Juan Carlos, el rey que sepultó al franquismo, levantó la democracia y hundió a la monarquía
A medio siglo de su jura como rey, Juan Carlos de Borbón agita a España con sus memorias, "Reconciliación". Reivindica a Franco y su rol en la democracia. Desde el exilio, admite errores personales pero defiende su herencia institucional.
Cincuenta años después de la muerte del dictador Francisco Franco, ocurrida el 20 de noviembre de 1975, el rey emérito Juan Carlos I decidió hablar con su propia voz para contar su propia versión sobre aquellos días en que España recuperó la democracia.
Lo hace a través de "Reconciliación", un libro de memorias escrito junto a la historiadora francesa Laurence Debray que llega en el momento exacto: cuando España conmemora el medio siglo sin el dictador y, dos días después, el de la proclamación del joven príncipe que, contra todo pronóstico, terminaría desmontando el régimen que lo había criado.
"Franco me hizo rey para crear un régimen más abierto", escribe Juan Carlos, en una frase que resume una relación compleja, casi filial. Traído a España en 1948 con apenas diez años desde el exilio portugués, el niño que viajó en el vagón personal del Caudillo —el mismo que llevó a Franco a Hendaya para entrevistarse con Hitler— creció bajo la sombra tutelar del dictador.
Tras la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, el rey Juan Carlos le sucedió como jefe de Estado y lideró la transición de la dictadura a la democracia.
El exmonarca, de 87 años, asegura en el libro que "tenía gran respeto" por Franco, "que podía ser tierno y benevolente". Apreciaba su inteligencia y su sentido político. Nunca permití que nadie lo criticara delante de mí", confiesa en palabras que cayeron como una bomba en España.
Francisco Franco (1892-1975) gobernó durante España durante tres décadas después de la sangrienta Guerra Civil de 1936-1939, con el respaldo del ejército y la Iglesia católica, y durante sus primeros cinco años en el poder ejecutó a decenas de miles de prisioneros republicanos y arrojó sus cuerpos a fosas comunes.
Durante todo el franquismo, la población carcelaria de España se disparó y medio millón de personas huyeron del país cuando sus propiedades fueron confiscadas. Los recién nacidos eran arrebatados a opositores y familias pobres para ser entregados a otras parejas, muchas de ellas cercanas al régimen de Franco. Los activistas estiman que hubo miles de bebés robados a lo largo de las décadas.
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El presidente del gobierno Pedro Sánchez se declaró "sorprendido" ante la declaración del ex rey. "Le diré que no va a ser uno de los que recomiende para estas Navidades, visto lo visto—aclaró a la prensa—. Responderé algunas de las cosas que, en fin, me han dejado sorprendido, sobre quién trajo o no trajo la democracia. La democracia no cayó del cielo; fue fruto de la lucha de los españoles y españolas, de la gente de a pie, de los peatones de la historia, que decía Vázquez Montalbán", agregó Sánchez.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, calificó directamente de "repugnantes" las declaraciones de Juan Carlos sobre Franco y el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero pidió "templanza". Pero Juan Carlos no se disculpa: "La memoria es siempre fragmentada y trabajar con ella es arriesgado, porque todo recuerdo es, en cierto modo, una reinvención", responde citando al historiador David San Narciso Martín.
El heredero de Franco
Franco ascendió al poder durante la Guerra Civil Española, que comenzó en 1936 cuando lideró un golpe contra el gobierno republicano de izquierdas del país.
Juan Carlos de Borbón, nacido en Roma el 5 de enero de 1938, describe en sus memorias sus recuerdos de niñez, sobre todo en Suiza, donde la familia vivió unos años después del exilio de 1931. Sin embargo, uno de los momentos que más le marcaron entonces fue cuando se trasladó, teniendo solo diez años, de Portugal a España para ser educado bajo la tutela del dictador Francisco Franco.
"Ese país que era el mío, pero que no conocía, cuyo idioma no hablaba bien", confiesa en la versión en francés de sus memorias. Al tomar el tren, su padre, el conde de Barcelona, le dijo a su madre: "María, despídete de Juanito [como se conoce cariñosamente al emérito] porque no sabemos cuándo lo volveremos a ver". "Al oír sus palabras, sentí un nudo en el estómago", recuerda.
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Cuando tenía 20 años, Juan Carlos fue elegido por Franco como su "sucesor en la jefatura del estado" en 1969, saltándose del orden sucesorio al padre del príncipe, el infante don Juan de Borbón, conde de Barcelona e hijo del anterior rey, Alfonso XIII, que fue derrocado en 1931. A los monárquicos españoles, la mayoría exiliados, les pareció que "Juanito" había cometido una gran traición a su propia familia.
