Última parte

El arte conceptual, ¿una visión predictiva?

Más allá de la visión crítica, creemos que el valor del arte conceptual es el anuncio de un mundo sin cuerpos: el mundo digital, el mundo de la inteligencia artificial, el mundo sin presencia, el mundo de las pantallas. Como siempre el anuncio del arte es inconsciente, involuntario. Última entrega de la serie "La desaparición del cuerpo en el Arte Conceptual".

"A Bigger Splash" (1967) de David Hockney. Acrílico sobre lienzo (242.5 cm × 243.9 cm), Tate Britain, Londres, Reino Unido. Foto: Wikipedia

Arthur Danto es escéptico en cuanto a la previsión del futuro por el arte. Pero él no se refiere a una visión metafórica y anticipatoria, a una visión que llegue a la emoción y la inunde del sentimiento inexplicable de vacío que genera el futuro. De conformidad con su postulación que sostiene que el arte es representación, analiza los objetos o las imágenes que se prevén como futuros y encuentra, con razón, que son absolutamente diferentes del futuro real. 

“El artista visionario Albert Robida comenzó a publicar en 1882 la serie titulada Le vingtième siècle, con la que pretendía reflejar cómo sería el mundo en 1952. Aunque en ella aparecen numerosas maravillas venideras (la téléphonoscope, la televisión, máquinas voladoras, metrópolis submarinas), la forma en que se manifiesta gran parte de lo que se muestra hace que las imágenes en sí remitan inequívocamente a la época en que fueron creadas. (…) Las obras de Pollock, De Kooning, Gottlieb y Klein que en 1952 se exponían en las galerías más vanguardistas habrían resultado inimaginables en 1882. Nada pertenece tanto a su propio tiempo como la incursión de una época en su futuro: Buck Rogers lleva al siglo xxi los lenguajes decorativos de la década de 1930, y hace suyos hoy el Rockefeller Center y el automóvil Ford; las novelas de ciencia ficción de la década de 1950 proyectan a mundos distantes la moral sexual de la era Eisenhower, así como el dry martini, y los tecnológicos trajes que visten sus astronautas proceden de las camiserías de dicha era.” (Danto, A., Después del fin del arte, 2003, Ediciones Paidós)

Como vimos, lo primero que ha desaparecido en el arte conceptual es el cuerpo, el cuerpo que nos interrogaba desde nuestro origen. Somos seres corporales, la desaparición del cuerpo implica nuestra desaparición, el desprecio de lo humano, de aquel cuerpo construido “a su imagen y semejanza.” No sólo desaparece el cuerpo en la obra, sino también en su ejecución. El artista ya no está involucrado en cuerpo y alma en la ejecución, como magistralmente dijo Miguel Ángel en la cita ya mencionada. La obra será un ready made, algo que ya existía con una finalidad diferente de la que tendrá en la obra.

La negación del arte mismo ejecutada con la sustitución de la imagen, que es multívoca, por el concepto que es unívoco, el culto al significado y el abandono de la metáfora, son todas señales de un futuro en el cual no estaremos presentes. El arte conceptual es la visión anticipada de un mundo digitalizado, de nuestro reemplazo como hombres, como protagonistas de la vida, que será progresivo y que ya ha comenzado.  

Cambia el poder, hay consorcios financieros que son más grandes que muchos estados. Se está desarrollando el cubit, una unidad cuántica que multiplica la capacidad de los bits y los reemplazará, generando un mundo casi infinito, en el cual no sabemos cómo se desarrollará nuestro entendimiento. Las empresas cambian diametralmente su modo de actuación, se vuelven digitales y robotizadas. Cada vez hay menos personas en la actividad económica. 

Simultáneamente, disminuye la tasa de natalidad. Los algoritmos encierran a las personas en sus preferencias, en su propio mundo y les muestran solamente aquello que fue de su interés. No hay sorpresas en un universo circunscripto. Se cierra el espectro de la curiosidad y del conocimiento.

