Pero investigadores de la Universidad de California en San Diego, encabezados por el argentino Mario Chojkier y la bióloga molecular Martina Buck, acaban de demostrar en ratones algo que parecía imposible: no sólo lograron frenar la progresión de la cirrosis sino que además pudieron revertir el daño ya instalado. Una constatación que abre la esperanza a las dos millones de personas que padecen hepatitis C en el mundo y a las casi 800.000 que mueren anualmente por cirrosis hepática.
“El hígado es una especie de aduana bioquímica en la que se regula la producción de sustancias y la eliminación de toxinas. Está compuesto por canales de sangre que vienen del intestino y el estómago y transportan hormonas. Si esos canales están obstruidos, es como cuando los canales de Venecia se saturan de góndolas: el hígado no puede nutrirse ni eliminar toxinas y deja de funcionar normalmente”, explicó Chojkier al diario PERFIL.
La obstrucción a la que se refiere el experto tiene que ver con la superproducción de colágeno por parte del hígado dañado, lo que lleva a la fibrosis (excesiva formación de cicatrices en el tejido) y, a su vez, a la disfunción del órgano.
Con todo, Ckojkier y su equipo demostraron en PLoS Online que bloqueando la acción de la proteína RSK, clave en la producción de tejido cicatricial, se puede frenar el avance de la enfermedad e incluso hacer retroceder el daño (ver gráfico).“Fue una sorpresa. Para nosotros, lo óptimo era frenar la cicatrización. Constatar que además retrocedían la inflamación y el daño hepático fue inesperado”, dijo. Y agregó: “ Ahora pensamos que es posible curar la cirrosis. Si se corroborara en humanos lo que pasó en ratones, se evitarían miles de trasplantes”.