El conde de Barcelona, a quien sus seguidores llamaban el "Rey Juan III", quedó amargamente decepcionado y creyó que, al aceptar sin consultarlo, su hijo lo había traicionado: "Mi padre creía que yo no había jugado limpio: que yo le había engañado", lamentó Juan Carlos en una ocasión.
Vencedor de la sangrienta Guerra Civil (1936-1939), Franco gobernó de manera implacable durante 36 años y tras su fallecimiento ningún responsable del régimen que suprimió libertades fue juzgado gracias a una amplia amnistía que benefició a ambos bandos.
Demócrata intachable, don Juan emitió un comunicado señalando que no había sido consultado y no se había buscado la opinión libremente expresada de los españoles. "La vida es injusta—dijo un pariente de don Juan—. Al joven príncipe no le interesa el poder y sin embargo es él el que va a reinar. El conde se muere de ganas de reinar, aparte de que es un tanto más popular que su hijo, y el poder se le va de las manos".
La condesa trató de convencer a su marido de que Franco no le había dejado opción a su hijo y luchó por reunir a la familia, sin conseguirlo durante mucho tiempo. Laureano López Rodó, dos veces ministro en los Gobiernos de Franco, dijo que "el enfrentamiento entre el padre y el hijo era tan duro, como sólo se da entre dos rivales que ambicionan la misma pieza de conquista".
Las cosas no se solucionaron sino hasta un año después, cuando padre e hijo se encontraron en un café de París y Juan Carlos le expresó sus sentimientos: "Mira, papá, desde que tenía ocho años yo he sido un mandado—le dijo—. Un mandado tuyo. Sólo he hecho lo que tú has querido. Tú quisiste que fuera a estudiar a España. Y estudié en España. Luego, porque te enfadaste con Franco, quisiste que me retirara de España. Y me retiré de España. Reanudasteis las relaciones. Y yo volví otra vez… Entre Franco y tú organizasteis el plan de mi vida como quisisteis. A mí no se me preguntaba ¿quieres?, ¿no quieres? Se me daba ya decidido. Y yo, a obedecer. No he hecho otra cosa que obedecerte…"
La larga agonía de Franco y el amanecer del 20-N
Abdicado en 2014 en su hijo Felipe VI, Juan Carlos de Borbón fue para muchos un hombre clave en el camino de España hacia la democracia tras la muerte del dictador, que lo había nombrado como su sucesor.
La noche del 19 al 20 de noviembre de 1975, en el Palacio de La Zarzuela, Juan Carlos y Sofía siguieron la cobertura de la agonía del Generalísimo en la televisión. "Sofi me propuso quedarnos despiertos hasta el momento fatídico. Yo decidí irme a la cama", recuerda en sus memorias. A las 5:25 de la madrugada, Franco murió.
Dos días después, el 22 de noviembre, con el féretro del dictador aún en el Palacio de Oriente, Juan Carlos juraba ante las Cortes franquistas como Juan Carlos I, rey de España. En su primer mensaje habló de ser "rey de todos los españoles". Muchos lo interpretaron como una frase más. Él, sin embargo, ya tenía claro que su misión no era perpetuar el Movimiento franquista, sino enterrarlo sin que España se desangrara.
"España era un caballo al galope —escribe—. Mi empeño era evitar que se escorase ni a la derecha ni a la izquierda, pero no podía frenarlo del todo".
La entronización de Juan Carlos capturó la atención mundial. Marcaba el fin de una feroz dictadura, que dejó cientos de miles de desaparecidos y víctimas mortales en actos de torturas, campos de concentración y cárceles, pero también ofreció el inédito hecho del regreso del sistema monárquico en tiempos en que numerosos reyes habían caído de sus tronos.
Ya que España no había tenido un rey desde hacía más de cuatro décadas y el aparato cortesano no existía, Juan Carlos imprimió su propio estilo a la renovada monarquía. "Años apareciendo junto a Franco, cabizbajo y mudo, habían suscitado la idea generalizada de que carecía tanto de inteligencia como de valor", escribió su biógrafo Paul Preston.
Tanto los franquistas como los monárquicos llamaban al rey con el apodo "Juan Carlos el Breve", porque se pensaba que no duraría mucho en el trono. En todo el siglo XX, que había atestiguado la caída de poderosas monarquías, ningún país había restituido a un rey en su trono.
La hora de desmontar el franquismo
Juan Carlos reinó durante 39 años. Pero los escándalos financieros y relaciones extramatrimoniales erosionaron su imagen en los últimos años y lo llevaron a autoexiliarse a Abu Dhabi en 2020.
Juan Carlos I se deshizo rápidamente de la pesada herencia franquista y emprendió, inesperadamente, el rumbo de la transición democrática.
La gran jugada maestra fue la Ley para la Reforma Política de 1976, diseñada por Torcuato Fernández-Miranda y aprobada por las propias Cortes franquistas, que votaron su propia disolución. "Fue un harakiri institucional", diría años después Adolfo Suárez, el presidente centrista que Juan Carlos eligió cuando nadie apostaba por él.
Pero fue su crucial intervención el 23 de febrero de 1981, cuando su condena al intento de golpe de Estado le valió la aclamación popular como "el rey de todos los españoles". Fue uno de los episodios clave de la historia reciente de España. El ex soberano recuerda con todo tipo de detalles aquella noche, en la que pidió que su hijo Felipe estuviera presente: "Su instrucción como rey comenzó ese día".
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Los estudios de la Radiotelevisión Española también fueron tomados y los equipos tardaron en llegar a la residencia real. "Por fin grabo mi mensaje a la nación. (...) Me puse la chaqueta de general. Para ir más rápido, ni siquiera me puse los pantalones—rememora en su libro—. Mi discurso es sobrio y eficaz, de noventa segundos".
Juan Carlos, vestido de capitán general de los ejércitos, apareció en televisión para detener el golpe: "La Corona, símbolo de la permanencia y la unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum", dijo aquella dramática noche. El secuestro del Congreso duró aún toda la madrugada, hasta que los golpistas se rindieron el 24 de febrero al mediodía, 17 horas y media después del asalto.
Juan Carlos volvió a levantar polémica con la publicación de sus memorias, en las que se refiere a Franco en términos halagadores: "Le respeté enormemente, apreciaba su inteligencia y su sentido político (...). Nunca permití que nadie criticara a [Franco] en mi presencia".
La defensa del rey hacia la joven democracia lo ayudó a convertirse en uno de los estadistas más populares de Europa y a acumular una corriente de adeptos al "juancarlismo" a la que se sumaron incluso los republicanos que valoraban su estilo abierto y "campechano". Durante las siguientes décadas, reinó la contradicción: en España había muchos "juancarlistas" pero pocos "monárquicos".
Con el discurso del 23F, "Juan Carlos I asumió su responsabilidad y su compromiso con la Constitución", dijo su hijo y sucesor, el rey Felipe VI, cuando se cumplieron 40 años de la intentona golpista. "Si el rey no hubiera estado el 23 de febrero, el golpe militar hubiera triunfado, de eso no tengo ninguna duda", reconoció el líder comunista Carrillo.
Hoy España tiene "una impagable deuda de gratitud" con Juan Carlos, reconoció el ex presidente Mariano Rajoy. "Ha sido el mejor portavoz y la mejor imagen del Reino de España por todos los rincones del mundo y un defensor infatigable de nuestros intereses en todo aquello que pudiera contribuir a mejorar el bienestar de los españoles". Además, definió al rey como "una figura histórica, tan estrechamente vinculada a la democracia que no se puede entender la una sin la otra".
Un legado en dos tiempos
Durante sus casi cuatro décadas de reinado, Juan Carlos I fue aclamado como el artífice de la reconciliación nacional. La Constitución de 1978, aprobada por el 88 % de los votos, consagró la monarquía parlamentaria que él había defendido contra los nostálgicos franquistas y contra quienes querían una ruptura total.
Pero el ocaso llegó rápido y el reinado de Juan Carlos dejó un legado dividido: mientras muchos españoles remarcan su trayectoria como un héroe de la democracia, otros, especialmente los jóvenes, lo recuerdan como el rey que desprestigió a la Corona.
Durante décadas, la monarquía española gozó de inusitado blindaje por los medios de comunicación y los sucesivos gobiernos que, aunque algunos historiadores lo consideraron necesario para proteger a la frágil democracia, le permitió a Juan Carlos I "reinar" a sus anchas.
El atractivo y la jovial naturalidad del rey, un aficionado a las corridas de toros, los deportes náuticos, las carreras de autos y las motos veloces, le sumó la admiración popular dentro y fuera de su país. Pero el prestigio del que gozó no resistió el golpe de la crisis económica que, desde 2008, frenó la prosperidad de España y acrecentó la desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones.
