“Me siento como el personaje de la película de Natalia Oreiro”
Tamara Saburova, pareja del presunto líder de la llamada “secta rusa”, habla por primera vez desde el penal de Rawson, donde Rudnev permanece detenido desde marzo, acusado de trata de personas y reducción a la servidumbre. En una entrevista realizada con traductor, reconstruye su vida en Bariloche, denuncia persecución y describe el deterioro físico de su esposo. Afirma que el caso es “fabricado” y que teme por la vida de su pareja.
Desde marzo pasado, cuando Konstantin Rudnev fue detenido en la ciudad de Bariloche acusado de trata de personas y reducción a la servidumbre, la vida de Tamara Saburova quedó suspendida. Ella es de nacionalidad rusa como su marido, al que vinculan con una secta, y quedó a la deriva y con serias dificultades para comunicarse.
“Me siento como el personaje de la película de Natalia Oreiro”, dice en una entrevista con PERFIL, que se hizo por escrito y con la ayuda de un traductor. La comparación con la historia real que cuenta el film aparece varias veces en la conversación: como Andrea Casamento (el personaje que interpreta Oreiro), Tamara está sola recorriendo los pasillos de una prisión para ver a alguien a quien considera inocente.
—¿Por qué vinieron a la Argentina?
—Vinimos a la Argentina buscando tranquilidad y un lugar donde pudiéramos vivir en paz. Cruzamos el océano, lo más lejos posible de Rusia, porque Konstantin sufría persecución constante allí, además de un acoso permanente por parte de los medios.
En 2010 fue encarcelado en Rusia por un caso completamente fabricado, ya que siempre se había expresado con valentía contra el gobierno, contra el régimen ruso y contra Vladímir Putin. Lo condenaron injustamente a once años de prisión. Cumplió íntegramente su condena. Ahora, los fiscales argentinos dicen que supuestamente tiene tendencia a fugarse. Eso jamás ocurrió; es absolutamente falso. Es solo una mentira más que utilizan para mantenerlo detenido aquí, en Argentina.
Cuando primero nos trasladamos a Montenegro, al poco tiempo comenzó nuevamente la persecución, porque Montenegro mantiene una relación estrecha con Rusia. La mano del Kremlin logró alcanzarlo incluso allí. En cuanto comenzaron otra vez las publicaciones y los ataques, quedó claro que no tenían nada que acusarle: Konstantin nunca hizo nada ilegal, nunca dañó a nadie, nunca cometió delito alguno.
Entonces empezaron nuevamente a difamarlo en los medios y la prensa montenegrina. Ante esa situación, decidimos irnos a Argentina, porque nos parecía un país amistoso y hermoso. Él había visto muchos videos sobre el país: ama la naturaleza, las montañas, los lagos, las cascadas. Le encanta estar al aire libre; la mayor parte de su vida la ha pasado en contacto con la naturaleza. Durante los once años en prisión en Rusia no tuvo esa posibilidad, y eso –salir al bosque, caminar, disfrutar del entorno natural– era lo que más amaba. Por eso vinimos a Argentina, a lo que considerábamos el lugar más bello: Bariloche. Elegimos esta ciudad por su increíble paisaje, sus lagos, montañas y cascadas.
—En su carta desde la cárcel, Rudnev escribió que fue “condenado por la prensa y no por la Justicia”. ¿Sentís que hay una persecución mediática o que los medios lo trataron injustamente?
—Los medios de comunicación durante varios meses reflejaron solamente la versión de la Fiscalía de Bariloche y datos no oficiales que se demostró que no eran reales. Dijeron que había transporte de drogas y se comprobó con un peritaje de Gendarmería Nacional que no había drogas, dieron negativo todos los peritajes, no algunos, todos. Se difundió que había un pedido de captura de Interpol sobre mi esposo Konstantin Rudnev y eso era falso. En la causa figura un documento enviado desde Montenegro donde se aclara que no hay ningún pedido de captura sobre él. De todas maneras, los medios empezaron a escucharnos y se está conociendo de a poco la verdad sobre esta causa.
—¿Qué tipo de vínculo mantienen hoy? ¿Pueden comunicarse con frecuencia?
