La cara oculta de los químicos cotidianos
En el intestino conviven cien billones de microorganismos que intervienen en la digestión, el sistema inmunológico, el metabolismo e incluso en la salud mental. Un estudio de la Universidad de Cambridge examina el impacto que los químicos tienen sobre estas bacterias.
Dentro de cada uno de nosotros convive una multitud: más de cien billones de microorganismos que forman el llamado microbioma intestinal, un ecosistema complejo como una selva.
Estas bacterias no son pasajeras ni indiferentes: regulan la digestión, entrenan al sistema inmunológico, participan del metabolismo e incluso influyen en nuestra salud mental y reproductiva.
Es literal: sin ellas no podríamos vivir. Y cualquier desequilibrio entre las diferentes especies que nos habitan puede disparar problemas digestivos, reproductivos, alteraciones inmunológicas e incluso efectos en el estado de ánimo.
Por eso, desde hace un tiempo, la comunidad científica ha puesto el foco en estudiar estos microorganismos y, en particular, algo que también nos acompaña día a día: los compuestos químicos de síntesis.
Pesticidas, plastificantes, retardantes de llama y otros, entre 168 productos que tocamos sin darnos cuenta resultan tóxicos para especies clave del microbioma humano"
Un trabajo reciente de la Universidad de Cambridge examinó justamente el impacto de los químicos cotidianos sobre estas bacterias esenciales. Analizaron 1.076 compuestos industriales -pesticidas, plastificantes, retardantes de llama y otros productos que tocamos sin darnos cuenta- y encontraron que 168 resultan tóxicos para especies clave del microbioma humano.
No se trata de sustancias exóticas o evidentemente peligrosas, sino de químicos que ingresan al cuerpo a través de alimentos, agua y ambientes domésticos.
La sorpresa no fue que los pesticidas dañen microorganismos; para eso se diseñaron. Lo inquietante es que también afectan a bacterias que jamás deberían ser su blanco.
En Argentina seis de cada diez chicos padecen algún tipo de parásito intestinal
Y lo más delicado del hallazgo es la respuesta de ciertas especies: al intentar defenderse de estos químicos, algunas bacterias activan mecanismos que terminan confiriéndoles resistencia a antibióticos como la ciprofloxacina. Un efecto colateral que nadie imaginaba y que podría, en el futuro, complicar tratamientos dentro del cuerpo humano.
La doctora Indra Roux, investigadora mendocina de la Unidad de Toxicología de la Universidad de Cambridge y primera autora del artículo publicado en Nature Microbiology, lo resumió así: “Descubrimos que muchos químicos diseñados para actuar sobre un único tipo de organismo, como insectos u hongos, también afectan a las bacterias intestinales. Nos sorprendió lo fuertes que eran algunos de estos efectos. Por ejemplo, muchos químicos industriales como retardantes de llama y plastificantes, con los que tenemos contacto frecuente, se consideran inofensivos para los seres vivos, pero no lo son".
Que la frase provenga de una científica argentina trabajando en Cambridge no es un detalle menor: le da peso a un área que empieza a demandar una mirada más amplia.
Porque el punto central del estudio es éste: las evaluaciones de seguridad química no consideran al microbioma humano. Los compuestos se aprueban asumiendo que afectan solo a su objetivo, pero este trabajo demuestra que esa idea ya quedó perimida.
A partir de la enorme cantidad de datos generados, el equipo desarrolló una herramienta que, mediante inteligencia artificial, es capaz de predecir qué químicos -los actuales y los futuros- podrían dañar nuestras bacterias intestinales.
Es un paso concreto hacia el diseño de compuestos “seguros desde el origen”, una idea que probablemente se vuelva parte de las regulaciones del siglo XXI.
Quedan incógnitas importantes: cuánta cantidad de estos químicos llega realmente al intestino, en qué condiciones y si los efectos observados en el laboratorio replican lo que ocurre dentro del cuerpo.
Pero quienes trabajamos en biociencias sabemos que así empiezan los cambios: primero los datos, después la discusión, luego las reglas.
El estudio no demoniza a la química moderna; sólo muestra lo que está a la vista. El problema es que seguimos evaluando el siglo XXI con criterios del siglo pasado. Y en ese desfasaje, las bacterias que sostienen buena parte de nuestra salud quedan en el medio.
Mientras discutimos, esos cien billones de microorganismos siguen trabajando gratis para nosotros. Lo mínimo sería no complicarles la vida.
*director de la Licenciatura en Biotecnología del Instituto Universitario para el Desarrollo Productivo y Tecnológico Empresarial de la Argentina (IUDPT)
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