando sólo existía esta habitación y era nuestra casita de vacaciones. Escribí “La mujer en cuestión”. La presenté al concurso de novela del Fondo Nacional de las Artes y ganó el primer premio, eso fue en el 2001. Ahí pasó algo, porque “Stéfano” que había salido varios años antes, empezó a circular más. Pero varias cuestiones hicieron que empezara a sentirme una escritora. Uno puede preguntarse: ¿cuándo es escritor? Cuando escribe, cuando lo leen, cuando publica…

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-¿Cuál es tu relación con los premios?
-Después de que salieron esos libros, gané una beca para trabajar tres meses en Munich en la biblioteca internacional para la juventud, que es una de las más grandes para niños y jóvenes del mundo, todo en el ‘93. Ese fue mi primer viaje fuera del país, yo pensé que sería el único y después la vida trajo otras cosas. Después, en el 2008 me dieron el premio a la trayectoria en literatura infantil y juvenil en la Feria del libro de Guadalajara, eso marcó un hito que pregnó otras zonas ya que me posibilitó publicar un libro de poemas, “Sueño americano”. Y después vino mi novela “Lengua madre”. Siento que mi manera de ir construyendo el campo de lectores, fue lenta, pausada pero sólida a la vez.

-¿Te enorgullece tu camino en la literatura?
-Me enorgullece que los lectores entren, se queden y lean otros libros. Algunos ingresan de niños en la literatura infantil y después de grandes siguen con otra temática. Además, vos decís “consagración” y el premio Andersen que es una distinción internacional, llegó para mí de un modo inesperado.

-¿Cómo viviste los años difíciles de la dictadura?
-Acababa de cumplir 21 años cuando sucedió el golpe de Estado y estaba en la Patagonia. Un año antes, en el ‘75, me había recibido de licenciada en letras y al título fui a buscarlo en el ‘84 porque no pasaba ni cerca de la facultad. Como estudiante, había militado en una organización de izquierda que dirigía el centro de estudiantes de Filosofía y Letras. Era de lo más común en la época, implicaba el compromiso social de esos años. Y en el sur trabajé en un diario que después cerraron los militares y luego en la parte trasera de una casa de fotocopias.

-¿Y cómo fue tu retorno a Córdoba?
-Estuve varios años muy mal, en una pieza que me prestaron en un hotel de citas. En la terraza, donde colgaban la ropa, tenían una piecita precaria y los tres hermanos dueños de ese lugar, que son personas a las que les agradezco muchísimo, me cobijaron a mí y a quien entonces era mi pareja y ahí nació mi niña más grande. Fueron años muy duros económicamente, porque la dictadura continuaba y no podía dar clases. Interviene el miedo de dónde uno puede ofrecerse. Las escuelas religiosas no tomaban egresados de la universidad, porque sospechaban que si vos habías estado en la facultad de Filosofía y Letras eras comunista. También uno se llama a silencio, eso es el exilio interno, tratar de que no se note lo que uno piensa para resguardarse de todo.

-¿Cuánto influyó esa época en tu escritura?
-Escribía cosas fragmentadas, porque ni me imaginaba que alguna vez ocuparía este lugar de escritora. Pero como dice Calvino, lo hacía desde la cicatriz, desde la memoria. “La mujer en cuestión”, “Lengua madre”, “Los manchados” y “Aldao", son todas escrituras de los años ‘90 para acá. La dictadura aparece por primera vez en un cuento que se llama “Los rastros de lo que era”, que está incluido en “Cacería”. Se trata de una mujer que vuelve del exilio a ver a su madre y se encuentra con su torturador, alguien que la había elegido como su hembra.

