Como buen belga, Peter Piot creció soñando aventuras en países remotos al estilo de las que vivía Tin Tin. Pero a diferencia del célebre personaje creado por Hergé, lo suyo no fue el periodismo; estudió medicina y microbiología. Pensó que las enfermedades infecciosas serían la mejor excusa para poder cumplir dos de sus grandes deseos: “ir a Africa y ayudar a salvar el mundo”. No se equivocó.
En su libro No time to lose (Sin tiempo que perder), el propio Piot cuenta que una mañana de septiembre de 1976 estaba trabajando en el Instituto de Medicina Tropical de Amberes cuando recibieron un paquete proveniente de Zaire con muestras de sangre de una monja belga afectada por una extraña enfermedad hemorrágica, que en muy poco tiempo había matado a otras monjas y personas del lugar. Por entonces él tenía 27 años y junto a otros dos colegas se encargó de analizar el contenido. Sin más precaución que un par de guantes de látex, primero descartaron la presencia del virus de la fiebre amarilla y otros “bichos” conocidos. Como la incertidumbre crecía, recurrieron a las imágenes magnificadas de un electromicroscopio, donde pudieron ver a un virus con forma de gusano muy diferente a todos los demás. Entonces pidieron ayuda a expertos del CDC de los EE.UU., quienes les confirmaron que se trataba de algo nuevo.
Así llegó la posibilidad de viajar a Africa para investigar in situ y determinar, entre otras cosas, cómo se transmitía ese nuevo y letal patógeno al que bautizaron Ebola. Piot no dudó. Ni los tres meses de embarazo de su esposa pudieron frenar la concreción de uno de sus sueños.