Ante la disyuntiva que nació con el hombre, si la ciencia y los instrumentos derivados se usarán para el bien o para el mal, surge el “Transhumanismo” (abreviatura H +), una ideología o religión que intenta distinguir éticamente la actuación tecnológica. La serie Black Mirror, que muestra un mundo orweliano dominado por la tecnología, se acerca a la realidad: China tiene un sistema de puntaje ciudadano que califica el comportamiento de cada individuo de la sociedad.

La Transformación Digital paulatinamente abarca y encierra nuestra vida, la ciencia, el derecho, la religión, la política, la filosofía y, naturalmente, el arte. Las grandes compañías productoras, como Disney y otras despreciaron la oportunidad de adquirir plataformas tecnológicas como Tik Tok o YouTube, sobre la base de que era costosísimo y casi imposible alimentarlas de contenido. En cambio, las industrias tecnológicas entendieron que el contenido lo realizarían personas comunes y así fue.

En 1928 Paul Valery vaticinó que el poder de la técnica implicaría un futuro de grandes cambios: “Ni la materia ni el espacio ni el tiempo serán los mismos”. Nos dice que todas las artes cambiarán porque su “componente físico mutará profundamente y que es probable que cambie profundamente la noción de arte.” (Paul Valery, 1928, La conquista de la ubicuidad)

Walter Benjamin plantea que la reproducción “mecánica” de la obra de arte elimina el “aura”, el valor aurático que se cifra en ser único. El aura nos lleva al ícono griego, al culto, a la obra concebida como sagrada en sí misma, más allá de lo que representa. El aura es un objeto de veneración, de rito. Con la reproducción está destinada a desaparecer y a ser sustituida por el valor social que democratiza el arte. (Walter Benjamin, 1935, La obra de arte en la era de la reproducción mecánica)

 

¿Somos los nuevos iconoclastas?

¿El mundo digital podrá mantener el aura? Técnicamente se podría mediante el Blockchain u otra tecnología futura; pero ¿será valioso para la sociedad digital mantener la sacralidad de la obra de arte? ¿El valor aurático no fue reemplazado hace mucho tiempo por la opinión de los curadores y por el mercado como dice Danto?

En su libro “21 Lecciones para el siglo XXI” (2008), Yuval Harari nos dice que "En el siglo XXI el arte también tendrá un rol fundamental. La pregunta es quién hará ese arte". Esa es la pregunta más importante y de allí surgen muchas más: ¿Habrá artistas en el futuro? ¿Serán reemplazados por la gente común que sube contenidos a las plataformas? ¿La inteligencia artificial “AI” será la protagonista del arte? ¿Los artistas le darán órdenes a un robot digital para que ejecute obras de arte en una pantalla o en una impresora? 

En el texto citado, Harari también agrega los siguientes postulados: "A medida que los algoritmos se vayan haciendo más poderosos, nos estaremos alejando cada vez más del ideal humanista." / "La inteligencia se desconecta de la conciencia." / "Algoritmos no conscientes pero inteligentísimos pronto podrían conocernos mejor.”

¿La desaparición del cuerpo en el arte conceptual es el anuncio del eclipse que viviremos a la sombra de la transformación digital? ¿El arte conceptual nos avisa que la vida estará signada por la inteligencia artificial y que nosotros pasaremos a un segundo plano de poca visibilidad?

Nuestra fe, nuestro erotismo, Dios, el terror, la angustia del misterio, la oscuridad de la muerte, el caos que aterra y la búsqueda de un cosmos que consuele, ya no estarán presentes en el arte. ¿Adónde estarán? ¿En ese mundo digital el cuerpo humano será un objeto inerte que no genera símbolos ni metáforas?

¿Vale la advertencia del arte conceptual, que nos avisa con la desaparición del cuerpo, que estaremos en segundo plano, eclipsados por nuestra propia creación digital? ¿Hemos “creado” un Golem que nos reemplazará en cuerpo y alma?

 

(*) Julio César Crivelli es coleccionista de arte y presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes