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Arabia Saudita empieza a militarizar su riqueza

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Aquí hay un tema sobre el que Elon Musk pensará dos veces antes de tuitear. Arabia Saudita, una nación rica en recursos y que en los últimos meses acumuló una participación de US$2.000 millones en Tesla Inc., la compañía de autos eléctricos del millonario loco de Twitter, declaró la guerra económica a Canadá. La causa fue un tuit de la ministra de Asuntos Exteriores canadiense, Chrystia Freeland, cuyo llamado a la liberación de activistas sociales arrestados por la monarquía del Golfo obtuvo una respuesta increíblemente desproporcionada esta semana.

Riad suspendió nuevas inversiones en Ottawa, expulsó al embajador de Canadá, detuvo los vuelos de la aerolínea estatal al país, suspendió un programa de intercambio estudiantil, retiró pacientes de hospitales canadienses y comenzó a vender activos canadienses (según el Financial Times). Todo con el objetivo de castigar a los canadienses "sin importar el costo", dijo una fuente cercana a la situación al FT.

Musk debería tener motivos para preocuparse. Es mitad canadiense y estudió en Canadá. Si hubiera construido su despilfarradora automotriz al norte de la frontera con Estados Unidos, los saudíes sin duda tendrían una opinión diferente sobre ese respaldo para Tesla, y la posibilidad de ayudarlo a retirar de la bolsa a la compañía. Efectivamente, es esta aparente voluntad saudita de "militarizar" sus inversiones en el extranjero lo que debería hacer que los gobiernos occidentales y los líderes comerciales hagan una pausa para reflexionar, y podría explicar en parte por qué los aliados de Canadá han tardado en ofrecer respaldo a Freeland y su primer ministro, Justin Trudeau.

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Hemos visto este estilo de guerra económica antes --en la década de 1970, los estados árabes ejercieron el "arma del petróleo"--, pero este último ataque se produce después de un aumento significativo de las inversiones extranjeras de Riad.

El Fondo de Inversión Pública, el fondo soberano de Arabia Saudita, posee participaciones en Uber Technologies Inc., la naviera alemana Hapag-Lloyd AG, Virgin Group de Richard Branson, una sociedad de infraestructura con Blackstone Group y el mayor vehículo de inversión de tecnología con SoftBank Group Corp. Convertir el brazo de inversión estatal de Arabia Saudita en una potencia de US$2 billones es fundamental para la estrategia del príncipe heredero Mohammed bin Salman de diversificar la economía y reducir su dependencia del petróleo.

Pocos han considerado conveniente rechazar este dinero. Sin embargo, ya hemos visto el daño colateral comercial que los saudíes pueden infligir si otro país les desagrada. En septiembre, un bloqueo económico encabezado por Riad contra Qatar por parte de Arabia Saudita obligó al propio fondo de riqueza de Qatar a vender acciones en compañías como Tiffany & Co. y Credit Suisse Group AG para apuntalar su economía nacional.

La última disputa geopolítica es pequeña en términos del impacto económico absoluto. El comercio entre Canadá y Arabia Saudita es pequeño y Arabia Saudita no posee muchos activos en el país. Pero no debe tomarse a la ligera.

Los aliados occidentales de Canadá quieren alentar al príncipe heredero porque creen que representa la mejor oportunidad de llevar a su país a la corriente de los países ricos. Sin embargo, existe el riesgo de dar demasiada influencia económica a un país que está claramente dispuesto a usarla para detener incluso la crítica más anodina sobre su situación de derechos humanos. Como lo demuestra la retórica comercial de Donald Trump, estamos entrando en una era en la que estas disputas bilaterales se están convirtiendo en la norma.

Esos miles de millones saudíes pueden ser útiles, solo pregúntale a Musk. Pero vienen con importantes condiciones incluidas.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.