Recaló en estas costas, ancló en Buenos Aires
Males culturales, males literarios. Y la bondad de este lector afectado por la lectura de una obra que se le vuelve carne y lo hace escritor. Al desatar esta lucidez, existe allí lo que no se consigue con figuración y pose. Ni con fumar en el salón literario resquebrajado por el tiempo.
Existen formas de andar en el lector: prevenido y desprevenido. De los primeros quedan pocos, pero llegan los nuevos: están advertidos. Porque activar la lectura sobre nuestra lengua es hacerse de ella. Miguel Vega Manrique tiene la carga lenguaraz española, es decir, soporta la crisis de esa contradicción del otro lado del océano encubierto (descubridores tampoco abundan, como los tesoros). Al punto esto que escribir crítica literaria es un absurdo. Más si el escritor leído le saca el texto a la jeringa y no hay teoría que lo aguante.
De eso se trata Osvaldo Lamborghini. Un libro como cuaderno de viaje, de allá para acá (sí, señalando el horizonte: de acá para allá están todos despedidos, condenados, muertos dos veces si hiciera falta), de un perderse en los archivos que constituyen una marea de cuadernos intervenidos, el tesoro de Osvaldo que muestra su transformación de novelista en artista plástico, del texto en trazo, luz sobre luz. Y Miguel (que entra en confianza, entonces vale el nombre de pila), elude la ceguera de la admiración. Porque lee atravesado por el furor de ponerse en juego, coronar el exceso del significado.
También, y esto es función de nuestro ego argentino, se nos ven los hilitos del circo criollo de la figuración académica, de la estrategia ruin del ser trascendente. Como si París fuera el maquillaje pillo de Buenos Aires, su arrabal un lupanar de ignorancias, la treta de vendernos por lo que decimos y no por el valor que nos asignan.
Males culturales, males literarios. Y la bondad de este lector afectado por la lectura de una obra que se le vuelve carne y lo hace escritor. Al desatar esta lucidez, existe allí lo que no se consigue con figuración y pose. Ni con fumar en el salón literario resquebrajado por el tiempo.
La toxicidad del mundo nos excede, la virgen cede, la santa quiere, y así. ¿En qué momento se acabó el chiste en la llanura? ¿Cómo puede ser que nadie escuche lo dicho en voz alta? ¿Cuál es el altavoz de esta decadencia que ya es herencia? Escribir es un espanto del mismo acto de hacerlo huella perdida, imposibilidad de ser escritor comprendido, negación del disfrute de vagar, saltar páginas, subrayar, mezclar los párrafos. Más que un ejercicio de salvación, Osvaldo Lamborghini de Vega Manrique es un acto de ternura lúcida, el acto sensible reconoce la consumación del horror. ¿Y si dejamos de sentir por no leer? ¿Y si la felicidad era esa sorpresa en el malentendido?
Milita Molina escribió una reseña de este libro en revista Präuse: “Mi frasecita Sebregondi. Cortada ahí. Escuchada así. Frasecitas como los su de Miguel respecto de los autores de Osvaldo Lamborghini. Esas que uno no se puede sacar de la puta cabeza. Frasecitas escritas y escuchadas ‘en la punta de una aguja’, como escribió Baudelaire en su Pobre Bélgica. Que vuelven como un sonsonete. Fui a buscar en el Sebregondi la frase completa ‘huyente de sus ruinas recaló en estas costas, ancló en Buenos Aires’.”
Miguel, bautizado como lector argentino.
Osvaldo Lamborghini
Autor: Miguel Vega Manrique
Género: ensayo
Editorial: Chinatown, $ 15.000
También te puede interesar
-
"Lo raro antes que lo bueno": tres jóvenes y una apuesta editorial de "riesgo"
-
San Juan Evangelista, el discípulo amado que dio palabra al misterio cristiano
-
Estas son las mejores adaptaciones cinematográficas de libros para 2026
-
Preguntas desde el borde
-
Tío Rico
-
Vivir o escribir
-
Adiós a Daniel Hugo Piazzolla: el hijo de Astor que preservó y expandió el tango experimental
-
Falleció Perry Bamonte, guitarrista y tecladista de The Cure, a los 65 años
-
Las obras de arte más caras vendidas este 2025 en subastas: de Klimt a Basquiat
-
El Marty McFly que no fue: la historia del actor que quedó fuera de "Volver al Futuro" y por qué lo ocultaron