-¿La dictadura te dejó algún aprendizaje?
-Fue una época tremenda. Pero me parece que no hemos podido ir enlazando esto con otras grandes heridas en la historia nacional, para que los chicos y los jóvenes de hoy puedan ver la relación de aquello con esto que nos pasa. Estoy hablando de Malvinas, de la hiper inflación, del menemismo, de la crisis del 2001, de lo que está pasando hoy… No hemos narrado lo suficiente. No solamente la escritura sino la docencia, los espacios públicos y demás. Entonces, la dictadura para un joven de hoy es algo que les pasó a sus abuelos o a sus bisabuelos.

Cómo nace la inspiración 

-Contame acerca de tu inspiración para escribir.
-Es extraña porque no es siempre igual, puede venir por cualquier lado. En general el disparador tiene que ver con algo que veo o escucho de alguien. Por ejemplo, ahora escuché que alguien decía: “tiene que ir, usted tiene que ir, madre”. Y bueno, me tocó algo de mi pasado, una cosa con mi madre, qué sé yo, y empecé un borrador. Ese tipo de cosas o algo que veo en la calle o que recuerdo. Una vez, una amiga me contó que había tenido un problema con un vestido largo. Y eso me motivó para escribir el cuento que se llama “El vestido”, que salió en una editorial de Canarias y luego llegó a hacer una temporada en un teatro en Buenos Aires, dirigido por Ana Alvarado.

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-¿Conseguiste la disciplina que dicen tener los escritores?
-Wallace Stevens dice que cada uno tiene un arco de sensibilidad. Tiene que ver con la experiencia. Mi inspiración cambió según las épocas y las condiciones de vida por las que atravesé. He vivido en los bordes sociales y de pronto hubo momentos en los cuales fui invitada a lugares que nunca pensé ir. Pero desde el ‘76 al ’83 escribía como un desahogo y sin una disciplina. En los años ‘80 escribí bastante, ya era otra vida, porque hacía docencia, tenía una obra social, vivía en una casa con baño, con cocina. Era jefa de hogar, trabajaba en PAMI como administrativa y simultáneamente tenía las horas de clases. Y a veces escribía un poco a la noche o los fines de semana, lo que me permitía la vida con las niñas pequeñas, los trabajos, la casa y todo. No sé si llamarle disciplina, era como un recreo. A mí nunca me alcanzó con estar sólo en casa escribiendo. Siempre hubo algo en mí que me pidió que la escritura no ocupe el lugar del trabajo. Me refiero a la escritura del cuento, de la novela o de los poemas, que es lo que yo diferencio del ensayo, de las columnas, de los prólogos, respecto de las conferencias. Para lo otro sí tengo rutina.

-¿Quiénes fueron o son tus referentes?
-Tengo algunas zonas de lectura que han sido muy importantes para mí, como por ejemplo la generación post-Borges. He leído mucho también a Borges, a Silvina Ocampo, Cortázar… pero a más me interesa Di Benedetto, Juan José Hernández, Héctor Tizón, Demitrópulos, Amalia Jamilis, Angélica Gorodischer, Andrés Rivera, Daniel Moyano, aunque no tengan que ver con mi escritura. Sara Gallardo, Echenique, Haroldo Conti, Gordon, Piglia, en la dictadura muchos dejaron de publicar, fueron desaparecidos, perseguidos y otros auto silenciados. Es la generación de escritores y escritoras con la que siento más afinidad porque muchos son de las provincias que esquivó el costumbrismo y trabajó el realismo. Y casi todos tenían otros trabajos, no como la generación anterior que era de otro sector social.  También me gusta la poesía argentina, la narrativa y el cine del neorrealismo italiano me ha marcado mucho, a veces particularmente Pratolini, Pasolini. La literatura del sur norteamericano, las mujeres sobre todo, Flannery O'Connor, Carson McCullers, Eudora Welty, Catherine Porter, Capote, Heker, Heinrich Böll. Y después, pondría a Henry Bell que no es tan leído, pero que me ha marcado mucho. De hecho, “La mujer en cuestión” tiene una deuda importante con él, porque cuando leí “Retrato de grupo con señora”, donde él investiga una sociedad relacionada con el nazismo, sentí que podía hacer algo con la dictadura.
 

