DEMOCRACIA EN EL CONTINENTE

Septiembre de golpes y veredictos de la historia

La pena de 27 años y tres meses a Jair Bolsonaro, por la fallida intentona que lideró un par de años atrás, es una sentencia histórica no sólo para Brasil.

Former President Bolsonaro To Testify In Coup Trial Foto: Photographer: Arthur Menescal/Bloomberg

“La historia será implacable con los golpistas”, afirmaba en un emotivo discurso la entonces presidenta de Brasil Dilma Rousseff, horas antes de que el Senado de su país anunciara la condena con que culminó un vidrioso impeachment, cargado de vendettas personales y partidarias e imágenes y discursos ominosos.

Entre los más deplorables capítulos de ese juicio político se recuerda el voto de Jair Messías Bolsonaro, en ese momento diputado federal, quien además de reclamar el proceso y la condena de la mandataria dedicó su voto a Carlos Alberto Brilhante Ustra, el militar que en la dictadura había sido el torturador de la única mujer que hasta hoy ganó en las urnas, y dos veces seguidas, el derecho a ocupar el sillón más importante del Palacio del Planalto.

La frase premonitoria de Dilma, vertida en su alegato de despedida de aquel 31 de agosto de 2016, cobró otra dimensión esta semana, nueve años y 11 días después, con la sentencia de una sala del Supremo Tribunal Federal (máxima instancia judicial de Brasil), que por cuatro votos contra uno condenó a Bolsonaro a 27 años y tres meses de prisión por una fallida intentona golpista que tuvo su fase más violenta el 8 de enero 2023 en Brasilia.

 

 

En aquel agosto de hace nueve años, Rousseff vaticinaba también que quienes eran artífices de su derrocamiento se apoderarían de las instituciones del Estado “para colocarlas al servicio del liberalismo económico más radical y del retroceso social”.

Dos años y un par de meses después de aquel impeachment, Bolsonaro vencía en segunda vuelta a Fernando Hadad, el candidato con que el Partido de los Trabajadores (PT) debió suplir a su histórico líder, Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva. El extornero mecánico pernambucano había sido proscripto y encarcelado tras los procesos judiciales encabezados por el juez Sérgio Moro, promocionado en su momento como adalid de la lucha anticorrupción y cuya supuesta imparcialidad se hizo trizas al convertirse en ministro de Bolsonaro y buscar su propia figuración política primero, y al divulgarse audios que mostraron la selectividad y manipulación de sus procedimientos, luego. Para cuando la Operación Lava Jato dejó de considerarse la versión brasileña del Mani Pulite italiano y pasó a ser un caso paradigmático de Lawfare, Lula ya había completado 580 días preso en Curitiba. Pero esa historia tendría otro giro.

 

Tiempos de revancha

 

En las presidenciales de 2022, tras una pandemia que en Brasil causó 710 mil muertes, muchas de las cuales se atribuyeron a la desidia de un Bolsonaro que definía al virus del Covid como simple “gripezinha” y se negaba a tomar medidas preventivas mientras promocionaba como presidente falsos remedios o militaba el rechazo a las vacunas, el PT y Lula tendrían su revancha. 

Para contrarrestar el rechazo de los sectores más refractarios a su figura, el veterano líder sindical volvió a demostrar su pragmatismo para tejer alianzas y encabezar una campaña en la que se enfrentó al excapitán del ejército y todo el aparato de un gobierno que había demostrado ductilidad en el manejo a veces non sanctos de las redes sociales para ganar adeptos o disparar fake news contra sus rivales.

En una primera vuelta fuertemente polarizada, el líder del PT derrotó a Bolsonaro aunque le faltó un pequeño margen de votos para acabar la pelea por nocaut. La segunda vuelta fue aún más apretada pero consagró el regreso de Lula al poder, esta vez con aliados centristas y conservadores hastiados de lo que habían sido los cuatro años del gobernante ultraderechista y su estilo confrontativo e intolerante.

Bolsonaro y sus estrategas de campaña comenzaron a agitar mucho antes del balotaje de 2022 el fantasma de un fraude que sólo cabía en elucubraciones y tesis conspirativas carentes de pruebas o indicios concretos. La agitación, en alguna forma, parecía replicar las argumentaciones falaces con que dos años antes, en Estados Unidos, el magnate Donald Trump había cantado fraude en su contra en los comicios en los que no pudo lograr su reelección inmediata, al perder frente a Joe Biden. Quizá los paralelismos en parte se expliquen en que Bolsonaro también recurrió en su momento al cuestionado cultor de la posverdad, Steve Bannon, como estratega comunicacional y proselitista.

 

 

Tal como lo había hecho Trump en 2020, Bolsonaro eludió reconocer su derrota en 2022 y abonó con ausencias y calculados silencios la deslegitimación de la democracia que sus seguidores más enfervorizados intentaban plasmar con reclamos en acampadas cerca de cuarteles y mensajes que instigaban a la sublevación en las redes.