El blindaje, que muchos opositores a la monarquía ahora consideran censura, se quebró definitivamente en abril de 2012, cuando se descubrió el viaje del rey para cazar elefantes en Botswana, mientras España estaba al borde de un rescate financiero y que sólo trascendió porque el monarca se rompió la cadera. Avergonzado, Juan Carlos salió del quirófano de un hospital de Madrid y pidió perdón: "Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir", dijo compungido a una cámara de televisión cuando fue dado de alta. Pero el daño ya estaba hecho.
Los problemas de quien fuera un rey de gran popularidad llevaban tiempo acumulándose y era cuestión de tiempo para que estallaran. De hecho, habían llegado a un punto crítico un año antes, cuando se abrió una investigación por corrupción contra su yerno, el ex medallista olímpico de balonmano Iñaki Urdangarin, luego condenado a 5 años y 10 meses de prisión por malversar en beneficio propio millones de euros donados por organismos públicos a una ONG que él presidía.
Su esposa, la infanta Cristina, fue imputada por la justicia por presuntos delitos contra la Hacienda pública y se convirtió en el primer miembro de la familia real en sentarse en el banquillo de los acusados, pero fue declarada inocente. Si bien la casa real sostuvo que Juan Carlos no sabía nada de las actividades de su yerno, el socio de Iñaki, Diego Torres, declaró ante el juez que el duque de Palma no tomaba decisiones "sin la aprobación de palacio".
Los medios comenzaron a canalizar el malestar de los españoles hacia un rey que ahora veían alejado de la realidad y una familia real que no era ejemplar, y las críticas crecieron tras revelarse que mantenía una relación con la empresaria alemana Corinna Larsen, con la que viajaba frecuentemente.
España estalló de bronca. Hubo protestas en Madrid, Barcelona y otras ciudades en la que miles de españoles, mayoritariamente jóvenes, pedían un referéndum para abolir la monarquía: "¡España mañana será republicana!", gritaban en la madrileña Puerta del Sol; "¡A por la Tercera República!", clamaban en la barcelonesa Plaza Catalunya.
Después del safari de elefantes en Botsuana en abril 2012, en plena crisis económica, que rompió el contrato emocional con los españoles, llegaron las investigaciones a Juan Carlos por presunta corrupción, la abdicación en junio de 2014 con una frase que sonó a epitafio: "Una nueva generación reclama con justa causa el papel protagonista". Y, finalmente, tomó camino del exilio voluntario en Abu Dhabi en agosto de 2020. "Me fui para facilitar las cosas a mi hijo", explica ahora en su libro.
El exmonarca dedica varias páginas de sus memorias a explicar el porqué de los cuantiosos obsequios que recibía, especialmente de algunas familias reales árabes, "un acto de prodigalidad de una monarquía hacia otra". Sobre el donativo de 100 millones de dólares del difunto rey Abdallah de Arabia Saudita, que llegó a ser investigado por la justicia española, admite que fue "un grave error" aceptarlo.
El escandaloso romance con Corinna Larsen, revelado en esos años, fue otro gran problema. Aunque sin citarla por su nombre, el exmonarca reconoce en su libro que esa relación fue un "error". Estaba con ella cuando, durante una cacería de elefantes en Botsuana en 2012 y en plena crisis económica en España, se cayó y se fracturó una cadera, un comportamiento por el que pidió disculpas.
Unos años después, Corinna lo demandó sin éxito en Reino Unido por acoso. "No quiero que ella tenga la última palabra, que su versión se considere la única verdad" en este asunto que "tuvo un impacto desafortunado en mi reinado y mi destino", escribe el exsoberano, que se define como un "hombre herido".
Finalmente, el rey reconoce todos sus errores, pero se defiende: "Mi historia me la estaban robando. Escribí este libro para exorcizar demonios". A los que le reprochan blanquear a Franco, responde con una frase que resume su visión: "Enterré el pasado para poder construir un futuro".
Hoy, mientras España recuerda aquellos días de noviembre de 1975 sin invitarlo a los actos oficiales, Juan Carlos observa desde el desierto. De hecho, no estará presente en los eventos que el gobierno y la casa real organizaron para conmemorar los 50 años de democracia.
Pero su libro reabrió un debate: ¿fue el rey que afianzó la democracia o desprestigió a la monarquía? Probablemente fue las dos cosas. Como él mismo escribe al final del libro, en una frase dirigida a su hijo Felipe VI: "Tú heredas un sistema que forjé yo. Puedes excluirme personalmente si lo consideras necesario, pero no podrás borrar mi herencia institucional".
ds
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