CIENCIA
hebe casella, mama de un paciente alergico

“Muchos médicos no saben cómo actuar”

Lucha. Hebe debió aprender a leer en detalle las etiquetas de los alimentos por temor a un nuevo shock.
| Santiago Cichero

La anafilaxia no sólo impacta en la vida de quien la sufre, sino también en la de sus familias, que muchas veces no cuentan, además, con una contención social adecuada. Hebe Casella no necesita que le cuenten sobre la desprotección que sienten quienes hacen cuadros de anafilaxia. Cuando su hijo Pedro tenía dos años –hoy tiene 13–, debió correr a una guardia porque tuvo un shock tras comer frutillas. Como el nene ya había hecho una reacción severa a la leche de vaca a los seis meses, ella había conseguido que le trajeran de EE.UU. una autoinyección de epinefrina (adrenalina), la medicina base para salir de un episodio agudo (que entonces no se vendía en el país) y la llevó al hospital para que se la aplicaran. “El médico no tenía ni idea de cómo había que colocarla. Todos miraban a Pedro y repetían ‘es código rojo’, pero no sabían qué hacer. Al final, fue mi marido el que se la aplicó. Enseguida, Pedro volvió a respirar con normalidad”, recuerda. Sin tener que remontarse a un momento tan extremo, Casella añade: “Hasta llevarlo a una guardia por un dolor de panza es una aventura. En general, los médicos le tienen miedo. Todo lo de Pedro es así de complejo; hay que poder vivir con una bomba atómica pensando que no va a explotar mientras al chico le tenés que dar ciertas garantías de que esto va a estar bien”, dice esta psicóloga que, junto a su marido, Gustavo, debió aprender desde cómo leer minuciosamente el etiquetado de los productos al hacer las compras y manejar los utensilios de cocina hasta lidiar con el rechazo en las escuelas y la marginación. “En la primaria, nadie invitaba a Pedro a sus casas porque a los padres les daba temor”, cuenta Hebe