Ni el recuento, ni la evaluación de miles de observadores, expertos y periodistas enviados para cubrir la elección pusieron en duda el triunfo o la legitimidad de un nuevo mandato, el tercero, que Lula iniciaría el 1 de enero de 2023. Pero la idea de resistir al “fraude” declamado por un líder al que llamaban “Mito” –en una suerte de fundamentalismo alimentado desde lo religioso por las iglesias pentecostales y neopentecostales que tan bien retrata Petra Costa en su documental “Apocalipsis en los trópicos”–, no se quedaría en simple amenaza.

 

La capital, bajo asedio

 

El 8 de enero de 2023, en Brasilia, se consumaría la intentona golpista más violenta sufrida por Brasil desde que recuperó su democracia, hace 40 años. Una turba llegada a la capital desde diferentes puntos y en la que se mezclaban civiles y hombres de armas, atacaron la sede del Congreso, el Palacio del Planalto y el edificio del Supremo Tribunal Federal (STF). La vandalización de los emblemáticos sitios que cobijan a los tres poderes de la república hizo recordar de inmediato al asalto que seguidores de Donald Trump habían protagonizado exactamente dos años y dos días antes en Washington contra el Capitolio. En aquel el episodio inédito y luctuoso, se buscaba impedir que Joe Biden fuera oficialmente proclamado como presidente electo e imposibilitar su asunción dos semanas después.

En Brasil, los golpistas buscaban apartar del poder a un Lula que había asumido una semana antes sin la presencia de Bolsonaro, a quien sus seguidores querían reponer en la presidencia con ayuda de las fuerzas armadas.

Las comparaciones con Estados Unidos se reavivaron además el pasado 9 de julio, cuando la condena a Bolsonaro y a otros siete exfuncionarios (entre ellos un par de exministros y militares de alto rango) ya parecía inevitable. Por entonces el propio Trump anunció que Estados Unidos impondría un 50 por ciento de aranceles a los productos brasileños si el Poder Judicial de este país no detenía la “persecución” a Bolsonaro ni la “caza de brujas” en su contra.

 

 

Veto de Milei a la ley de financiamiento universitario: qué dijeron Schiaretti, Llaryora, Passerini y De la Sota

 

La injustificable injerencia, que el gobierno brasileño rechazó de inmediato, se complementó con una retórica beligerante del secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y sanciones y prohibiciones de visado al juez Alexandre de Moraes (impulsor de la causa contra el ex mandatario ultraderechista) y su familia.

Las amenazas de la Casa Blanca, luego relativizadas, tuvieron como paradoja el resultado de fortalecer la posición de los magistrados y del propio gobierno de Lula, quien próximo a cumplir el mes que viene 80 años, anunció que en 2026 podría presentarse una vez más como candidato.

 

Mitomanía en desgracia

Mientras, el bolsonarismo y los abogados del excapitán del ejército estudian estrategias, incluso de intervenciones internacionales, para revertir un fallo que otros analistas consideran fácticamente inapelable.

Entre esas alternativas figuran la búsqueda de un acuerdo en el Congreso que propicie una amnistía para el exmandatario y los otros siete condenados, aunque tal iniciativa carecería de sustento legal.

De fracasar en su intento por evitar a Bolsonaro ir a la cárcel (su destino podría ser en diciembre el Complejo de Máxima Seguridad de Papuda, en Brasilia), los letrados del “Mito” buscarían reducir la pena de 27 años y tres meses, cuyo cumplimiento efectivo, en rigor, equivaldría a unos seis años de prisión. Otra alternativa sería bregar por mantener la prisión domiciliaria que tiene actualmente, en razón de su edad y sus condiciones de salud.

 

El tsunami, el rompecabezas y las frágiles copas del brindis

 

En la cambiante realidad brasileña y regional, lo ocurrido el jueves no deja de tener, además, un fuerte contenido simbólico que se proyecta más allá de las fronteras del gigante del Mercosur.

“Brasil consiguió avanzar donde Estados Unidos fracasó”, escribió Steven Levitsky, profesor de Harvard, en The New York Times. El diario ponderó la respuesta que la Justicia dio a la trama golpista en Brasil y aludió a los violentos seguidores de Trump que atacaron el Congreso en 2020 y fueron indultados por el republicano, apenas retomó el poder en enero pasado.

La condena a Bolsonaro por liderar un intento de ruptura del orden constitucional y la democracia llegó un 11 de septiembre, el mismo día en que –52 años antes– un cruento golpe de Estado bañaba de sangre e inauguraba una dictadura de 17 años en Chile.

“La historia será implacable con los golpistas, como tantas otras veces lo ha sido”, decía hace nueve años la misma Dilma Rousseff que acaba de ser reelegida como presidenta del Banco de los Brics, el grupo de naciones que desafía los dictados hegemónicos que, con aliados como Bolsonaro u otros obsecuentes de turno, pretende imponer Trump urbi et orbi.