A ninguno parece que le alcanza la manta, tan corta como la economía del país al que desean gobernar. Aun cuando la elección se vislumbra binaria entre Macri y Cristina. El resto, disperso, va de Massa a Pichetto, de Urtubey a Lavagna y hasta se debería incluir a un hiperactivo Duhalde –en pocos días se reunió y fotografió con el ex ideólogo de La Cámpora, Ottavis, con el ex secretario de Comercio, Moreno, también con un radical disidente, Moreau, en esta ocasión correveidile de mensajes secretos de Cristina– quien, ante la eventualidad de una diáspora partidaria, amenaza: “Si nadie se juega, estoy dispuesto”.
Un intrépido. Desmemoriado, además, ya que las encuestas no lo estimulan. Pero, lector del fenómeno peronista, ansioso por recuperar el PJ como sello, ya advirtió que Alternativa Federal saltaba por los aires en Mar del Plata y no volverá a reunirse nunca más en una cita: estallaron celos entre ellos (Massa y Pichetto, por ejemplo), faltó Lavagna para no contaminarse, también Urtubey con la excusa de las inundaciones del Pilcomayo (otros dicen que pretendía cerrar la convocatoria cuando a ésta la solventó Massa) y Manzur había desertado antes porque en Tucumán no podía presentarse si no iba con la viuda de Kirchner. Parte del mundo de la conveniencia que domina la política: como los intendentes que van atados en la provincia de Buenos Aires a la boleta de Cristina con la nariz tapada y ella, que mide bien, los suma sin indigestarse para disponer de entre 12 y 13 legisladores nuevos y estar protegida en el Congreso por si alguien insiste en ponerla presa.
Dicen que la ex mandataria le ofreció a Massa llevarlo como candidato a gobernador bonaerense, generosidad que implica el olvido de la traición por renunciar a su gobierno y de la posterior derrota electoral que le propinó en 2013 (ya ni Máximo repara en aquella decepción, cuando antes ambos jugaban en Olivos). También impera la conveniencia en la propuesta: lo saca del juego presidencial a quien hoy bordea los 10 puntos, el único con esa reserva, aunque nadie sabe si esos provisionales votos se trasladarán completos a la dama. Dudoso: Massa ganó prestigio oponiéndose a los Kirchner, inclusive provocaría un cisma en su entorno (nadie imagina, por ejemplo, a Graciela Camaño tomando el té con Cristina).
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Hombre de dos reinos, Massa tambien podría encantar a Lavagna para la misma postulación bonaerense, pero el tigrense repite e insiste en que solo se preparó para competir por la Presidencia, no en la Provincia. Cuestión de estatura y dilema curioso: el político con más intención de voto, luego de Macri y Cristina, no puede porfiar en la lid principal, no le da la talla. O tiene escasas posibilidades. Por lo tanto, se alinea con otros en un cargo que no desea o deja pasar la azarosa caravana de octubre desde una ventana. Aunque apele a ejemplos como los de Lula o Allende, ganadores luego de sucesivas derrotas, tampoco es alentador volver a perder. Y en esta ocasión, de acuerdo a los sondeos, sería la tercera vez consecutiva que lo relegan. Dura la avenida del medio.
Los polarizados. Tampoco a Macri le alcanza, aunque los astros pagos lo endulzan con promesas de triunfo, con la imposibilidad científica de que Cristina jamás lo podrá vencer. De ahí que, en la campaña, no se ruboriza por copiarla en actos que buena parte de la población repudiaba, tiempos en que al mejor estilo Cleopatra elegía periodistas ad hoc para que no la interrumpieran en las entrevistas. Lo mismo ha hecho el mandatario, con menos prejuicios inclusive: se hizo reportear en la levedad del ser por Rozitchner, su filósofo de cabecera, quien dispone de despacho hasta en Olivos, envidia para más de un ministro. Detalles del diálogo: hubo referencias cariñosas al declinante padre Franco (hoy a cargo de una señora de confianza, de antiguo servicio, que le controla el pastillero), una forma de revertir la imagen de ingeniero frío que se le atribuye a Macri, como si todos los ingenieros egresaran de un congelador y su cambiante, amplio y volátil corazón no fuera más abierto que el de otras almas comunes. Por lo menos en el plano de los sentimientos: ni se acuerda de la cantidad de veces que se ha separado de sus parejas en 60 años y pocos, además, pueden emparejarlo en su colección de amistades, listado interminable del club personal ocio-recreación-deporte que lo ha fascinado toda la vida. No se explotó tampoco en la entrevista la piedad que caracteriza al Presidente, inclusive consigo mismo. Dijo, como una condescendiente calificación, que había sido optimista con la inflación del último año, mayor que la de Cristina, un récord histórico.
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Tampoco le alcanza a ella, con un techo difícil de perforar según los expertos (que a veces luego de las elecciones dejan de ser expertos), y el agobio creciente de las causas judiciales. Como un aguacero constante, amenazando a la hija. Sea por las confesiones de sus contadores y viudas de secretarios o el paso por la pasarela tribunalicia, de nuevo, de casi un centenar de empresarios que hicieron negocios con el Estado durante sus mandatos. Se supone que no es para confirmar domicilio e identidad de los convocados, más bien las citas responden a nuevos arrepentimientos que pondrían en duda la verdad de anteriores arrepentimientos. Mejor no hacer nombres, pero lo cierto es que en más de un caso se caerá el acuerdo que ahora los beneficia con la libertad.
Para Cristina, ha sido un alivio el material de inteligencia de las últimas horas que imputan al fiscal Stornelli en una extorsión. Por lo menos, quienes la investigan también tendrán que responder por ciertos episodios. O por la interpretación de ciertos episodios. Ese es su razonamiento: sabe que habrá más escaladas, más jueces involucrados, gente preocupada como ella.
Tampoco Lavagna puede taparse del todo, no le alcanza el manto. Ni siquiera, en apariencia, tiene votos propios, menos alguien que se los preste. Pero se ha lanzado sin reconocerlo, con cierta ambigüedad política de Fidel Pintos, ofreciéndose como salvador sin pasar por ninguna interna. Casi milagrera la proposición, ni que fuera Perón en Martín García y con Evita en la calle reclamando.
Esa operación clamor, si se produce, quizás también ayude a convencer a su mujer de la obligación: difícil aceptar la patriada para ella, de origen belga. Entiende que esa alternativa es una complicación innecesaria para la edad de ambos. Tal vez la misma reflexión de la mujer de Adenauer o de Churchill, cuando sus maridos se abalanzaron sobre el poder con 80 años encima. Y con éxito. Por lo menos, es lo que debe pensar Lavagna. Aunque, por ahora, no le alcance. Como a los otros rivales.