Ahora que Christine Lagarde anunció su renuncia como directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la canciller alemana, Angela Merkel, señala que los europeos "nuevamente" tienen "derecho" a ocupar el que puede ser el cargo más importante del mundo en materia económica. Merkel invoca un acuerdo político de hace décadas, que otorga a Europa el liderazgo del FMI a cambio de permitir que los estadounidenses dirijan el Banco Mundial.
Si los líderes mundiales quieren que el FMI cumpla su misión de garantizar la estabilidad financiera internacional, deben terminar con este arreglo y elegir a la persona más capacitada. También deben hacer más para despolitizar la institución.
Si bien europeos han liderado el FMI desde sus inicios en 1945, esto no siempre ha sido una conclusión sacada de antemano. En 1955, los accionistas de la entidad le ofrecieron el cargo a por lo menos dos personas no europeas: el gobernador del Banco de Canadá Graham Towers y C.D. Deshmukh, previamente gobernador del Banco de la Reserva de India y ministro de Finanzas durante mucho tiempo. Más adelante, en 1963, comenzó el arreglo.
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El acuerdo político no le ha hecho bien ni a los europeos ni al mundo. Considere el papel del FMI en la creación del euro. En 1997, el entonces director gerente Michel Camdessus, otrora gobernador del Banco de Francia, afirmó sin evidencia alguna que el euro generaría una gran recompensa económica. Aprobó la moneda única, ignorando a los miembros no europeos de la junta de gobernadores del organismo y las advertencias de académicos como Barry Eichengreen. Las autoridades estadounidenses, cómplices en el arreglo, no ofrecieron resistencia.
Durante la más reciente crisis de deuda europea el FMI tampoco tuvo un papel independiente. Bajo el liderazgo del exministro de Finanzas francés Dominique Strauss-Kahn, el fondo se alineó con el plan europeo de rescatar a los acreedores privados del gobierno griego e imponer una austeridad fiscal desastrosa el Estado, una decisión que Lagarde (también exministra de Finanzas de Francia) respaldó cuando asumió la dirección de la organización en 2011. En la era Lagarde, el FMI tampoco encendió alarmas cuando el Banco Central Europeo subió su tasa de política monetaria en julio de 2011 y luego se apiñó en 2013 y 2014 mientras se instalaba una psicología deflacionaria. A lo largo de esos años terribles, al estilo del Día de la Marmota, el FMI predijo cada cierto tiempo que la eurozona y el crecimiento repuntarían pronto, atribuyendo cada vez el fracaso de esos pronósticos a factores "temporales".
Ahora los europeos amenazan con ungir como sucesor de Lagarde a Jeroen Dijsselbloem, exministro de Finanzas de Países Bajos. Los votantes holandeses le dieron la espalda a Dijsselbloem y a su Partido del Trabajo en las elecciones de marzo de 2017. Su nombramiento sería un regalo para los partidos socialdemócratas que si bien son una fuerza debilitada, se aferran a posiciones de privilegio. La principal declaración de sabiduría económica y habilidades diplomáticas de Dijsselbloem es su famoso consejo a gobiernos y ciudadanos de países del sur de la eurozona: "No puedo gastar todo mi dinero en alcohol y mujeres y luego pedir ayuda".
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No faltan los candidatos no europeos enormemente calificados. Considere a Hyun Song Shin, asesor económico y jefe del Banco de Pagos Internacionales y experto en mercados financieros y riesgo sistemático, o Raghuram Rajan, economista de la Universidad de Chicago y exgobernador del Banco de la Reserva de India. Ambos representan a países que ganan peso económico y político pero han sido marginados el diálogo mundial. Por qué no un estadounidense como Randall Kroszner, experto en regulación bancaria y exintegrante de la junta de gobernadores de la Reserva Federal.
El FMI necesita un director gerente del mayor calibre, elegido a través de una competición abierta que no esté manchada de manera evidente por la política nacional. Eso sería solo el primer paso. El fondo también debería reemplazar sus subdirectores gerentes nombrados políticamente por tecnócratas, también elegidos mediante un proceso competitivo. Este equipo principal debería ser respaldado por un consejo, al estilo del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, compuesto por economistas y autoridades monetarias de clase mundial.
Con tal órgano a cargo de la toma de decisiones el FMI, apoyado por su personal sobresaliente, tendría la credibilidad para tomar medidas complicadas durante tiempos de crisis y decirle la verdad al poder al momento de evaluar las condiciones económicas nacionales y mundial. Semejante estructura permitiría que las recomendaciones de política monetaria del FMI se beneficien de un pensamiento económico sensato y no sesgado por los intereses financieros y políticos de EE.UU. y Europa.
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Para completar la estructura, el FMI debería deshacerse de la junta de gobernadores que durante décadas ha aprobado sin cuestionamientos decisiones tomadas en Washington y capitales europeas. Sus miembros podrían mantener funciones de asesores y la administración del fondo podría responder periódicamente ante ellos por sus decisiones, del mismo modo que los gobernadores de los bancos centrales comparecen ante los órganos legislativos nacionales.
La economía mundial entra en una nueva fase peligrosa. El comercio apenas crece y China se desacelera. EE.UU. está dejando atrás los efectos de los beneficios tributarios del presidente Donald Trump. La eurozona amenaza con frenarse y posiblemente caer en una recesión contra la cual el BCE carece de poder de fuego. Italia, la tercera mayor economía de la zona euro, sigue al borde de una crisis que podría tener repercusiones en toda Europa y más allá.
No es momento para otro acuerdo a puertas cerradas. El FMI necesita un nuevo comienzo.