El nacimiento de un hijo implica cambios en la vida de una persona. Es muy común hablar de la maternidad y de las modificaciones físicas y hormonales que sufre la mujer durante esta etapa. Pero, sin embargo, poco se conoce sobre la biología del vínculo padre-hijo. ¿Qué sucede realmente en el cerebro de un hombre cuando se convierte en papá? Poco a poco la ciencia está comenzando a buscar respuestas. Nuevas investigaciones hechas tanto en animales como en seres humanos demuestran que la paternidad produce cambios físicos y químicos en el cerebro y, además, que el vínculo padre-hijo refuerza y mejora funciones cognitivas fundamentales como la memoria y al aprendizaje.
Y es que las neuronas del cerebro adulto se reconfiguran y crecen en respuesta a los grandes cambios de la vida, como la paternidad. “El cerebro es altamente plástico y todo lo que sucede en nuestra vida lo modifica en mayor o menor medida. Cada vez hay más evidencia de las neurociencias que demuestran que el amor paternal tiene una red del cerebro que comparte algunas estructuras con otros tipos de amor –como el romántico–, pero que algunas áreas le son exclusivas y que tienen funciones en el apego y las relaciones sociales”, explicó Ezequiel Gleichgerrcht, investigador en neurociencias cognitivas de Fundación Ineco.
En 2006, investigadores de la Universidad de Princeton, EE.UU., analizaron la estructura del cerebro de los monos llamados titís (Callithrix jacchus) y encontraron que era distinta en los titís que eran papás en comparación con los que no lo eran. El estudio publicado en la revista Nature Neuroscience concluyó que quienes eran padres tenían una mayor densidad de conexiones en una región del cerebro conocida como la corteza prefrontal que juega un papel crucial en funciones cerebrales superiores como la cognición.
En otra investigación, el psiquiatra de la Universidad de Basilea (Suiza) Erich Seifritz y su equipo utilizaron imágenes de resonancia magnética funcional para demostrar que cierta área del cerebro de los padres se activa al oír el llanto de un bebé: la amígdala, que está implicada en el procesamiento de las emociones.
Hormonas. Cuando los padres tienen a su hijo recién nacido en brazos, aumenta su producción de oxitocina, la misma hormona que ayuda a las mujeres durante el parto a la contracción del útero, y prolactina, la hormona que se encarga de la producción de leche en las madres durante la lactancia. Esta es la conclusión a la que arribó un estudio de las universidades de Yale (EE.UU.) y de Bar-Ilan (Israel) en las que se evaluó a 160 hombres antes de ser padres y durante los seis meses posteriores. Estas hormonas actúan sobre la amígdala, centro emotivo del cerebro y se cree que ello condiciona los sentimientos y pensamientos en relación con el recién nacido.
Ser padre saca a la luz el lado más femenino de los hombres. Un estudio de 2011 demostró que los niveles de testosterona –la hormona masculina por excelencia– se reducen significativamente tras la paternidad. Es más, cuanto más implicado está el padre en la crianza del bebé, más se reduce su testosterona, según señaló el trabajo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. “La disminución de la testosterona parece ser un ajuste biológico que ayuda a los hombres a cambiar sus prioridades cuando llegan los hijos, ya que rasgos como la agresividad y la competencia son menos útiles”, dijo Christopher Kuzawa, antropólogo de la Universidad Northwestern de EE.UU. y uno de los firmantes del estudio.
Pero lo cierto es que aún queda mucho por conocer acerca de la función de estas hormonas en cuanto a su vinculación con el rol paterno.
“Se conoce menos sobre el amor paternal (en referencia exclusiva a padres) que el maternal que es el que suele investigarse. Los estudios en humanos y animales demuestran que se activan redes que disparan cambios hormonales en testosterona, oxitocina, prolactina y otros químicos importantes para el afecto y las conductas sociales. Se conoce poco aún de las áreas cerebrales: en padres, comparado a no-padres, se activa la corteza prefrontal y la amígdala cuando su hijo llora, pero aún es poca la evidencia de la red neural específica de este tipo de amor”, dijo Gleichgerrcht.
Pero no hay dudas de que las relaciones humanas significantes, como lo es la relación padre-hijo, contribuyen a la salud mental “porque implican activaciones de circuitos que favorecen la sociabilización, un factor protector ante los estresores de la vida”, concluyó el investigador.