Los tres legados que sobrevivirán a Donald Trump en Estados Unidos
Gane o pierda, el presidente dejará una Corte Suprema conservadora, un consenso sobre la necesidad de contener el ascenso de China, y una política comercial proteccionista.
La agresividad, incorrección y belicosidad encumbraron a Donald Trump y le granjearon legiones de detractores. Ese estilo también eclipsó su impacto político en Washington. Gane o pierda las elecciones del próximo 3 de noviembre, el republicano deja un legado en la Casa Blanca que lo sobrevivirá varios años. El republicano no cambió la política estadounidense, sino que acentuó dinámicas preexistentes, reforzando la polarización, apalancándose en el nacionalismo y nativismo para construir poder; y desafiando a las elites políticas con un discurso populista anti establishment.
Más allá del resultado que arrojen las urnas (y los fallos de la Justicia, si el escrutinio termina en tribunales), hay al menos tres herencias de Trump que perdurarán en el tiempo: una Corte Suprema conservadora; un consenso bipartidista sobre la necesidad de contener el ascenso de China, la mayor amenaza de seguridad nacional para Estados Unidos; y un proteccionismo comercial, cuya esencia no podrá ser olvidada por los demócratas si retornan a la Casa Blanca.
Justicia. Con seis jueces conservadores –tres de ellos nominados por Trump- y tres liberales, los fallos del máximo tribunal tendrán un impacto institucional de largo plazo en Estados Unidos. La posibilidad de revertir Roe vs. Wade, que despenalizó el aborto en 1973, o declarar la inconstitucionalidad del Obamacare, la gran obsesión republicana, son algunas de las decisiones que tomarán los magistrados. Si el 3 de noviembre gana Joe Biden, la Corte puede obstaculizar también muchas de sus iniciativas económicas y medioambientales. Pero tendrá que calibrar su poder de fuego para evitar que futuros presidentes echen mano del Court Packing y amplíen la cantidad de miembros del tribunal.
Política exterior. En 2011, Barack Obama reformuló la política exterior de Estados Unidos con el Pivot to Asia, retirando recursos de Medio Oriente y trasladándolos al Patio Trasero de China, la superpotencia en ascenso. Con la autosuficiencia energética generada por el fracking, Estados Unidos podía desentenderse de esa región y centrarse en otras amenazas. La más urgente y desafiante, sin dudas, era el régimen liderado por Xi Jinping. Obama combinó cooperación y competición, pero fue Trump quien subrayó la competencia estratégica entre los dos superpoderes. La competición se acentuó y quedó plasmada en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, donde se proclamó a la competición de grandes poderes como el norte de la política exterior de Estados Unidos. Ahora nadie duda en señalar a China como la mayor amenaza a la seguridad nacional del país.
Robert Jervis: "Hay peligro de una carrera armamentista entre Estados Unidos y China"
Ese logro fue señalado por Joseph Nye, profesor de la Universidad de Harvard, en diálogo con PERFIL. “Aunque lo hizo de una forma torpe, le dijo a China que la manera en que ha explotado la Organización Mundial de Comercio y los tratados internacionales es inaceptable y tendrá que cambiar su comportamiento”, explicó. Otro éxito de su política exterior fue el uso cauteloso y limitado de la fuerza. Trump no inició nuevas guerras, sino que se limitó a continuar las que heredó. Su retórica beligerante estuvo combinada con cierta dosis de prudencia y desinterés por escalar los conflictos.
Su política exterior transaccionalista, caracterizada por sanciones a adversarios y aliados, fue criticada habitualmente por la volatilidad que le imprimió al escenario internacional y por la utilización del dólar como arma financiera y diplomática. Pero también creó incentivos para que una futura administración renegocie desde una posición de fuerza con otros países. Según el profesor de la Universidad de Columbia, Robert Jervis, Irán y su programa nuclear entrarían en esa categoría. "El reto será utilizar la ventaja que Trump ha creado para elaborar un acuerdo mejor que el JCPOA, ampliando el plazo para las limitaciones de enriquecimiento de uranio, reforzando el régimen de inspecciones, y quizás ganando límites adicionales en el programa de misiles”, aseguró. El gran riesgo que corre Biden es que Teherán sobreestime la necesidad de Washington de distender automáticamente la relación bilateral, sólo para diferenciarse de su antecesor.
Proteccionismo. En la política comercial y laboral está otro de los grandes triunfos discursivos de Trump. La prédica proteccionista le valió, en buena medida, el triunfo electoral hace cuatro años y reconfiguró el mapa político de los Estados Unidos. Los blue collar workers –trabajadores industriales- abandonaron a los demócratas y se entregaron al único candidato que les prometió recuperar los empleos que la globalización, la interdependencia económica y las cadenas globales de valor se habían llevado a Asia y México.
Biden tomó nota y, con el objetivo de recuperar los estados del Rust Belt (Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Ohio, entre otros), prometió que no negociará tratados de libre comercio que pongan en riesgo empleos estadounidenses. Más que nunca, los demócratas necesitan reconstruir su coalición política con trabajadores y sindicatos. No obstante, Biden eludirá el slang trumpista del América First y disfrazará su proteccionismo con políticas a favor de la protección del medioambiente y de los derechos laborales.
Guste o no, la Justicia, la política exterior y la política comercial tendrán en los próximos años una reminiscencia trumpista. Variará el tono y el énfasis ideológico, pero la estructura y las motivaciones persistirán.
LD / DS
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