“¿Quién había pedido el café?”, dice el mozo. Los ocho amigos no le responden y siguen hablando. “¿De quién es el café?”, insiste. “Déjelo donde quiera, jefe”, le contesta alguien del grupo y continúa en lo suyo. El mozo empieza a enojarse y, ya en voz más alta, les suelta: “Oigan, ustedes se cambiaron todos de lugar, así cómo quieren que me acuerde de los pedidos que hicieron”.
La escena pudo haber sucedido en cualquiera de los bares clásicos de Buenos Aires, donde quienes atienden a los clientes no anotan los pedidos y retienen todo en su memoria. Pero, en realidad, formó parte de un experimento científico inusual, que se publica hoy en Behavioural Neurology. Los investigadores argentinos Facundo Manes, Tristán Bekinschtein y Julián Cardozo se propusieron averiguar qué hace tan especiales a los mozos argentinos, que pueden recordar lo que piden los comensales, repetirlo en la barra, regresar a la mesa y entregarle a cada uno lo que encargó. Para eso, durante semanas se pasaron de bar en bar pidiendo bebidas, cambiándose de silla y anotando prolijamente las respuestas de los mozos.
Como resultado del esfuerzo, los científicos descubrieron que la estrategia de los meseros profesionales no tiene que ver con memorizar rostros ni lugares ocupados en la mesa, sino con una mezcla de las dos cosas. Y la bautizaron “Efecto Tortoni”. “Básicamente, demostramos que la táctica que usan es generar un diagrama que une ubicación con cara. Y si uno les modifica una de las variables, como hicimos nosotros, fallan”, señaló Manes, director del Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
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