El significado del altruismo en animales y seres humanos fue, durante años, una de los más apasionados debates de la comunidad científica. Mentes de la talla de Charles Darwin, Thomas Henry Huxley, Piotr Kropotkin, Warder Clyde Allen y J.B.S. Haldane intentaron descifrar el verdadero origen de la bondad, de la generosidad, de esas virtudes que la religión suele considerar patrimonio exclusivo de Dios. ¿Acaso un simple insecto puede ser generoso?
Pasaron muchos años de investigaciones y no menos teorías, hasta que la biología terminó resolviendo la cuestión con una simple ecuación matemática desarrollada por el biólogo evolucionista William D. Hamilton. A partir de la definición de que el altruismo tiene que ver con pagar un costo personal para ayudar a otros, es decir hacer el bien, Hamilton sostuvo que “los parientes consanguíneos comparten una gran cantidad de genes, de modo que, ayudando a la familia, uno se ayuda indirectamente a sí mismo”, según explica Lee Alan Dugatkin en su trabajo “Qué es el altruismo, la búsqueda científica del origen de la generosidad”.
Llegar a esta conclusión fue el epílogo de un proceso que, como no podía ser de otra manera, comenzó con el autor de “ El origen de las especies”, Charles Darwin. Deslumbrado por la actitud auténticamente altruista de las abejas obreras, que no se reproducen y defienden la colmena aún a costa de sus vidas, Darwin no podía encontrarle una explicación lógica a este sacrificio en el marco de su teoría evolutiva de la selección natural. Si todo funcionaba como se suponía, esos rasgos generosos debían desaparecer.
“Por fin, Darwin conjeturó que las relaciones consanguíneas de parentesco podrían resolver el problema que planteaban los insectos estériles altruistas. Cien años más tarde, esas ideas iban a quedar asentadas en una fórmula que recibió el nombre de `regla de Hamilton`. Ayuda a tus parientes y verás compensado el precio que debas pagar por ello”, señala el biólogo estadounidense Dugatkin.
Polémica biológica. Uno de los primeros enfrentamientos a nivel científico que provocó la investigación del altruismo se produjo entre Thomas Henry Huxley, el responsable de propagar la idea de Darwin de la selección natural, y Piotr Kropotkin, un príncipe ruso que había abrazado el anarquismo y autor del clásico “La ayuda mutua”.
Huxley llevó al extremo las ideas de su amigo Darwin: planteó que el altruismo era poco frecuente y que, cuando aparecía, siempre estaba vinculado con el parentesco consanguíneo. Por su parte, Kropotkin consideró que la ayuda mutua (así llamaba al altruismo) podía rastrearse en todo el mundo y nada tenían que ver las relaciones de parentesco. Sostuvo que los animales colaboraban entre sí para luchar contra un medio ambiente adverso, y al hacerlo se ayudaban independientemente de su parentesco.
Años después, en los años 20, el ecologista estadounidense Warder Clyde Allee planteó que la vida misma se debía definir por el impulso de cooperar, con o sin parientes en las inmediaciones. Estaba convencido de que el medio ambiente y la ecología de los organismos eran la clave para comprender la vida, sin recurrir a la herencia ni a la acción de la selección natural. Tenía la convicción de que el grupo per se, y no el grupo familiar, era la unidad fundamental en la cual se desarrollaban la cooperación y el altruismo entre los animales.
Un brillante especialista en genética matemática y gran divulgador científico, J.B.S. Haldane, intentó mostrar que cuanto más estrecha fuera la relación de parentesco, mayor sería la probabilidad de que uno de ellos se sacrifique por el otro. “Los modelos de Haldane – indica el autor de Qué es el altruismo - mostraron que produciendo lentas modificaciones sistemáticas, la selección natural podía generar cambios evolutivos importantes incluso cuando el rasgo en cuestión era el comportamiento altruista”.
El gran paso. Si bien se iban sumando teorías y explicaciones sobre el origen del altruismo, faltaba un procedimiento que permitiera cuantificar esas conductas altruistas que eran observadas en diversas especies animales y, por supuesto, en el hombre. William David Hamilton fue el responsable de la tan esperada teoría matemática de la evolución del altruismo (r x b > c) que, en el frío lenguaje de la selección natural explicaba “que un gen altruista puede propagarse en una población si contribuye a la propagación de copias de sí mismo entre los parientes consanguíneos. De algún modo, el motor que impulsa la generosidad reside en la unidad familiar”, afirma Dugatkin.
Otro importante avance se dio en 1976 cuando Richard Dawkins publicó un trabajo que tuvo una amplia difusión: “El gen egoísta”. Eligió esta expresión como metáfora para subrayar el hecho de que están condenados al fracaso los genes que codifican rasgos beneficiosos para la especie en su totalidad o, incluso, para grupos de individuos que no son consanguíneos.
E.O.Wilson, el autor del clásico “Sociobiología”, también realizó muchas referencias a la teoría de Hamilton. Su libro era en esencia un compendio de 600 páginas de pruebas de que el comportamiento animal era producto de la selección natural. No era una idea nueva, pero nadie la había expuesto de manera tan espectacular.
Las ideas de Hamilton sobre el altruismo y la cooperación inspiraron cientos de tratados, ensayos y especulaciones sobre los más diversos temas. Cuando murió en octubre de 2000, el London Times lo calificó como “uno de los maestros de lo que se ha dado en llamar ´la segunda revolución darwinista´”.
Todas estas teorías de biólogos evolucionistas encontraron, por supuesto, un firme rechazo de parte de los grupos religiosos. Para ellos, "hacer el bien" siempre fue el mensaje de Dios. Nunca compartieron que el altruismo pudiera ser una mera característica evolutiva, que el hombre comparte con numerosas especies animales.