Experiencia interior
El esquema de Tedesco en estos poemas es clásico y consiste en variaciones de una repetición o, dicho de otra manera, en multiplicar los sentidos posibles e imposibles de una frase. A primera vista, lo que se deja ir se refiere a la sangre, de un manifiesto carácter indómito y carnal, aunque también borrascoso y guerrero.
“La desnudez de las palabras nimba esa sangre devastada, desentrañan lo oscuro y entre lampos cavan el coágulo recóndito, cuajado, habla en la pureza del brío de los vocablos”, revela el poeta Alejandro Cesario en el breve texto de contratapa de Sangre subjetiva, un libro de poemas donde no se evoca esa “sangre devastada” sino para invocar un fluir devastador y, en última instancia, desbocado y desatado hacia un lenguaje mestizo, hibridado de magnificencias y rusticidades, de cultismo y oralidad popular, entre otras técnicas. Porque el arte poético de Luis O. Tedesco se conforma también de la musicalidad disonante de acordes y cadencias, de melodías quebradas, de contrapuntos milagrosamente armónicos, de notas enfáticas y polifónicas. La respiración, sin embargo, dota a esta danza sincopada, de estratos y de capas sonoras tan profundas que resuena y retumba en ecos y vibraciones cavernosas, en acentos y entonaciones viscerales. Esa voz absoluta y lejana a la vez, cuyo resuello se escucha como el trasfondo desfondado del poema (su potencia no dicha), es lo único, en fin, que hilvana de modo intangible el devenir de las palabras.
Éstas, en el vocabulario de Tedesco, han sido liberadas de cualquier metalenguaje, de cualquier filiación social o ideológica, de toda mistificación. El orden en que se disponen –también en el desorden del significado trunco y hasta suprimido– obedecen a una legalidad musical, a una modalidad del decir, a sentimientos y pasiones, a la política en el sentido más inmediato y evidente, a las afinidades veladas, nunca a la corrección lingüística o idiomática. Si se quiere, al lexicón extravagante o idiolecto arbitrario, que incluye “joda” y “piélago” (o “chamuyo” y “dolo”) sin inconveniente alguno, opera sobre y con la lengua para obtener de ella una imagen o un mapa de su esencia indígena, situada, hablada y no hablada. En ese sentido, el tono gauchesco y tanguero, el barroquismo excéntrico, el sintagma popular, se comportan solo como instrumentos de sondeo, de contacto o reconocimiento respecto de un sentir, un modo de vida, de ser, de amar, sufrir o morir.
El esquema de Tedesco en estos poemas es clásico y consiste en variaciones de una repetición (“Dejala ir”) o, dicho de otra manera, en multiplicar los sentidos posibles e imposibles de una frase. A primera vista, lo que se deja ir se refiere a la sangre, de un manifiesto carácter indómito y carnal, aunque también borrascoso y guerrero. En un segundo nivel, ya no se trata de la sangre, con todas sus heridas y símbolos tradicionales, sino aquello que se deja ir son las palabras, mejor dicho, la energía vibrante de estas, cuya textura y tonalidad sugiere que fluyen junto o dentro de la sangre. Que se la mencione poco y nada no obtura la metáfora, al contrario, la vuelve perentoria. La más superficial alude a una herida que sangra, la menos –quizá– dice que en ese sangrar también sangran las lenguas diversas, plurales, de un pueblo. El del mismo poeta.
Sangre subjetiva
Autor: Luis O. Tedesco
Género: poesía
Otros libros del autor: Paisajes; Vida privada; La dama de mi mente; Cuerpo; Los objetos del miedo; Poesía política
Editorial: Cartografías/La yunta, $12 mil
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