Cuando las cosas no están claras para la ciencia o no hay datos suficientes, no queda otra alternativa que guiarse por huellas, indicios de los que partir, a los que habrá que añadirle una buena pizca de razonamiento. Así, con suerte, se podrá tener acceso al conocimiento. La icnología es una de las ramas de la paleontología que se dedica específicamente a eso, a encontrar huellas de animales o plantas que vivieron millones de años atrás.
Relativamente desconocida como disciplina y con apenas un par de décadas de existencia, no es extraño, entonces, que no sean muchos los argentinos que se dedican a ella. De hecho, apenas son tres, pese al buen desarrollo de la paleontología en un país donde se encontraron algunos de los dinosaurios más grandes del mundo.
Pero más raro todavía es encontrar a una mujer, que por lo general trabaja sola y firma papers con sus maestros Ricardo Melchor y Jorge Genise, los otros dos icnólogos al 100% con los que cuenta el país.
“Somos como Sherlock Holmes de la naturaleza”, reconoce en diálogo con Perfil Silvina de Valais, porteña graduada en biología de la UBA, afincada enTrelew durante 2006 y próxima a mudarse a General Roca. “Trabajamos con inferencias, vemos la relación entre las trazas que encontramos en el campo y los posibles animales que las produjeron”. Específicamente, ella se dedica a huellas de los períodos triásico y jurásico en la Argentina.
El 2006 terminó bien para Silvina de Valais. En diciembre se anunció el hallazgo de huellas completas de un raptor sudamericano que vivió hace casi 70 millones de años y ella fue parte del equipo.
—¿Cómo es el trabajo de campo cotidiano?
—Mientras el paleontólogo trabaja con huesos, dientes y otros objetos corpóreos, el icnólogo lo hace con evidencias o trazas que el animal o la planta dejó. Trabajamos con indicios de su comportamiento. Concretamente, yo estoy en el área de vertebrados buscando huellas, nidos o cuevas hechas por lagartijas, ratones o cocodrilos, o lo que sea. Si además está el fósil del “bicho”, se trabaja en conjunto con el paleontólogo.
—¿Es una tarea completamente solitaria?
—No. Necesitamos también la colaboración de los geólogos, quienes son los que te dicen cuán viejas son las piedras en las que trabajás, te dan indicios del paleoambiente (o clima antiguo), la sedimentología, la estratigrafía y demás. A veces es difícil porque las huellas están dobladas, pegadas. Uno trata de ver y descular en cuántos niveles hay algo interesante.
—¿Y después?
—Después se hacen moldes y, si se puede, se extrae la huella. Si estás en un lugar “nuevo”, simplemente vas con la mochilita y tratás de encontrar algo interesante. Si aparecen trazas, sacás fotos; si podés, te llevás el material (queda en el repositorio oficial de las provincias); si no, se hace un molde de silicona o yeso. Después se trata siempre de medir todo. El largo de la rastrillada, la seguidilla y el largo de los huesos; y si tenían garras, pelos. Tomamos nota de todo. Luego se vuelve al laboratorio y se analiza.
—¿Cuánto dura una expedición típica?
—- Depende, pero no mucho más de 7 o 10 días para mí. Más ahora que tengo familia, un bebé de dos años y mi marido, que es carpintero.
—¿Existe un referente mundial de la icnología?
–Hay varios, pero lamentablemente no tenemos aún un Carl Sagan de la icnología.
Los rastros del velociraptor
Huellas completas de un raptor sudamericano que vivió hace casi 70 millones de años en un estado envidiable. Eso fue lo que encontraron paleontólogos argentinos y bolivianos en el Parque Nacional Toro Toro (Bolivia).
El hallazgo se concretó a principios del 2006, pero se anunció el mes pasado en la Biblioteca Nacional, en el marco del lanzamiento de la organización Tierra de Exploradores. Silvina de Valais formó parte del equipo que presentó el trabajo.
Los raptores son dinosaurios pequeños (en Sudamérica, no midieron más de 6 metros), de poderosas garras y mucha agilidad. Los investigadores estiman que las huellas encontradas son de la especie Unenlagia.
“Esta probablemente sea la mejor huella que existe de este tipo; hay otras en China y en los Estados Unidos pero no son tan definidas”, dijo el paleontólogo Sebastián Apesteguía durante la presentación. La huella tiene 30 centímetros de alto y 15 de largo.
El descubrimiento, aseguran los especialistas, termina de refutar una teoría que se propuso ante la ausencia de huellas como éstas: que estos raptores vivían en los árboles.