Desde Madrid
“Stephen debe vivir”. Esa fue la rápida respuesta que Jane Hawking les dio a los médicos cuando le consultaron sobre si desconectar o no el respirador de su marido. Fue en 1985, cuando una neumonía dejó al célebre astrofísico en coma. “Desconectar el respirador era impensable. ¡Qué final más ignominioso para una lucha tan heroica por la vida! ¡Qué negación de todo por lo que también yo había luchado!”, relata Jane en uno de los pasajes más dramáticos de Hacia el infinito: mi vida con Stephen Hawking, el libro de memorias que editorial Lumen acaba de publicar en la Argentina y en el que se basa el film candidato al Oscar La teoría del todo. Finalmente, los médicos tuvieron que realizarle una traqueotomía, operación que le salvó la vida al científico británico pero también lo dejó sin habla, obligándolo desde entonces a comunicarse con la legendaria voz robótica de su sintetizador.
PERFIL dialogó con Jane Wilde, quien fue el soporte de Hawking durante 25 años, sobre cómo fue vivir a la sombra de un genio. La pareja se casó en 1965 y tuvo tres hijos: Robert, Lucy y Tim. Se conocieron en Cambridge, a principios de los 60. “Lo que me enamoró de Stephen fue su sentido del humor con un poco de timidez, su sonrisa y sus ojos grises y límpidos”, recuerda Jane.
—¿Cómo fue el momento en que le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica?
—Para él fue espantoso, y a raíz de la noticia cayó en un estado de depresión. Para mí fue un gran susto, dado que con 19 años yo nunca había contemplado ni visto la realidad de la muerte. Fue tal la situación que en aquel momento mi mamá me aconsejó rezar por él. Yo era joven y tenía mucha energía y optimismo, y quería dedicarme a hacer todo lo posible para ayudar a que Stephen cumpliese todo lo que quería hacer en el corto tiempo de vida que le quedaba.
—Hawking suele decir públicamente que Dios no existe y, en cambio, usted es una persona de fe. ¿Cómo se concilia esto?
—A mí me hacía falta apoyarme en la fe, inculcada por mi mamá, para enfrentar la vida que había escogido junto a Stephen. Mi intuición me decía que resultaba muy difícil, para un joven recién diagnosticado con tal enfermedad, creer en un dios benevolente. Además, siendo un científico para quien las reglas racionales de la física eran la cosa más importante, ¿cómo iba a creer en algo para lo cual la razón no valía nada? Para mí la fe es algo muy íntimo y personal. Respeto a las personas que se consideran ateas porque supongo que han pensado profundamente en el asunto. No trato de imponer mis creencias sobre ellos.
—¿Cómo fue para usted y sus hijos vivir tantos años a la sombra de una de las mentes más brillantes?
—Fue muy perjudicial para nuestra vida cotidiana, sobre todo en 1989, cuando nuestros hijos mayores hacían sus exámenes de fin del curso escolar, una, y de la carrera universitaria, el otro.
—A medida que avanzaba la enfermedad, ¿se hacía más difícil convivir con Stephen?
—Claro, porque necesitaba enfermeras para cuidarlo 24 horas al día y ellas se ocupaban de adularlo. En esa etapa ellas tomaron posesión de nuestra casa entera, animándolo a despreciarme.
—Comentó que Stephen fue cruel con usted pero que ya no siente rencor hacia a él. Concretamente, ¿en qué sentido fue cruel?
—Llegó un momento en que Stephen creía ser un dios, animado por sus enfermeras. Y nuestros hijos y yo de pronto nos hallamos arrinconados en nuestra propia casa. Era como que no teníamos derecho a atrevernos a respirar el mismo aire que respiraba el genio. Las enfermeras lo habían llevado a un nivel divino, lo trataban como si fuera un dios y él se lo creyó. En ese momento, la vida de la familia se trastocó mucho. Esas enfermeras centraron su atención en Stephen y relegaron a la familia. Comenzaron a tener cada vez más espacio y poder, sobre todo una de ellas, hasta que él se fue con ella y se casaron.
—¿Cómo se sintió usted? ¿Qué hizo para superar aquella situación?
—Al principio creía que me iba a volver loca. Que había perdido la razón de vida. Fue como si se hubiera abierto un golfo bajo mis pies. Pero poco a poco empecé a vivir una vida normal y me di cuenta de que esta vida era muy sencilla y que era increíble.
—¿Cómo es su relación con Stephen en la actualidad?
—Tengo por costumbre visitarlo una vez por semana para contarle cosas de la familia; y cuando hay una fiesta, comemos juntos.
—¿Alguna vez Stephen le agradeció todos esos años de amor, apoyo y compañía?
—No.
—¿Por qué cree que Hawking se ha convertido en una celebridad?
—Tanto su trabajo como su aporte a la ciencia son muy importantes. El contraste entre el inmenso trabajo que ha logrado hacer y la situación en que se halla, con su enorme valentía, es lo que genera mucho interés.
Sí al cine, no al libro. Jane Hawking cuenta que se decidió a escribir sus memorias porque tenía un montón de vivencias muy precisas, que necesitaba asimilar para poder seguir con su vida. “Por otro lado, tampoco quería dejar que otra persona inventase historias en el futuro. Y creí que era bueno llamar la atención del gobierno, y de la sociedad en general, acerca de los sufrimientos de personas discapacitadas y las dificultades a las que deben enfrentarse sus familias”, asegura. La ex mujer del célebre astrofísico dice que Stephen no leyó el libro, pero sí vio la película. “Le mandé un ejemplar pero no lo leyó. Desde que vio la película ha cambiado algo su actitud. Es más amable con nosotros”, afirma. Para Jane, el film candidato al Oscar ha despertado en su vida muchos sentimientos: “Sobre todo de la alegría de nuestros primeros años juntos, cuando éramos felices y la vida era menos complicada”.