—Cada vez que lo veo en prisión, no puedo contener las lágrimas. Me resulta insoportable mirarlo allí. No puedo soportar ver cómo, día tras día, está cada vez más delgado. Le cuesta moverse, le cuesta hablar. Se cansa mucho. A veces, incluso mientras estamos sentados juntos durante la visita, parece a punto de desmayarse. Temo que en cualquier momento se caiga. Tengo que sostenerlo constantemente. Realmente me siento como el personaje de la última película de Natalia Oreiro (N. de R.: La mujer de la fila), donde ella iba una y otra vez a visitar a su hijo. Yo también visito a mi esposo, un hombre absolutamente inocente. Lo acusan sin ninguna prueba, de manera totalmente injusta. Tengo que hacer fila durante horas, ver a otras mujeres que también luchan por sus maridos, que no entienden por qué sus familias están sufriendo tanto. Veo niños junto a sus madres o visitando a sus padres, preguntando: “Papá, ¿cuándo vas a volver a casa?”. Y eso me llena de tristeza, de una amargura enorme. No comprendo cómo, según las leyes argentinas, se puede encarcelar a una persona inocente –sin pruebas, sin víctima, sin fundamento alguno–, solo por un caso completamente fabricado y falsificado. Y parece que a nadie le importa. Todos lo saben: lo saben los fiscales, lo saben los jueces, lo publican los periódicos. Todos saben que el caso está manipulado. Pero aun así lo mantienen en prisión. Realmente empiezo a pensar que esto parece una orden para acabar con su vida. Es terrible. Me provoca una tristeza inmensa, un sufrimiento enorme. Es horrible tener que soportar algo así.
—Su abogado, Carlos Broitman, dijo que el proceso “nació viciado de irregularidades”. ¿Qué irregularidades ustedes ven en la causa?
—Nos detuvieron de forma muy violenta en el aeropuerto, justo cuando estábamos por viajar a Buenos Aires. La Policía nos detuvo de repente, nos separaron enseguida. A Konstantin le pusieron esposas y lo empujaron contra la pared. A mí me apartaron de él bruscamente.
Intenté acercarme para entender qué estaba pasando, pero no me dejaron ni mirarlo. Todo fue extremadamente agresivo. Llegó una cantidad impresionante de policías, parecía una operación planificada. Había gritos, confusión, un comportamiento muy hostil.
No sabía a dónde se habían llevado a Konstantin, y estaba desesperada. Se lo llevaron enseguida, esposado. Después me llevaron a mí, junto con otras mujeres rusas que estaban en el avión. Vi cómo intentaban detener también a otro chico, pero cuando logró demostrar que era bielorruso y no ruso, lo liberaron y lo dejaron subir al avión. Parecía que estaban deteniendo simplemente a todos los que tenían pasaporte ruso.
—¿Creés que Konstantin podrá tener un juicio justo en Argentina?
—Creo que se va a demostrar dentro de muy poco que mi esposo es inocente. La presunta víctima escribió una carta al juez Zapata diciendo que no es víctima de nada ni de nadie y además denunció a los fiscales y al personal del hospital de Bariloche. Creo que ella misma es una víctima (de la fiscalía argentina). Según sus propias declaraciones, fue retenida contra su voluntad, como en una cárcel. No entiendo por qué. No sé si es rusofobia o una persecución contra los rusos en Argentina, pero todo esto parece irreal, como si fuera una película absurda.
—¿Qué te gustaría que la gente supiera sobre él y que no se ha contado?
—Solo pido una cosa: que liberen a mi esposo, Konstantin Rudnev. Él no es culpable de nada. Si tienen sospechas, que investiguen, pero que lo liberen –aunque sea bajo arresto domiciliario o con restricción para salir del país, como yo ahora, que también estoy imputada en la misma causa de trata de personas. Todo esto es absurdo, doloroso e incomprensible. Estamos en una situación muy vulnerable: somos extranjeros, no tenemos documentos, no tenemos nada. Solo pido que le permitan recibir tratamiento médico, que sus propios médicos puedan atenderlo, que lo trasladen a un hospital donde realmente puedan ayudarlo, donde haya equipos y medicamentos adecuados, donde no lo sigan destruyendo. Solo pido que le salven la vida. Pido humanidad. Pido que no lo dejen morir en la cárcel.
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