-Tus relatos tienen una dulzura que puede sentirse, ¿a qué asociarías esa dinámica o estilo?
-Sí, a una forma de ver la vida diferente al resto. Liliana Hecker una vez me dijo que era muy piadosa a mi manera. Y creo que sí, era bastante joven y menos piadosa que ahora, siempre fui muy empática, desde muy pequeña. No sé a qué se debe, supongo que el contexto familiar y lo trabajo mucho en análisis. Cuando escribo me interesa meterme en un otro, a veces es con un personaje narrador, pero siempre con un punto de vista que no es el mío directo, sino un desplazamiento y desde ahí intentar comprender la voz interna de cada personaje.

-Cuando el relato va de boca en boca, parte de algo verídico y después se convierte en ficción, ¿es como si la mentira buscase la verdad?
-O la verdad fuera en busca de una mentira que diga más que la verdad. Cuando le doy la palabra a un personaje o un narrador, tiene que ver con mi escucha social. Entonces, la oralidad es lo más difícil de la escritura. La narración es lo más arcaico de los pueblos, donde comienza una comunidad, también un relato que habla de dónde vinieron, quiénes son, en qué creen, los mitos, las leyendas… van pasando de boca a oreja, a lo largo de los siglos y se van puliendo.

-Hace un tiempo hablaste de la “democratización del arte”, ¿se relaciona con los “bordes sociales” que mencionás?
-En general voy ad honorem a escuelas públicas o de matrícula baja que han leído algún texto mío, para tener una conversación que sea rica. Y ayer fui a una que tiene los libros que entraron en las compras del gobierno de la etapa kirchnerista y de la época de Macri. Y lo de este último gobierno, por ejemplo, no llega. La escuela no compra otros, los chicos no pueden comprar esos libros, pero la familia, las escuelas o los docentes pueden generar visitas a bibliotecas públicas y populares. La literatura todavía tiene eso, pero con otros tipos de arte no es tan fácil:  ir al teatro, al cine, a un museo. La cuestión de los bienes culturales, ¿para quiénes son? Hay que trabajar sobre esa democratización, porque no tiene que ver solamente con la gratuidad. Aquí hay varios museos, pero hay uno que es magnífico. El MACU, el Museo de Arte Contemporáneo Unquillo, pero la población no accede. Se piensa que ese espacio no es para uno: “¿cómo voy a entrar ahí? ¿Quién sabe si cobran? ¿Si me comporto como se supone que deba comportarme?” Me interesa mucho ese aprendizaje social.

-¿El contexto socio-político actual te genera esperanzas?
-Una trata de sostenerse en la esperanza para seguir adelante, haber ejercido la docencia y ser madre, son dos cosas que no pueden hacerse sin cierta esperanza. Pero estamos en un momento muy difícil, de una crisis humanitaria fuerte, de un individualismo grande. Siempre hubo crímenes y matanzas, quizás no lo conocíamos tanto. Ahora tenemos una ventana abierta a todos los lugares del mundo y vemos las cosas más horrorosas impasiblemente. En cuanto a mi país, veo con desolación la pérdida de derechos y de recursos donde hay suficientes como para que nadie pase ni hambre, ni necesidades… Un país que ha tenido una tradición de luchas de trabajadores, por la ampliación de derechos en una sociedad y eso está siendo aniquilado a los ojos de todos. Sin embargo, hay tanta gente haciendo cosas potentes y hermosas por otros, ¿no? Como dice un poema de Cintio Vitier: “esto hicieron otros, mejores que tú, durante siglos”. Todo, desde ese cuaderno que vos tenés, quién plantó flores para que hubiera un jardín, quién trabajó para hacer un tejido de la ropa que usamos, mujeres dando de comer en los barrios donde la gente no tiene…