streaming y música

Juan Ruffo es el ‘otro yo’ de Tomás Rebord en Blender, y además es un influencer rockero

En la pantalla del canal de streaming Blender, Juan Ruffo forma la dupla creativa con Tomás Rebord en Hay algo ahí. Él es quien parece acercarle propuestas alternativas que con su histrionismo, Rebord explota al máximo. Fuera de esa pantalla, Ruffo es un productor cultural de acciones como las sesiones de Industria Nacional y el festival Superfly.

Foto: cedoc

En algún momento de los últimos dos años, Juan Ruffo acuñó en el ciclo Hay algo ahí el término “Superfly” como estado de ánimo, actitud ante las cosas, inoculación del estrés o algo así. 

La palabra se convirtió en un sello y en un festival multidisciplinario, que ya cuenta con dos ediciones y fragua una tercera. Pero no es únicamente con esa marca que Ruffo comunica música. Las sesiones Industria Nacional, que empezaron en el auditorio de Rock Nacional y se mudaron al teatro Roma de Avellaneda, son un recorte original y criterioso de lo que viene pasando en la escena local. Todo ese universo se articula) con el programa Hay algo ahí que, con Tomás Rebord, Ruffo y equipo, lidera audiencias del streaming Blender.

—Sos un líder de opinión en términos de rock...

—Sí. Estoy cobrando mucha guita y acomodando gente (risas). Hablando en serio, creo que la vida me puso en un lugar donde tengo mucha exposición. Y la verdad que con la música y la cultura me pasa que la quiero compartir porque me hace muy feliz. Y creo que algunas bandas están haciendo un trabajo por la cultura que es valioso e importante. En ese sentido, compartirlo es un gesto natural para mí. Todo eso del “gatekeeping” (ndr: restringirle al resto el acceso a algo) no me gusta. 

—También están las sesiones de “Industria Nacional” que son un tesoro.

—Sí. La particularidad que tiene es que está hecha íntegramente por creyentes. Hicimos una apuesta personal y le dedicamos tiempo, trabajo, y nuestras caras.

—¿Son caras?

—Sí, la grabación y la edición del sonido que hace Jalisco Récords es de élite. Más las cámaras, la edición, los fierros, la producción...

—¿Qué los motivó a hacer las sesiones?

—Las ganas. También nos dijimos: “Nosotros consumimos las sesiones de KEXP y los Tiny Desk de bandas que nos gustan a nosotros, ¿por qué no puede haber ese tipo de sesiones, con esa calidad de artistas nacionales que sabemos pueden alcanzar cierto grado de masividad porque en verdad son buenos? Es cuestión de tiempo”. 

Quizás el movimiento más atrayente que hace Juan Ruffo es que su posición en la esfera del streaming es la de un influencer. Los picos de visualizaciones de Hay algo ahí tienen pocos parangones en el stream local. Sin embargo, su curaduría responde a esas expresiones culturales que pueden ser llamadas de nicho y que pueden eclosionar en cualquier momento por su calidad. La apuesta por visibilizarlos apunta al encuentro, a lo real. Y, por qué no, al futuro.

—¿Qué te guía a la hora de elegir música para tus distintos proyectos?

—Mis instintos, por decirlo de alguna manera. A veces veo a una banda que siento que vibra en otra frecuencia y digo: “Pará, ¿qué onda esto?”. En Blender pasa lo mismo. Es un detalle, pero antes de arrancar los programas de Hay algo ahí, siempre pongo música. Es decir: la música me acompaña siempre.

 —¿Y específicamente para el festival Superfly?

—El espíritu es el mismo: juntar todas las cosas que a mí me gustan para compartirlas.  El festival no solo tiene bandas en vivo y música, tiene también microcine, videojuegos, fiesta y baile. 

—Es interesante apostar por la calidad más allá de cuántos tickets corten.

—Usualmente las bandas que elijo tienen públicos que siguen yendo a ver música. Es gente que sigue gastándose el mango para eso, en un contexto cada vez más difícil. Entonces, la idea es decirle a un público menos musical: “Mirá, tengo esta selección que hice y te prometo que algo te va a gustar.”

—En tiempos en que muchos se sienten cómodos en su soledad porque la tecnología los acompaña, encuentros como estos se vuelven centrales.

—En la música, a veces parece que todo se hunde en una especie de liquidez cibernética donde, por lo que cuesta Spotify, tenés toda la música del mundo. Es un negocio que, a priori, parece falso. 

—¿Por qué?

—Porque lo más probable es que no tengas absolutamente nada. Creo que juntarse con personas, hacer un pogo y llegar con él a un clímax absoluto durante un solo de guitarra es algo mucho más valioso. A eso sumale las remeras, los discos físicos, o el ticket. Digo esto sin hacer un culto a la nostalgia, porque también hay mucho de eso.